Johnny Cash, el músico de los presos.

Johnny Cash reflejó en sus canciones el mundo de la prisión y gozó de numeroso fans entre la población reclusa. Sus conciertos en las prisiones de San Quentin o Folsom fueron grabados y publicados en sendos discos de éxito.


Concierto en la prisión de Folsom. 13 de Enero de 1968.
El 13 de Enero de 1968 Johnny Cash y su banda "The Tennessee Three" dieron dos conciertos en la prisión de Folsom, California. Un mes después, el 24 de Febrero, el grupo repetiría la hazaña en la legendaria prisión de San Quentin.  Los espectáculos se grabaron, publicándose al poco tiempo en sendos álbumes: Johnny Cash at Folsom Prison y Johnny Cash at San Quentin. Se trata de piezas excelentes no sólo por la música, la perfecta ejecución y la delicada grabación teniendo en cuenta la tecnología del momento, sino también por la peculiaridad del lugar y la respuesta de una audiencia increíblemente entregada, con la que el cantante entabla diálogos constantes y cuya apasionada energía quedó plasmada en los vinilos.  

El concierto en Folsom se desarrolló en el comedor de la prisión y fue supervisado antes, durante y después por los funcionarios. Aunque el nivel de seguridad era máximo, Cash y su banda estaban al mismo nivel que los presos, ligeramente elevados por una tarima de madera de escasamente un metro de altura: sin vallas de separación u otras medidas de seguridad que actualmente se emplean. Entre la banda y su peligrosa audiencia no hubo ningún dispositivo fijo, ni siquiera funcionarios, nada impedía un flujo libre de emociones entre los músicos y su público. Hoy en día Metallica ha querido emular al cantante country en un concierto en San Quentin, pero no ha llegado a estar tan cerca de los presos como lo estuvo en su día Cash.



Entre los muchos valores artísticos del LP grabado en Folsom, algunos periódicos y revistas del momento promocionaron su compra ensalzando la aportación de la audiencia. "Algunos lo comprarán sólo  por escuchar a la audiencia" rezaba algún titular del momento, con mucha razón por cierto, pues las grabaciones se disfrutan también por la interacción entre los músicos y los fans. Escuchando la grabación uno siente que en ese momento Cash y los internos estaban unidos por una emoción conjunta, por un mutuo respeto y una mágica empatía. De hecho, la noche anterior al espectáculo el sacerdote de la prisión se presentó ante el cantante y le entregó una canción escrita por un interno, Glen Sherley. El tema, que lleva por título "Greystone Chapel", fue interpretado en el concierto e incluido en el álbum. Imaginen la explosión de la audiencia cuando Cash anuncia esta canción: por una vez uno de los suyos llegaba a lo más alto y compartía escenario con un ídolo de masas. 

La conexión entre Cash y su público resulta asombrosa. Es cierto que el cantante conocía el universo de la prisión, pues ya había entrado y salido de estas instituciones numerosas veces: en ocasiones como preso, otras como visitante y también como cantante. La cárcel como temática es recurrente en su discografía. Las letras del músico están repletas de historias de fracasos, de inocencias agredidas y maltratadas, de la dureza de la vida para los desheredados, de la locura y el arrepentimiento, del doloroso transcurrir del tiempo cuando se es impotente, de la injusticia de un mundo que encarcela a los que jamás tuvieron una oportunidad auténtica.

Es sabido que por estas y otras razones Cash gozaba de respeto y admiración entre la población reclusa estadounidense. Es sabido también que el cantante acercó el mundo de la prisión a través de sus canciones a aquellos que vivían en libertad al otro lado de los muros, contribuyendo con ello a cuestionar los estigmas y prejuicios que la gente normal suele albergar contra los presidiarios. Y esto despertaba el amor entre los presos, que lo adoraban no sólo por narrar la épica contenida en sus vidas desgarradas sino también por ser el mensajero de su verdad, por amplificar sus voces recluidas y por llevar su versión de la realidad social al otro lado de los barrotes.

Pero había algo más, algo que se siente al escuchar los discos pero que difícilmente podría encapsularse en palabras. En San Quentin sucedió algo similar. A pesar de los pitidos que censuran palabras de Cash o del público, al escuchar el álbum se siente que más que un concierto aquello parece un combate de boxeo o un partido de fútbol, por el furor que emana del público, cuyas ovaciones van más allá del aplauso habitual al terminar una canción. En este caso los seguidores de Cash celebran sus bromas, abuchean a los funcionarios, estallan de emoción ante una simple palabra o silban eufóricos por un verso, eclipsando por un momento la línea melódica de una interpretación que continúa sin más, decidida a mantener o elevar a toda costa la euforia colectiva. El músico tiene momentos especiales de complicidad con su audiencia. En uno de ellos advierte a los presos que ha recibido órdenes de la discográfica Columbia de ceñirse a tocar y evitar comentarios críticos o palabras malsonantes, para añadir después: "...pero yo estoy aquí para hacer lo que vosotros queráis que haga y lo que a mi me dé la gana hacer", y el público se viene arriba.


Javier de la Isla








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