Armas nucleares y estupidez. La combinación más peligrosa

¿Quién está directamente al cargo de los arsenales nucleares que existen en el mundo? Resulta ciertamente preocupante descubrir que, el personal encargado de custodiar y hacer uso de una tecnología tan extremadamente mortífera y peligrosa, tal vez no sea el más capacitado. 


           He podido leer un artículo que apareció el pasado domingo, día 9 de marzo, en el diario digital Público y que tenía por título La incidencia del error humano en la gestión del armamento nuclear. Los autores, Teresa de Fortuny y Xavier Bohigas, ponen de relieve la "más que razonable preocupación" que el Departamento de Defensa de Estados Unidos tiene en relación a la actitud y comportamiento de los oficiales, y el resto de personal bajo su cargo, responsables de la custodia y, en su caso, utilización de los arsenales nucleares de la superpotencia. Abuso de alcohol y drogas, operadores que se duermen durante sus guardias en los silos de misiles, errores graves en la seguridad, oficiales que falsifican informes de evaluación para no quedar en evidencia ante sus superiores e incluso algún que otro accidente que podría haber desembocado en catástrofe, son solo una muestra de las numerosas irregularidades que han podido ser descubiertas. No olvidemos en ningún caso que estos sucesos se producían en lugares donde había armas nucleares dispuestas para ser utilizadas. Como casos más graves se citan dos incidentes ciertamente similares, acaecidos en 1956 y 2004 respectivamente. En el primero un bombardero B-47 de las fuerzas aéreas estadounidenses se estrelló en Inglaterra contra un almacén que albergaba armas nucleares, mientras que en el segundo otro avión, en este caso un enorme B-52, terminó chocando muy cerca de otro arsenal de esta naturaleza. Eso sin contar con otro incidente que nos tocó mucho más cerca, el de Palomares del 17 de enero de 1966, cuando un avión cisterna que abastecía de combustible a un bombardero que trasportaba armas nucleares chocó contra este último durante la maniobra de acoplamiento y ambos artefactos resultaron destruidos, perdiéndose las bombas en el accidente, si bien éstas fueron recuperadas posteriormente.

          Obviamente la reacción en cadena de ceses y destituciones de oficiales no se ha hecho esperar, pero eso no termina de solucionar el problema ¿Cómo es posible que el personal a cargo de un material tan increíblemente peligroso dé muestras de semejante indolencia? Se habla de falta de motivación y aburrimiento, trabajo en condiciones muy estresantes, dada la naturaleza de la responsabilidad y de las propias instalaciones (sótanos aislados y de reducidas dimensiones, que es desde donde se operan los misiles), indisciplina y hasta trastornos emocionales tales como la depresión. En resumen, todo un cúmulo de circunstancias nada deseables si se asocian a armas de destrucción masiva. Casi parece una suerte inmensa que no haya terminado ocurriendo un incidente realmente grave que incluso hubiera podido poner en peligro la paz mundial.

           Reflexionando acerca del problema es inevitable preguntarse quién es más estúpido, si los irresponsables directamente encargados de las armas o quienes permitieron que ocuparan esos puestos. La respuesta tal vez se encuentre en las circunstancias históricas. En los momentos álgidos de la Guerra Fría, cuando la amenaza nuclear era algo palpable y el fin del mundo que conocemos estaba a la vuelta de la esquina, el manejo y control de los arsenales era algo extremadamente serio. El personal destinado a las instalaciones de misiles formaba parte de la élite militar, lo mejor de lo mejor dada la función que debían desempeñar, ya que si el fatal desenlace llegaba a producirse ellos serían la primera y última línea de defensa que impediría la aniquilación total (si es que en verdad eso se podía evitar). No obstante la Unión Soviética terminó descomponiéndose y Occidente respiró aliviado y complacido al saberse vencedor en una confrontación en la que no fue necesaria una guerra abierta. El terror nuclear quedó relegado al pasado, los "misiles rojos" ya no apuntaban hacia las ciudades estadounidenses, al menos en teoría, y poco a poco cundió una cierta relajación entre el personal a cargo de los arsenales y los silos de lanzamiento. Ya no era necesario permanecer en alerta constante, el "gran enemigo" había dejado de serlo. Y de la relajación se pasó según parece a la apatía y, con el paso de los años, la élite dejó de estar presente en estos puestos tan sensibles y la ingrata labor fue destinada a un personal menos cualificado. Después de todo la posibilidad de una guerra nuclear a gran escala se había alejado tanto que esto era algo que el Departamento de Defensa podía permitirse.

           ¿O no podía? El error de cálculo podría haber sido fatal. Los sucesos recientes en Ucrania parecen haber resucitado, aunque solo sea ligeramente, el fantasma de la Guerra Fría. Un buen momento para tener a individuos de dudosa capacidad a cargo de arsenales nucleares. Un incidente a escala internacional que eleve la tensión hasta niveles insospechados, dirigentes tomando decisiones torpes que estropeen todavía más las cosas, bravuconadas militares para sacar pecho y mostrar al adversario que no se va a ceder un solo palmo y algún otro factor inesperado que sirva como detonante, y ya tenemos servido un posible escenario para la hecatombe. Un conflicto a gran escala es algo que nadie desea, pero si en él están presente la amenaza de las armas nucleares todavía menos. Siempre habrá quién diga que su valor como elemento disuasorio es innegable, que gracias a ellas se han evitado grandes baños de sangre, pues el temor a usarlas y que luego el enemigo las use contra ti es demasiado grande. Pero eso no hace desaparecer la aterradora posibilidad de que, por un simple error, la torpeza de unos cuantos o de muchos o, sencillamente, la potencial demencia de alguien con poder para utilizar armas de destrucción masiva, todos nos veamos arrastrados al abismo. Para mí la conclusión es sencilla, si queremos borrar de una vez por todas la amenaza nuclear de la faz de la Tierra, no cabe otra solución que eliminar por completo todos los arsenales. Solo así nos aseguraremos de no caminar directos hacia la autodestrucción.


                                                                                                                   Artículo escrito por: El Segador    

   

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