Las medidas de austeridad impulsadas por el FMI en Turquía han empobrecido a una población que ahora se manifiesta en el Taksim Gezi Park.

Este artículo se centra en el caso de Turquía y aporta
algunos datos que apoyan esta tesis. En el año 2002 el partido Justicia y
Desarrollo accede al poder, liderado por Erdogan, presidente actual de Turquía.
En un contexto de recesión y a cambio de financiación urgente, el gobierno
turco establece con el FMI un programa de reformas que requieren modificaciones
sustanciales de la legislación laboral, saneamiento de las cuentas del Estado y
revisión de la financiación pública de los derechos sociales.
Como puede apreciarse, el modelo es semejante al aplicado a
los PIGS y a otros países que han entablado acuerdos financieros con el Fondo,
de hecho, como ya se ha afirmado en otro en otro artículo publicado en este blog, las medidas que propone
esta institución financiera responden a un protocolo uniforme de acción.
En el año 2003 se pone en marcha la privatización de Turk
Telekom, seguida de la venta en 2004 de Aerolíneas Turcas, compañías de licor y
fábricas de acero así como, de la privatización en 2007 de Tekel, la
compañía pública de tabacos. En 2008 se suman a la lista dos empresas de
distribución eléctrica y el banco estatal Halbank. Como podrá suponerse, estas
ventas de recursos públicos van encaminadas a sanear el déficit estatal y
afrontar el pago de la deuda externa, además son implementadas en un clima de
urgencia y sin consulta democrática alguna. Su resultado final es evidente: lo
público pasa a manos privadas a precio de saldo mediante una transacción opaca
para los auténticos propietarios de esos recursos: los contribuyentes. Con
ello, no sólo se pierden activos económicos, sino que se desvanece también en
la opinión pública la sensación de formar parte de un país democrático,
creciendo el recelo y la animadversión hacia la clase política nacional y la
desconfianza por el sistema representativo.
Pero estas sensaciones se agravan cuando en 2009 el gobierno
abre la puerta a la privatización de recursos hídricos y propone cambios
significativos en los derechos laborales. Las empresas privadas, que hasta
entonces sólo controlaban la distribución del agua de ríos, lagos y estanques,
podrán ahora gestionar directamente las fuentes de abastecimiento de este
producto vital. Asimismo, en febrero de 2011, acontecida ya la revuelta contra
Mubarak en Egipto, decenas de miles de personas se manifiestan en Ankara para
rechazar una reforma laboral que endurece las condiciones laborales de los
jóvenes y de los sectores más vulnerables.
Las reformas exigidas por el FMI para asegurar el reembolso
de la deuda tienen un notable poder desestabilizador socio-político: aumenta la
pobreza y se agrava la deslegitimación del sistema político vigente,
ingredientes fundamentales para el avance del populismo antidemocrático.
Grecia, España, Italia, Chipre, Turquía, Siria, Egipto... La cuestión se
magnifica al considerar que este panorama caracteriza actualmente a un buen
número de países ubicados en una misma zona de suma importancia geoestratégica,
países entre los que existen tensiones con recorrido al alza: oposición
cultural Cristianismo-Islam, conflictividad económica, desencuentros
ideológicos, barreras xenófobas norte-sur, movimientos migratorios, antiguas
rivalidades entre países colindantes y bastante militarizados como Grecia y
Turquía etc. Recordando los programas del FMI aplicados en el pasado en zonas
con tensiones étnico-religiosas, como es el caso de la antigua
Yugoslavia, puede afirmarse que no son banales los peligros potenciales
de una cuenca mediterránea empobrecida y políticamente inestable.
Samuel Rat
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