Podría parecer sencillo definir lo que es un bosque. Pero para ciertos organismos internacionales, y los intereses privados que hay tras ellos, dicha definición se aleja bastante de lo que cualquiera de nosotros puede tener en mente.
Según el diccionario de la RAE, que se puede consultar sin problemas por Internet si es que no se tiene uno mínimamente actualizado a mano, un bosque es:
Un sitio poblado de árboles y matas.
No hay que realizar un
análisis especialmente profundo para comprobar que se trata de una definición
realmente breve y concisa, dice lo que quiere decir y nada más, porque quienes
elaboran el diccionario no se han molestado en cambiarla desde hace años. De
hecho he podido comprobar esto último al consultar una vieja enciclopedia de
1973, la escueta entrada de bosque se repite exactamente con las mismas
palabras arriba mostradas.
Ahora bien, no creo que vaya a ser el
único que piense que un bosque es mucho más que "un sitio con árboles y
matas", una descripción pobre que no tiene en cuenta la compleja comunidad
viviente que en realidad es un ecosistema de estas características, con toda su
extraordinaria diversidad y el en no pocas ocasiones asombroso entramado de
relaciones que se establece entre sus habitantes. Para ello basta con mencionar
por ejemplo las micorrizas, una simbiosis entre los hongos del suelo y las
raíces de los árboles del bosque, necesaria para que estos últimos puedan
crecer y desarrollarse de manera adecuada, pues sin ella no son capaces de
obtener buena parte de los nutrientes esenciales que precisan para sobrevivir.
Cada especie de árbol se asocia con su hongo formador de micorrizas particular,
de tal manera que unos y otros forman una especie de red viviente
interconectada que se extiende por todo el bosque.
Podríamos perdonar a los académicos de
la RAE su falta de interés por modernizar el concepto de bosque que se refleja
en el diccionario de la lengua española, al fin y al cabo tal vez anden más
ocupados en actualizar el vocabulario en otros ámbitos que evolucionan con
mucha mayor rapidez. Sin embargo se esperaría que organismos como la FAO (la
Organización de la Alimentación de Naciones Unidas), encargada entre otras
cosas de establecer los conceptos y criterios que rigen en las conferencias
internacionales sobre clima y biodiversidad, fueran mucho más rigurosos a la
hora de determinar qué es un bosque y qué no lo es. Pues bien, veamos la
definición que del mismo hace el citado organismo:
Bosques son aquellas
tierras que se extienden por más de 0,5 hectáreas, dotadas de árboles de una
altura superior a 5 metros y una cubierta de copa superior al 10%, o de árboles
capaces de alcanzar esta altura.
Por si esto se queda corto veamos
también la definición de bosque que aparece en el Protocolo de Kyoto y otros
documentos de carácter internacional sobre cambio climático y medio ambiente,
es más extensa y dice lo siguiente:
Superficie mínima de
tierras entre 0,05 y 1 hectáreas, con cubierta de copa (o una densidad de
población equivalente) que excede del 10 al 30% y con árboles que pueden
alcanzar una altura de entre 2 y 5 metros a su madurez in situ. Un bosque puede
consistir en formaciones forestales densas, donde árboles de diversas alturas y
el sotobosque cubren una proporción considerable del terreno, o bien es una masa
boscosa clara. Se consideran bosques también las masas forestales naturales y
todas las plantaciones jóvenes que aún no han alcanzado una densidad de copa de
entre el 10 y el 30% o una altura de árboles de entre 2 y 5 metros, así como
las superficies que normalmente forman parte de la zona boscosa pero carecen de
población forestal a consecuencia de la intervención humana, por ejemplo, de la
explotación o de causas naturales, pero que se espera que vuelvan a convertirse
en bosque.
Menos mal que en la redacción no se han olvidado de mencionar "las masas forestales naturales" ni tampoco de decir que "consideran bosque las superficies sin cubierta forestal, pero que se espera que vuelvan a tenerla", aunque no nos engañemos. Detrás del frío y desoladoramente cuadriculado vocabulario propio de las administraciones y las instituciones internacionales, se esconden intenciones muy claras. Ni una palabra de la diversidad de especies vegetales, animales, de hongos u otros organismos, mucho menos de las extremadamente complejas interrelaciones que se establecen entre unos y otros y que asimismo constituyen la esencia del funcionamiento del ecosistema forestal. Ni una palabra de la titularidad de dichos espacios, si deben ser patrimonio de todos, y más concretamente de las comunidades humanas que los habitan y dependen de ellos, o si por el contrario en la definición entran también los terrenos de uso privado. Y, por supuesto, ni una palabra del enorme valor tanto ecológico como cultural que los bosques han tenido y todavía tienen en numerosas partes del mundo. Solo parecen importar los porcentajes y rangos numéricos arbitrarios, establecidos con la intención de dar un rigor matemático (y supuestamente científico) a la definición, aunque no se pueda saber qué criterios han utilizado para considerar dichos valores ¿Por qué no otros? ¿No sería igualmente válida la definición de bosque si en vez de 0,5 hectáreas fueran tan solo 0,25 o, tirando por arriba, 5? ¿Y si en vez de considerar un porcentaje de cubierta de copa mínimo del 10% lo tomamos del 40, en ese caso nos habríamos vuelto demasiado quisquillosos? ¿Por qué los árboles han de alcanzar una altura de entre 2 a 5 metros para que se considere que constituyen un bosque, por qué no mucho más?
Tal vez esas preguntas no sean
las adecuadas, tal vez debiéramos plantearnos otras. Como por ejemplo quiénes
encargaron las redacción de las definiciones que hemos visto o, mejor aún,
quiénes financiaron la elaboración de los informes en los que aparecen. Es
entonces cuando éstas empiezan a cobrar un sentido porque, según esos
criterios, la plantación de aceite de palma para la producción de biocombustible
que aparece en la fotografía sobre el presente párrafo, uno de los nuevos y
lucrativos negocios "verdes" en los que el capital financiero
especulador ha hundido sus garras, o una plantación de eucaliptos destinada a
la elaboración de pasta de papel, también se consideran bosques. De esta manera
inmensas extensiones de un monocultivo de rápido crecimiento para
aprovechamiento industrial, evidentemente propiedad de alguna gran
multinacional (que es la única que cosechará los beneficios), se equiparan a
una pluviselva tropical con millones de años de antigüedad. Ambos espacios
entran dentro del mismo concepto, son perfectamente intercambiables entre sí al
ser los dos superficies forestales dentro del marco formal y legal de los
organismos internacionales. Ni qué decir tiene qué espacio será finalmente
sustituido por el otro. La plantación esquilmadora de suelos y recursos
hídricos, que apenas si da cobijo a forma de vida alguna al estar constituida
por una única especie que además precisa de fertilizantes químicos y pesticidas
contaminantes para poder crecer a la velocidad deseada, ese "desierto
verde" como muchos lo han llamado, jamás será sustituida por una comunidad
viva de origen natural rica y compleja, más bien al contrario. Los perdedores
siempre suelen estar del mismo lado y, por desgracia, en él también se
encuentran las poblaciones de campesinos que muy a menudo se ven desplazadas de
sus tierras a causa de la insaciable codicia de las grandes corporaciones.
Por fortuna todavía es posible
escapar de las definiciones formales y carentes de alma artificialmente
elaboradas por las instituciones. Los bosques pueden seguir siendo esos lugares
mágicos y sagrados que fueron en el pasado, ese "tapiz de vida apretado
contra las arrugas de la tierra", tal y como lo describe Wenceslao
Fernández Flórez al principio de su espléndida obra "El bosque animado".
Allí donde se ocultan toda clase de criaturas misteriosas, cada una con una
historia propia que contar, donde todavía residen los viejos mitos y leyendas,
las fábulas de antaño y donde el paso del tiempo sigue un curso totalmente
distinto al que imprime nuestra desquiciada sociedad de hoy día. Los bosques
pueden seguir siendo santuarios, los templos de la vida, el lugar donde
reencontrar ese respeto perdido hacia los demás seres que comparten con
nosotros este mundo.
Artículo escrito por: El Segador
Fuente principal:
- Soberanía alimentaria. Biodiversidad y culturas (número 9, abril de 2012). ¿Qué es un bosque?, págs. 18-19.
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