Yemen. La tragedia silenciada

Ataques aéreos indiscriminados contra objetivos civiles. Un bloqueo internacional que está acabando con la población que huye de los combates. Refugiados que no tienen a donde ir. Hambre, miseria, enfermedad y atrocidades cometidas por todos los contendientes. Y mientras tanto la "comunidad internacional" mirando hacia otro lado. Nadie se apiada del destino de Yemen.

 
Búsqueda de supervivientes entre los escombros de las casas destruidas por ataques aéreos de la Coalición junto al Aeropuerto de Sana’a (Yemen). ©Bekki Frost/Oxfam
Devastadores efectos de los bombardeos saudíes sobre una
barriada de la capital yemení, Saná (Fuente: eldiario.es).
     La conocida como Primavera Árabe, que estalló en 2011, ha dejado un rastro caos, desolación y muerte por todo el Próximo Oriente. Bien se podría decir que las ansias iniciales de libertad y reforma que llevaron a cientos de miles de personas a las calles por todo el mundo árabe, se han ahogado en el fango del fanatismo, la represión, la violencia sectaria y los oscuros intereses de las grandes potencias en el marco de una lucha por el control de la región y, por extensión, de la dominación global. Esta "primavera fallida" ha tenido muchos escenarios bien conocidos: Túnez, Egipto, Libia y, por supuesto, el estremecedor conflicto sirio ¿Pero qué hay de lo sucedido en Yemen? Este país vive inmerso en una guerra civil desde principios de 2015, una contienda en la que se han implicado las naciones vecinas y, de forma más indirecta, Irán y Occidente. Poco sabemos de lo que está sucediendo allá, pero las siguientes líneas pretenden resumir los testimonios recogidos por los reporteros Peter Osborne y Nawal al-Maghafi (de los pocos periodistas extranjeros que han logrado acceder al país) y que nos muestran un desolador panorama de violencia, flagrantes violaciones de los derechos humanos y un brutal bloqueo impuesto desde el exterior que merman fatalmente las posibilidades de supervivencia de la muy castigada población. Yemen vive inmerso en una tragedia en su mayor parte ignorada, o consentida, por la Comunidad Internacional.
     
      En muchos aspectos Yemen es la excepción dentro de la península arábiga, un país que desentona con el resto. Hablamos de una república, aunque durante un tiempo fueron dos países, nacida al calor de los procesos de descolonización habidos durante la segunda mitad del pasado siglo. Una república rodeada de monarquías retrógradas. También, a diferencia de dichas monarquías, es una nación especialmente pobre porque carece de recursos petrolíferos u otras riquezas naturales. Asimismo hablamos de un territorio étnica y religiosamente diverso, con dos grandes grupos predominantes, los musulmanes suníes y los zaydíes (una variante del chiismo), así como minorías cristiana y judía. Todos estos factores aunados han hecho de la inestabilidad algo inherente al país. En su corta historia Yemen ya ha vivido dos conflictos armados con anterioridad al actual, la Guerra de Yemen del Norte (1962-1970), que instauró un gobierno republicano destronando al monarca Imam al-Badr, y la que ahora es conocida como Primera Guerra Civil de Yemen (1994), que estalló tras la unificación de 1990 y concluyó con la derrota de los separatistas del sur (que pretendían reinstaurar el antiguo régimen socialista que había gobernado Yemen del Sur entre 1967 y 1990). Con la entrada del nuevo siglo no obstante la tan ansiada estabilidad no se consolidaría. Ali Abdullah Saleh gobernaba el Yemen reunificado desde 1990 (y con anterioridad Yemen del Norte desde 1978), pero al desgaste de una presidencia marcadamente personalista, autoritaria y corrupta, se unió la muy impopular decisión de sumarse a la infame "guerra contra el terror" iniciada a principios de los 2000 por la administración estadounidense de George W. Bush. La consecuencia inmediata fue la infiltración de Al Qaeda en territorio yemení, que encontró apoyo en el sur. Y como resultado de la campaña de ataques terroristas contra intereses occidentales lanzada por esta organización, Estados Unidos respondió con el uso de drones en sus operaciones de asesinatos selectivos (contando con el consentimiento o ante la pasividad del régimen de Abdullah Saleh), que al final resultaron no serlo tanto dejando tras de sí numerosas víctimas civiles. Durante la administración Obama el uso de estos letales aviones no tripulados de alta tecnología se hizo mucho más extensivo, aumentando exponencialmente el número de víctimas inocentes de unos ataques que en realidad eran indiscriminados (ver este artículo de El Confidencial de 2015).
 
      Esto ya de por sí podría haber desembocado en una situación explosiva, pero aparte estaban las fuertes disensiones con la comunidad zaydí, mayoritaria en el norte y oeste del país. La organización Ansar Allah, más conocida comúnmente como los houthis (o hutíes), venía enfrentando al gobierno desde 2004 en su bastión de la región montañosa de Saada, en el noroeste de Yemen. Sin embargo con la renuncia en 2012 de Saleh en favor de Abd Rabbuh Mansour Hadi, tras una oleada de protestas enmarcadas en el contexto de la Primavera Árabe e iniciadas el año anterior, parecía que el diálogo entre el nuevo presidente y el líder houthi Abdul Malik conduciría a un renovado estatus quo que garantizaría la gobernabilidad. Por desgracia tras dos años de discusiones ambas partes rompieron relaciones al ser incapaces de alcanzar un consenso y retornaron las hostilidades, que desembocaron en un golpe de Estado contra Hadi, reconocido internacionalmente como el líder del país, cuando los houthis irrumpieron desde el norte tomando la capital Saná el 21 de septiembre de 2014. El proceso fue caótico y tortuoso, pues en un principio Hadi todavía se mantuvo dispuesto a compartir el poder con los houthis, a los que veía como potenciales aliados ante Islah, una facción religiosa suní relacionada con la Hermandad Musulmana y Al Qaeda. Los acontecimientos se precipitarían a partir de enero de 2015, pues en realidad las milicias zaydíes mantenían a Hadi prisionero en su palacio presidencial, el cual asaltaron el día 20 tras aliarse con el ex presidente Saleh (ahora rival de su sucesor). El acorralado dirigente no tuvo más remedio que huir, refugiándose en la otrora importante ciudad portuaria de Adén. Pero los houthis lo persiguieron hasta allí y finalmente buscó asilo en Arabia Saudí, solicitando asimismo ayuda al nuevo monarca Salmán bin Abdulaziz para recuperar el poder en su país.

     Es en este momento cuando el conflicto yemení adquiere una dimensión internacional, por mucho que los medios occidentales no le hayan prestado demasiada atención. Salmán heredó el trono de la Casa de Saud con intención de imprimir a su reinado un carácter distinto al de su predecesor, el rey Abdullah. Como la potencia que es, Arabia Saudí debía jugar un papel mucho más activo tanto a escala regional como global, lo cual se traduce en una política exterior mucho más agresiva. Salmán estrechó vínculos con Israel (ya existían intereses compartidos en Siria, ya que el régimen de al-Asad es un enemigo común), continuó fortaleciendo los tradicionales lazos con Occidente (en especial con Estados Unidos, el Reino Unido y Francia) y promovió una coalición de países árabes que intervendría en Yemen supuestamente para restablecer el orden y restaurar a Hadi en el poder. Quizá se debió a un error de cálculo, a que se subestimaron sus capacidades, pero se había dejado a los houthis llegar demasiado lejos. Especialmente porque Irán parecía estar apoyándolos decididamente. Por ese motivo Occidente se moviliza con rapidez para respaldar a sus aliados saudíes y en abril de 2015 logra que la ONU respalde un embargo de armas sobre Yemen que debía afectar exclusivamente a los opositores de Hadi (el presidente legítimo a ojos de la Comunidad Internacional, recordémoslo) y, supuestamente también, a las distintas facciones extremistas que operaban en el país. En el operativo iban a participar los saudíes y sus aliados de la coalición (Bahréin, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Egipto, Jordania, Marruecos, Sudán y Senegal) junto con unidades navales estadounidenses, británicas y francesas. Por esas mismas fechas la aviación saudí inicia una devastadora campaña de ataques aéreos sobre distintos objetivos clave con el fin de aniquilar la resistencia houthi, mientras que efectivos egipcios desembarcan en la región de Adén para asegurar el control del estratégico enclave portuario, sitiado por los rebeldes.
    
En el mapa la caótica situación en la que se encontraba Yemen en marzo de 2016. A lo largo del año anterior los rebeldes houthis, apoyados por Irán, lograron extender su influencia en la parte occidental del país, donde se ubican las principales poblaciones. El resto del territorio permanece bajo control de los partidarios del presidente Mansour Hadi y los separatistas del sur, aunque estos últimos controlan sólo algunos enclaves. Tampoco debemos olvidar la actividad de Al Qaeda, presente en buena parte del territorio yemení.    

      Como hemos dicho la intervención de la coalición árabe, firmemente respaldada por Occidente, había de restablecer el orden en Yemen terminando con el conflicto lo más rápido posible. Nada más lejos de la realidad. Tras año y medio de haberse iniciado la situación no ha dejado de empeorar hasta el nivel de catástrofe humanitaria. Desde un principio los bombardeos saudíes golpearon de forma indiscriminada tanto objetivos rebeldes como civiles, arrasando barriadas enteras en ciudades como Saná, Al Hudaydah o Saada, la principal fortaleza houthi. Al empleo de armamento nada selectivo, como bombas de racimo e incluso armas de destrucción masiva (tales como artefactos termobáricos o puede que dispositivos nucleares tácticos - tal y como denuncia la agencia de noticias Veteranstoday -), se une la utilización de tácticas absolutamente deplorables. Una de las más usadas por la aviación saudí es el llamado "doble lanzamiento", que consiste en bombardear un objetivo con una primera oleada de ataques y aguardar durante un tiempo a que los supervivientes salgan de sus refugios, esperando también a que acudan los servicios de emergencias, para lanzar un segundo ataque aéreo más devastador si cabe. Sobra decir que bombardeos de este tipo se cobran gran número de vidas inocentes y reducen a escombros innumerables viviendas, volviendo los barrios inhabitables y obligando a los supervivientes a abandonarlos. A esto debemos unir que no solo se han bombardeado edificios en zonas residenciales, sino también colegios y hospitales. Es difícil hacer una estimación de las víctimas que han dejado estos ataques. Antes de la tregua de cinco meses, establecida con motivo de las malogradas conversaciones de paz en Kuwait concluidas recientemente, Naciones Unidas calculaba que en el conflicto ya habían muerto alrededor de 10.000 personas y cerca de tres millones se han visto obligadas a huir de sus hogares, convirtiéndose en refugiados. Se estimaba asimismo que el 60% de las víctimas mortales lo habían sido a causa de los ataques aéreos perpetrados por la coalición liderada por Arabia Saudí, que habían dejado además un número muy superior de heridos. Es probable que muchos de ellos hayan fallecido después o vayan a hacerlo por culpa de la desoladora falta de medios que padece el país agravada por el embargo internacional.

En esta foto tomada en Saná en abril de 2015 se observa una enorme
columna de humo con forma de hongo. Éste se formó después de la
detonación de un potente artefacto arrojado por la aviación saudí. A
día de hoy la naturaleza del arma sigue siendo desconocida. 
     Y hablando de los refugiados, ¿a dónde se dirigen? Se calcula que apenas 200.000 han logrado escapar de Yemen, ya que los países vecinos, Omán y Arabia Saudí, muy poco hacen por acogerlos. Así que la inmensa mayoría son desplazados internos que malviven en condiciones infrahumanas en improvisados e inseguros campos de refugiados. Estos campos se encuentran a menudo en medio de ninguna parte, junto a carreteras y caminos donde se alzan gran número de míseras tiendas en cuyo interior se hacinan a veces diez o más personas, casi siempre mujeres y niños. Dada la naturaleza por completo imprevista de estos asentamientos carecen de los servicios más básicos (agua potable, comedores, retenes sanitarios...), razón por la cual la vida en ellos se vuelve extremadamente dura. Pero en las ciudades donde todavía resisten miles y miles de personas la situación no es mejor. El bloqueo naval que hace efectivo el embargo, y en el que como hemos dicho también participa Occidente, impide también la llegada a Yemen de la ayuda humanitaria. Agua, alimentos, medicinas, ropas de abrigo y otros pertrechos se ven inmovilizados y no llegan a manos de quienes más lo necesitan. El doctor Ahmed Yaya al-Haifi, médico residente en el castigado Hospital Universitario de Saná, denuncia que por culpa de todo ello se encuentran bajo mínimos en lo referente a suministros vitales (anestésicos, antibióticos y muchos otros medicamentos). Los bombardeos han matado a mucha gente, pero el embargo está acabando con otros muchos. "No son muertes naturales", lamenta al-Haifi. Mientras tanto, a pesar de las denuncias de organizaciones humanitarias e incluso de la propia ONU, la Comunidad Internacional parece mirar hacia otro lado. Quién sabe si se reaccionará cuando miles empiecen a morir inanición o continuarán ocultando lo que está sucediendo en el país árabe.

      Pero la complicidad de Occidente con los crímenes perpetrados por el fanático régimen feudal saudí va mucho más allá. Las evidencias se pueden constatar, sin embargo se niega la mayor aduciendo que la intervención de la coalición se encuentra dentro del marco de la legalidad. Tanto el Foreign Office británico como la Secretaría de Estado estadounidense aseguran haber llevado a cabo investigaciones "independientes" para tratar de esclarecer si los saudíes y sus aliados habían cometido crímenes de guerra en Yemen. Y como resultado de las mismas ya concluyó repetidas veces en noviembre de 2015 el ahora ex secretario de asuntos exteriores británico Philip Hammond que "no hay ninguna prueba de que se haya violado el derecho humanitario internacional". Entretanto tanto su país como otros muchos, incluido España, han realizado ventas multimillonarias de armamento a Arabia Saudí (una cifra estimada de 9.300 millones de dólares en 2015). Dichas ventas han supuesto un incremento, sólo durante el pasado año, de casi un 10% en el volumen del mercado internacional de armas (ver ¿Qué país está detrás del alza mundial de compras de armamento?). Nadie compra una cantidad tan ingente de material bélico si es que no espera involucrarse en una guerra y, desde luego, los vendedores han cosechado pingües beneficios ¿Qué motivo hay para dejar de ganar tanto dinero? Pero aún hay más. El pasado enero el ministro de exteriores saudí Adel al-Yubeir reconoció en rueda de prensa que "tenemos oficiales estadounidenses y británicos y de otros países en nuestro centro de mando y control (de operaciones en Yemen). Conocen la lista de objetivos y saben lo que estamos y no estamos haciendo". Difícil ser más claro, por mucho que desde Londres, por ejemplo, continúen negándolo todo. Estados Unidos por su parte sí reconoce la presencia de asesores militares en Arabia Saudí y su implicación en la coordinación de las operaciones militares. Ambos países además bloquearon una iniciativa en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU para que se investigara debidamente lo que estaba sucediendo en Yemen.

      Quizá lo peor de todo es que todos los bandos enfrentados están cometiendo abusos contra la población civil y reiteradas violaciones de los derechos humanos. No hay donde esconderse. Obviemos el ejemplo de Al Qaeda, que en este caso actúa bajo la misma bandera que Daesh (el infame Estado Islámico), pues bien sabemos que estos fanáticos no tienen remedio. Sin embargo los rebeldes houthis tampoco se quedan cortos en lo que a atrocidades se refiere. La ONU ha reportado innumerables abusos contra civiles, entre ellos el uso de prisioneros como escudos humanos y el reclutamiento forzoso de niños soldados. La milicias expolian a la depauperada población en las regiones que controlan, para así abastecerse ellas mismas de alimentos y otros pertrechos. Además Ansar Allah practica un tipo de guerra igualmente indiscriminada, bombardea sin miramientos las posiciones que desea tomar sin tener en consideración la presencia de civiles y persigue o elimina de manera sistemática a opositores y críticos a su régimen allá donde llega. Su lema, que puede verse por todas partes en pancartas o pintadas en las poblaciones bajo su control, no deja demasiado margen de dudas: "Dios es grande. Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, malditos sean los judíos. Victoria para el Islam". No es muy distinto a lo que pueden proclamar los terroristas de Daesh o Al Qaeda, si bien en este caso desde la perspectiva chií patrocinada por el régimen teocrático de Teherán. La suya es una visión retrógrada y fundamentalista del mundo que no deja prácticamente ningún espacio para las libertades personales, los derechos humanos y, mucho menos, el progreso de las mujeres. Amparados por Irán y ahora también por Rusia (ambas potencias estrechan sus vínculos para hacer frente común en Oriente Medio) los houthis bien pueden resistir vehementemente la presión de la coalición saudí durante bastante tiempo, el suficiente como para convertir Yemen en un atolladero del que será difícil escapar sin una solución negociada. Mientras tanto pagarán los de siempre y su atroz sufrimiento será ignorado por el resto del mundo.   


 
Artículo escrito por: El Segador


Para saber más:

Una inmensa catástrofe está asolando Yemen; es hora de que el mundo despierte (Peter Osborne y Nawal al-Maghafi).


 

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