Algo no funciona cuando suceden matanzas incomprensibles como la de Niza. Tampoco cuando vemos que la tensión racial se dispara en Estados Unidos, un problema que parecía resuelto. Las sociedades disfuncionales terminan generando individuos disfuncionales y, con ello, la tragedia está servida.
Con toda seguridad caerán más bombas sobre lugares desolados en Oriente Medio y el norte de África, las medidas restrictivas y el control sobre la ciudadanía se incrementarán y, una vez más en nombre de la seguridad, se nos dirá que es necesario aceptar más recortes en nuestros derechos y libertades. Francia lleva bajo el estado de emergencia desde noviembre del año pasado, cuando tuvieron lugar los sangrientos ataques en París, y ahora se anuncia que dicha situación se va a prolongar indefinidamente. Visto lo visto, ¿de qué ha servido? Luego va y un sociópata desquiciado, qué importa si actuando en solitario o formando parte de una célula organizada, puede superar con toda tranquilidad los controles policiales y acceder con un vehículo de gran tonelaje a un lugar donde se concentraba un gran número de personas. Me importa un bledo lo que apareciera en esas webs yihadistas que tanto nos muestran en televisión, si el asesino de masas de Niza si inspiró o no en la "segadora definitiva" que presuntamente aparece en ellas. Tampoco me parece especialmente interesante que, dentro del camión que usó como arma homicida, hubiera banderas del Daesh, fotos de Bin Laden, de otros atentados anteriores, o de la madre que lo parió. Todo eso no son más que detalles superfluos. La primera cuestión esencial es que los dispositivos de las fuerzas de seguridad fallaron cuando precisamente más falta hacían, ya que de no haber sido así la masacre se hubiera evitado o, por lo menos, el balance de víctimas sería muy inferior.
Y todo esto, no debemos olvidarlo, en un país cuyas calles estaban en teoría tomadas por la policía para evitar males mayores. Hay ciertas cosas que no encajan. El presidente Hollande, y su lugarteniente en el gobierno el primer ministro Manuel Valls, que de socialistas ya sólo les queda el nombre (o tal vez ni eso), no dudaron en sacar a los antidisturbios a la calle cuando las grandes movilizaciones cívicas de la Nuit debout y las protestas estudiantiles y sindicales se alzaron contra su antisocial, y muy neoliberal, contrarreforma laboral; amén de reivindicar una profunda reforma de las decrépitas instituciones. No hubo el menor problema a la hora de cargar con violencia contra la ciudadanía comprometida, argumentando como escusa que el estado de emergencia todavía seguía vigente y ese tipo de concentraciones no estaba permitido. Represión y contrarreformas neoliberales van siempre de la mano. En cambio cuando tuvo lugar la Eurocopa, en medio de lo que se suponía que iba a ser el mayor despliegue policial de la historia de Francia, vimos como hordas de borrachos energúmenos (ya fueran ingleses, rusos o incluso galos) libraban batallas campales en las calles de Marsella que se prolongaron durante horas (ver como ejemplo el siguiente vídeo en YouTube) ¿Qué diablos hacía la policía para impedir los altercados? Da la impresión de que existe la orden de actuar con máxima contundencia en unos casos y hacerlo cuando no queda más remedio en otros. En Niza, nuevamente, se intervino demasiado tarde y todos pudimos ver los catastróficos resultados. Por cierto, muchas de las víctimas eran musulmanas (ver esta noticia en Público).

Con todo el monstruo no podía seguir creciendo, se estaba haciendo extremadamente peligroso y, tampoco lo olvidemos, gracias a la nada desdeñable contribución de Rusia e Irán, pasó de la ofensiva a la defensiva. A lo largo del último año Daesh no ha hecho más que perder territorios en Irak y Siria, así como también perdió algunos enclaves emblemáticos (Palmira, Faluya). Es posible que su final, como Estado en sí, se encuentre próximo. Pero esta gente no desaparecerá así como así, si lo de implantar un califato no funciona probarán con otra cosa y en otras partes del globo. El caso es seguir acaparando protagonismo, que los medios no dejen de hablar de ellos y de la aterradora amenaza que suponen. Y a decir verdad en lo que respecta a Francia disponen de materia prima más que de sobra como para inspirar más carnicerías. Hacia el año 2005 vivían en ese país más de 6 millones de musulmanes (ver datos en Wikipedia), aproximadamente el 6% de toda la población. En la mayoría de los casos estamos ante una comunidad no suficientemente integrada, habitantes de los barrios periféricos, marginados, olvidados y degradados. En estos suburbios el desempleo, la falta de expectativas, la pobreza, la delincuencia y la conflictividad racial se combinan en un cóctel explosivo. Allí habitan franceses que no son franceses, pues sus conciudadanos blancos, que suelen ocupar los barrios más acomodados, a menudo no los ven como tales. El perfil de sujetos como Mohamed Lahouaiej, el autor de la matanza en Niza, tiende a repetirse demasiado. Un individuo crecido en ambientes marginales, con un historial delictivo a sus espaldas, a menudo con problemas de abuso de alcohol o drogas y, obviamente, una personalidad inestable y de tendencias violentas. Ahora vemos que cualquier sujeto de estas características puede terminar buscando su oportunista redención sumándose a la yihad en el último momento. Para Daesh todo vale con tal de seguir siendo el centro de atención, incluso reivindicar las salvajadas que perpetre cualquier colgado solitario con un cuchillo, un hacha, un bate de beisbol o una caja de cerillas y un bidón de gasolina. Hay que seguir figurando que para eso vivimos en una cultura mediática e interconectada al cien por cien.
¿Y seguimos preguntándonos cómo puede existir gente como el tal Lahouaiej? Simplemente porque nuestra sociedad la fabrica a patadas. El proyecto de deconstrucción neoliberal emprendido en Occidente ha debilitado fatalmente las capacidades asistenciales de las administraciones públicas, exacerbando las desigualdades y descomponiendo el tejido social. El nihilismo y la frustración resultantes, nacidos de ese choque entre la realidad que vivimos y las expectativas que nos inculcan (el culto al consumismo y la cultura de la competitividad, esa imagen del éxito en base a la promoción individual, el dinero, el lujo y la obsesión por acaparar bienes materiales), pueden terminar generando monstruos. Esto es tanto más cierto cuando hablamos de personas que no se sienten integradas, que tienen dificultades para asumir determinados valores que no consideran como propios y que terminan por ello discriminadas. No existe proyecto serio alguno a la vista que busque solucionar estos problemas, que pretenda cortar de raíz el mal trabajando en las comunidades con jóvenes y niños a edades tempranas, no al menos a una escala europea. No, las únicas respuestas son más represión, más control del individuo a todos los niveles, menos libertades y, por supuesto, la propagación de la xenofobia, más concretamente de la islamofobia. Pero odiar y perseguir a los musulmanes no es ningún proyecto, porque el odio no sirve para construir nada, tan solo destruye. Una espiral descendente que terminará hundiéndonos en un pozo de miseria.
Los abusos de agentes disfuncionales terminan generando la respuesta visceral y de odio de justicieros también disfuncionales, todo muy normal ¿Cómo cortar el círculo vicioso de acciones y reacciones? Desde luego no por donde vamos, amplificando más las desigualdades, reduciendo el papel del Estado al de mero vigilante-represor mientras nos olvidados de su función de amparo. Hay que ser realmente muy iluso para pensar que la conflictividad racial en Estados Unidos, o la amenaza de los lobos/locos solitarios "pseudoislamistas" en Europa, va a desaparecer con más policía por todas partes, más restricciones a la libertad de los ciudadanos o llenando las cárceles de marginados. En todo caso eso nos hará más mezquinos, mediocres y esclavos de nuestros miedos y prejuicios. Si lo presión no deja de aumentar antes o después alguna costura terminará saltando, es sencillamente inevitable. Es de esperar que sucesos truculentos como los de los últimos días se sigan reproduciendo, porque en una sociedad disfuncional como la que estamos creando los individuos disfuncionales se multiplican. Se hace necesario reconducir la situación, hacer las cosas de una manera totalmente distinta a como se han hecho hasta ahora. Porque de lo contrario seguiremos permanentemente atrapados en el fango.
Juan Nadie
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