Brexit. Segundas lecturas

La victoria del llamado Brexit en el referéndum celebrado en el Reino Unido abre muchos interrogantes acerca de la viabilidad del proyecto europeo ¿Qué es lo que está sucediendo? ¿En realidad va a cambiar algo o seguiremos más o menos como estamos?


Resultado de imagen de brexit reino unido       Éste ha sido un fin de semana de resacas electorales y referéndums, cuyos resultados habrán satisfecho a unos, decepcionado a otros, sorprendido a más de uno y dejado indiferentes a muchos más de los que nos pensamos. Yéndonos al contexto internacional la noticia que ha sacudido la actualidad ha sido, sin lugar a dudas, la victoria, un tanto ajustada pero victoria, de la opción que apoyaba la salida del Reino Unido de la UE en el referéndum celebrado el pasado jueves 23 de junio. A saber, lo que los medios han bautizado como Brexit (por la "Br" de British y el exit de "salida"). Mucho era lo que se había escrito al respecto antes del día de la dichosa consulta y muchísimo más es lo que se está escribiendo y opinando ahora, viendo como uno de los socios más notables de la Unión abandona el club y deja a los demás, aparentemente perplejos, para que se apañen con lo que tienen. Se habla abiertamente de fracaso del proyecto europeo, del auge al calor de la crisis del populismo y el ultranacionalismo más retrógrado, del rechazo a los migrantes que ha movilizado el voto xenófobo (claramente contrario a la permanencia en la UE) y por supuesto del "hecho diferencial" británico, aquello de que los hijos de la Gran Bretaña siempre se han creído especiales y han mirado a los demás por encima del hombro, satisfechos de vivir a su manera en su gran isla, sin cambiar de moneda o sistema de pesas y medidas, conduciendo al revés que los demás y anclados a sus vetustas y rancias instituciones y al té de las cinco ¿De verdad esas han sido las causas de la victoria del Brexit? Y mucho más importante ¿Qué va a cambiar a partir de ahora?

       Se puede achacar el resultado a un repunte de lo que algunos analistas han denominado como un "pensamiento provinciano o tribal" estancado en ideas más propias del pasado, que no del siglo XXI. El aumento de la xenofobia, muy especialmente de la islamofobia, un fenómeno común a buena parte de Europa, quizá haya influido también. Pero analizando debidamente los resultados, más si lo hacemos estableciendo una diferenciación regional, descubrimos algo que no ha tenido tanta repercusión en los principales medios. En primer lugar destaca el holgado triunfo del voto en favor de la permanencia en la Unión en Escocia, que se ha situado por encima del 60%, cuando en el computo general de todo el Reino Unido el Brexit ha quedado un poco por debajo del 52%. Esto ya de por sí muestra un escenario del ruptura interna y puede dar alas a los separatistas escoceses, hasta el punto incluso de forzar una segunda consulta por la independencia, pues ha sido el mayor peso demográfico de Inglaterra el que ha decantado la balanza a favor de la salida de la UE.
 
       Pero a parte de todo eso hay algo mucho más importante que subyace en el fondo de estos resultados, algo que no es exclusivo de los británicos. Una vez más si realizamos un análisis por regiones descubrimos algo muy interesante. Dentro de la propia Inglaterra el voto a favor de la permanencia ha vencido claramente en el sur, muy especialmente en Londres y su extensísima área metropolitana, lo que popularmente se conoce como el London planet. En cambio en las regiones eminentemente industriales del norte y el oeste, en ciudades como Manchester, Liverpool o Leeds, así como también en el País de Gales, el triunfo del Brexit ha sido casi apabullante ¿Qué nos dice esto? Podemos pensar que es debido al hecho de que en la gran capital la gente tiene un carácter mucho más abierto y es más cosmopolita, mientras que en otras partes del país predomina ese pensamiento provinciano y atrasado del que hemos hablado. Pero seguramente esa no sea la explicación. Las regiones más reacias a la Unión son precisamente las que más duramente han sido castigadas por las contrarreformas neoliberales que empezaron a implementarse durante los gobiernos Thatcher en la década de los 80. Dichas contrarreformas han implicado la destrucción del tejido económico y social en todas estas áreas trayendo como resultado desempleo, precariedad, pérdida de derechos sociales y laborales y marginación. Son las áreas deprimidas de Inglaterra, donde se han pagado los platos rotos de la austeridad convertida en dogma por parte del establishment de la UE. Por contra en el London planet una parte importantísima de la actividad económica gira en torno al gran centro financiero de la ciudad-estado de la City, que de facto siempre permaneció al margen de todo, regida según sus propias reglas (ver Agujeros negros fiscales). Dado que en los últimos tiempos Bruselas ha centrado sus esfuerzos en mimar especialmente al sector financiero, no es de extrañar que quienes viven de él no quieran desvincularse de la Unión. Y éste no es sólo un divorcio a escala regional, pues tiene una marcada dimensión social. En toda Gran Bretaña han sido las clases más pudientes y acomodadas, estrechamente relacionadas con la élite económica, las que más firmemente han apoyado la permanencia. Por contra entre las clases trabajadoras y más desfavorecidas el voto contrario ha cosechado un gran éxito.

       Esta desconexión entre las élites y el resto de la población no es algo exclusivo del escenario británico. El rechazo a la UE, a sus instituciones y, muy especialmente, a su manera de gestionar la crisis que arrastramos desde 2008, que ha dado como resultado la precarización y empobrecimiento progresivos de buena parte de la sociedad, se ha ido extendiendo entre las clases populares de todo el continente. Son estas clases las que ven a los altos burócratas de Bruselas como unos sujetos demasiado alejados de lo que sucede en la calle, totalmente ajenos a sus necesidades e insensibles ante el sufrimiento que provocan sus decisiones arbitrarias. Y por supuesto también los ven como una élite privilegiada que se llena los bolsillos mientras la gran mayoría pasa por dificultades. Y este rechazo ha sido un cambio más que significativo en no pocos países. Se puede entender que el apoyo a la UE se encuentre bajo mínimos en lugares como Grecia, donde sólo el 27% de la población tiene una opinión favorable respecto a la misma (según datos de la encuesta Pew). También es comprensible en España, donde el apoyo ha pasado del 80% en 2004 a únicamente el 47% en la actualidad. A fin de cuentas son los países del sur de Europa quienes más han sufrido las asfixiantes políticas de austeridad impuestas de forma completamente antidemocrática. Sin embargo la pérdida de apoyo a la Unión también pasa factura en Francia, donde las opiniones favorables ya parten solamente del 38% de la población, e incluso en Alemania (el centro de gravedad de toda la estructura), donde el apoyo ha caído hasta el 50%. De hecho sólo es en algunos países del este europeo, de más reciente incorporación y donde todavía pesa el recuerdo de la dominación soviética, donde la imagen positiva de la UE se preserva de manera mayoritaria.

      Todo esto nos dibuja un panorama realmente desolador, mostrando que el caso británico no es ni mucho menos excepcional. No sería de extrañar que, si se hicieran consultas similares en otros países miembros, los resultados fueran similares. Bruselas tiene un problema. El carácter crecientemente autoritario de sus decisiones en materia económica, dominadas por el fundamentalismo del libre mercado, choca frontalmente con la tradición democrática de la que pretende ser garante. Y ambas cosas son incompatibles. Porque el neoliberalismo ha debilitado con gran éxito la estructura interna de los Estados, transfiriendo buena parte de ese poder y riqueza a las trasnacionales y el sector financiero. Sin embargo, y he aquí el mayor de todos los peligros, ha fracasado estrepitosamente a la hora de construir un modelo social alternativo que garantice la estabilidad. Tal vez ni tan siquiera pensaron en ello, o tal vez no les ha empezado a preocupar hasta ahora. Pero el resultado es una creciente desestabilización a todos los niveles y no sólo en el terreno económico. El hecho de que en España se hayan tenido que repetir las elecciones, algo sin precedentes en la historia de su reciente democracia, y que ni aun así esté garantizada la gobernabilidad, es un buen ejemplo de lo que estamos hablando. Y no podemos olvidar que esta ruptura entre las élites acaparadoras de riqueza y privilegios y el grueso de la población puede tener efectos indeseables. En los países del Sur, como España y Grecia, una parte importante del descontento popular ha sido recogido por partidos situados a la izquierda del espectro político (caso de Syriza o el más reciente de Podemos), que en uno y otro caso han sido recibidos con feroz hostilidad por parte del establishment y los potentes grupos mediáticos a su servicio.

Resultado de imagen de ukip
Cartel propagandístico del UKIP. Donde se equipara la
UE y sus políticas con el desempleo crónico. 
       Sin embargo en otros países, especialmente en el Norte mucho más desarrollado, la deriva ha tomado precisamente el sentido contrario. En estos casos ha sido la extrema derecha ultranacionalista, xenófoba y populista la que ha canalizado hacia sí el descontento de las clases humildes y trabajadoras. Sin ir más lejos ahí tenemos el ejemplo del UKIP (siglas del "Partido por la Independencia del Reino Unido" en inglés) o el mucho más consolidado Front national de Jean-Marine Le Pen en Francia. Ambas formaciones, y otras de corte similar a lo largo y ancho del continente, han cosechado importantísimos apoyos sumando a los elementos ya clásicos de su discurso (nacionalismo exacerbado, defensa de las tradiciones, rechazo al inmigrante, islamofobia...) otros de corte digamos que "antisistema", quizá más propios hasta ahora de la izquierda radical. Es una hábil maniobra populista para acaparar el voto del descontento, pues ellos se venden ahora como la principal alternativa al establishment, que está acabando con la prosperidad de Europa, deslocaliza industrias para llevarlas a países lejanos para abaratar al máximo los costes y permite la entrada de hordas de inmigrantes que no hacen sino deteriorar más y más el tejido social del continente. Su éxito es también el fracaso definitivo de la vieja y apolillada socialdemocracia, cuyo divorcio con las clases trabajadoras parece ya irreversible. El motivo no es otro que la deriva neoliberal que han tomado estos partidos de la izquierda tradicional europea, lo cual los ha aproximado y mucho a las élites y los ha alejado por completo de la calle. El electorado de izquierdas nunca perdona estas cosas y, en no pocos lugares, los partidos progresistas están atravesando una crisis identitaria sin precedentes. Todo esto, al fin y al cabo, no es más que el perfecto caldo de cultivo para una situación explosiva ¿Qué ocurrirá si una nueva recesión, que parece inevitable antes o después, viene a golpear la raquítica recuperación económica que experimentan los países de la Unión? Incluso hasta en las democracias más consolidadas la inestabilidad puede alcanzar cotas insospechadas.

      Por otra parte y como hemos visto el grueso de la población va por un lado, pero las élites siguen su propio camino ¿Qué quiere decir esto? Pues que como el Brexit es algo que no les interesa, a partir de ahora harán todo lo posible para minimizar sus efectos y que los cambios queden reducidos a mera operación de maquillaje. Después de todo ésa es la forma de pensar de los fundamentalistas neoliberales, la democracia está para soslayarla mediante oscuras maniobras a puerta cerrada en los despachos. El discurso del miedo no ha cuajado del todo en el referéndum pero puede dar sus frutos de otra manera a partir de ahora, pues para muchos la amenaza del colapso de la Unión está más cerca y los medios de masas no dejarán de bombardearnos con su catastrofismo alarmista. Las bolsas se hunden, inestabilidad en los mercados, la recuperación económica amenazada, incertidumbre política, la caída de la libra hará que el número de turistas británicos se desplome y así un largo etcétera. Sin embargo el proceso que se abre ahora va a ser largo y tortuoso y no se iniciará hasta que el Reino Unido no solicite su salida formal de la UE, algo que por supuesto todavía no ha ocurrido. A partir de ahí se abre un plazo de negociación que durará como mínimo unos dos años, si es que la cosa no se complica y el Consejo Europeo no acuerda una prórroga que alargaría las cosas mucho más ¿Ahí terminaría todo? Por supuesto que no. En caso de que se alcanzara un acuerdo en un plazo máximo de dos o tres años, algo que no es tan sencillo, habría que renegociar el nuevo encaje del Reino Unido en el espacio europeo, sobre todo en lo que a acuerdos comerciales se refiere. Y ahí la cosa se podría alargar mucho más, pues este tipo de negociaciones suelen durar de media unos cinco años. Sumando unas cosas y otras, y teniendo en cuenta que las decisiones no se harían efectivas hasta que los acuerdos no sean efectivamente implementados por las administraciones respectivas, hablamos de un proceso que se podría prolongar entre 10 y 15 años, sino incluso más. Resumiendo, es imposible saber de antemano el resultado de tan largas y complejas negociaciones y seguramente en el terreno económico y comercial los cambios van a ser poco significativos porque eso no le interesa a nadie. Mientras tanto los británicos seguirán siendo ciudadanos de la UE. Nada nuevo bajo el sol.

       Para concluir, ¿qué efectos tendrá sobre España el Brexit? Es de esperar que a corto plazo prácticamente ninguno. Por mucho que los medios de propaganda al servicio de las élites no paren de asustar y asustar para que nos acomodemos a sus intereses, no es imaginable que los turistas británicos huyan en desbandada para no volver. Más sabiendo la terrible imagen de inseguridad que proyectan otros destinos del Mediterráneo que compiten con nosotros, como Túnez, Turquía o Egipto. El caos yihadista que devora el Medio Oriente y el norte de África nos ha favorecido como lugar de vacaciones seguro y tranquilo y de momento eso tampoco va a cambiar. Tampoco cambiará que muchos españoles, en especial jóvenes, se marchen a Gran Bretaña para aprender el idioma y buscar trabajo. Todo lo más el éxodo laboral se incrementará, sobre todo sabiendo que Mariano Rajoy (o en su defecto alguien de confianza dentro del partido) continuará en la Moncloa otros cuatro años. Las relaciones que mantenemos con los británicos pueden ser mejores o peores, en ocasiones hasta un tanto conflictivas, el contencioso sobre Gibraltar siempre como telón de fondo. Pero ni eso ni su salida de la UE impedirán que ellos sigan viniendo hacia aquí (para pasar su jubilación, trabajar, descansar o emborracharse) y nosotros sigamos yendo hacia allá. Y he aquí una de esas cosas curiosas que sirven para desmontar tópicos, que como suele ocurrir casi siempre son falsos. El número de británicos que reside en España (aproximadamente unos 760.000) es muy superior a la cifra de españoles que viven en el Reino Unido (alrededor de 200.000). Y, contrariamente a lo que se podría pensar, la gran mayoría de ellos, hasta casi el 80%, no responde a la típica imagen del extranjero jubilado y con una acomodada posición económica que viene a nuestro país a disfrutar de un retiro dorado (ver este artículo del 2014 de Diásporas Magazine). En su mayor parte se trata de personas en edad laboral que han venido a España en busca de mejores oportunidades, en busca de un trabajo. Una parte son empresarios que se asientan aquí para poner en marcha un negocio, pero muchísimos otros no, son simplemente inmigrantes aunque, eso sí, bastante cualificados ¿Qué academia de idiomas, ya sea una franquicia o un pequeño negocio de barrio, no presume de contar entre su personal docente con un profesor o profesora de inglés nativo/nativa? El idioma les abre muchas puertas laborales a los británicos que vienen a España, probablemente más de las que tienen si se quedan en su país, donde hablar inglés a la perfección no supone ningún hecho diferencial. Algo que ni el Brexit ni ninguna otra cosa podrá cambiar a corto o medio plazo. Así que no nos alarmemos tanto. Ya estén dentro o fuera de la Unión nuestros amigos británicos, eso tampoco marcará especialmente la diferencia.


Kwisatz Haderach
                                                
                   
Para saber más:
 

No hay comentarios:

Deja un comentario Tu opinión interesa

Comentarios sujetos a criterios de moderación.