Siria. Una historia diferente

Sucedió en Afganistán. Luego se repitió en Irak y Libia y, finalmente, parecía que Siria iba a ser la siguiente. Pero en este país la historia ha sido diferente. A día de hoy todavía resiste a la oleada de "caos constructivo" que se ha llevado por delante a otras naciones ¿Cómo lo ha conseguido?


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Soldados del Ejército Árabe Sirio enarbolando una foto del líder
del país durante la celebración de una de sus últimas victorias.  
      En la década de los 90 del pasado siglo Libia e Irak eran dos países del mundo árabe gobernados con mano de hierro por dos dirigentes, Muamar el Gadafi y Saddam Husein, surgidos del panarabismo nacionalista, originalmente laico y de inspiración socialista, que pareció imponerse en la región durante el periodo de descolonización que siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial. Sus regímenes tenían muchos elementos en común con el de la familia al-Ásad que gobernaba Siria desde comienzos de la década de los 70. Eran autoritarios y fuertemente represivos, sí, aplastando con violencia toda forma de disidencia política, cercenando la libertad de expresión y mostrando un muy escaso respeto por los derechos humanos. También eran regímenes marcadamente personalistas, que se apuntalaban en torno a la figura del omnipresente líder, algo que en el caso de la Libia de Gadafi alcanzó cotas de un delirante histrionismo. No en balde en Occidente todos estos países alcanzaron fama de ser dictaduras terribles, cuando no una amenaza para la seguridad y el orden mundial, como el durante años ampliamente demonizado régimen de Saddam Husein.
Sin embargo y a pesar de todo estas naciones también se caracterizaban por otra cosa, en su seno una vida medianamente decente era posible. Había paz y estabilidad porque un gobierno firme las imponían, de manera que la mayoría de la población podía desarrollar sus actividades cotidianas con relativa normalidad. Trabajar, tener un negocio o cursar estudios superiores eran aspiraciones alcanzables incluso para las mujeres. Una red de servicios públicos más o menos desarrollada cubría las necesidades básicas en materia de sanidad, educación, vivienda, etc. La miseria, el hambre y la violencia sectaria eran lacras que podían ser contenidas y, a pesar de todo, las minorías étnicas y religiosas (chiíes, cristianos, alauíes, sufíes...) podían coexistir con la mayoría suní.
     
      Pero todo esto fue antes de que los "halcones" neoliberales de Washington y sus secuaces europeos comenzaran a trazar sus particulares planes de dominación para Oriente Medio. La importancia geoestratégica de la región resultaba crucial y el nuevo siglo auguraba el fin de ciertos regímenes considerados caducos, así como también poco dados a inclinarse ante los intereses de Occidente. Debían ser sustituidos o, cuanto menos, eliminados. Así fue como tuvo lugar la ominosa invasión de Irak en la primavera de 2003, liderada por Estados Unidos en coalición con otras muchas naciones "aliadas". El régimen de Saddam Husein fue destruido, pero los agresores no trajeron ni mucho menos ninguna de las cosas que supuestamente habían de traer para mejorar la vida de los iraquíes. A los males crónicos de esta parte del mundo, corrupción, falta de libertades y nulo respeto por los derechos humanos, se sumaron muchísimos otros. La opresión y violencia arbitrarias de los invasores contra la población civil vinieron acompañadas del desmoronamiento de casi todas las estructuras del Estado. Los desórdenes y la violencia sectaria se dispararon, seguidos del fanatismo religioso más retrógrado, que vino de la mano de un gran número de terroristas (tanto nacionales como extranjeros) que parecieron surgir por doquier de la noche a la mañana para cometer salvajes atentados por todo el país. Por mucho que nadie lo reconozca oficialmente, Irak dejó de existir como tal a partir de ese momento. Las minorías fueron barridas por toda esta violencia (ver Memorias de un cristiano iraquí: "En Irak sólo queda el éxodo" - El Mundo -), muchos no tuvieron más remedio que huir y aquellos que se quedaron vieron como su nivel de vida se hundía hasta los niveles más degradantes de miseria. Ni libertad, ni prosperidad, ni democracia asomaron por el horizonte. Sólo quedaba un país saqueado y en ruinas que se iba desgajando en porciones más pequeñas.

     Con todo el coste de una invasión directa resultó demasiado oneroso para Washington y sus acólitos y todavía quedaban más países por destruir. Recurrir a intervenciones indirectas resultaba más económico en todos los aspectos, no se arriesgaba la vida de tantos soldados por ejemplo, y los resultados podían ser similares. La lógica del "caos constructivo" para el Medio Oriente, ideada en origen por asesores de gran peso entre las élites estadounidenses como Zbigniew Brzezinski, debía imponerse para salvaguardar la supremacía anglo-norteamericana en Eurasia. Ésta es la lógica que subyace detrás de las llamadas revoluciones de colores, destinadas a desestabilizar o derrocar regímenes que no fueran afines o a los que ya no interesaba apoyar. Y ésta es la lógica que subyace también detrás de la Primavera Árabe que se extendió por toda la zona a partir de 2011. En contadísimos países, como por ejemplo Túnez, el proceso fue relativamente rápido y poco cruento, con el sátrapa de turno depuesto y una transición medianamente democrática. En otros, como Egipto, fue una mera operación de maquillaje pseudodemocrático; tras un aparente cambio de régimen un tirano, Mubarak, fue sustituido por otro, el general Abdelfatah al-Sisi, y la represión y la censura se intensificaron. Y aún en otros, como Bahréin, la ola de protestas fue brutalmente abortada con rapidez con la ayuda de los saudíes y la "primavera" se marchitó cuando apenas sí había comenzado a brotar.

     Pero sucedió que en algunos casos las protestas populares degeneraron en violencia generalizada que el régimen en cuestión no logró sofocar, por lo que terminó estallando una guerra civil. Y ello no fue casual, porque en esos casos había poderosos intereses externos que apoyaban la insurgencia. Una cosa ha de quedar clara. Ninguna revolución o alzamiento armado puede prosperar en la actualidad si a él no se suman elementos de las fuerzas armadas o los rebeldes no reciben ayuda desde el exterior, generalmente bajo la forma de envíos de armas, asesores, financiación y cobertura logística y de Inteligencia. Así fue como pudo ser derrocado el régimen de Gadafi en Libia en 2011 tras meses de caóticos enfrentamientos. Las turbas armadas que se oponían al líder libio nunca hubieran logrado su objetivo de no ser por la intervención aérea puesta en marcha por la OTAN, tras la imposición de una zona de exclusión a mediados del mes de marzo, en virtud de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU en la que China y Rusia dieron su brazo a torcer confiando en las "buenas intenciones" de Occidente. En esta suerte de guerra híbrida los rebeldes, que contaban entre sus filas con numerosos fanáticos yihadistas que acudieron de todas partes del mundo árabe e incluso también desde Europa, avanzaban mientras los cazabombarderos y buques de la coalición (en la que Francia y el Reino Unido tuvieron un papel destacado) les allanaban el camino destruyendo a las obsoletas y limitadas aviación y divisiones blindadas leales a Gadafi. La superioridad tecnológica y de medios de Occidente resultó una vez más determinante para acabar con un enemigo que estaba aislado y que además sólo contaba con armamento anticuado y en unas condiciones de mantenimiento ciertamente deficientes. Libia fue otro experimento, pero acabó casi exactamente igual que Irak, sumida en el desgobierno y la violencia permanentes. Más leña que añadir al fuego del "caos constructivo" y una segunda intervención en ciernes (ver esta entrada de Diario octubre).        

Tratando de repetir la jugada

En la imagen los efectos de los bombardeos sobre un barrio de la
ciudad siria de Alepo.
     Fue también en 2011 cuando una oleada de protestas y graves disturbios sacudieron las ciudades más importantes de Siria. Una vez más todos los elementos estaban presentes. En primer lugar un régimen enemistado con Occidente y sus principales aliados en la zona, el Estado sionista de Israel, la dictadura feudal y teocrática de Arabia Saudí, otras monarquías totalitarias del Golfo y Turquía, miembro de la OTAN y puente entre Occidente y Oriente Medio. En segundo lugar la compleja realidad étnica y religiosa siria, que se prestaba al afloramiento de enfrentamientos sectarios entre los distintos grupos que coexistían en el país (suníes, kurdos, alauíes, chiíes, cristianos, drusos...). En tercer lugar el contexto de la región, con una desestabilización creciente, el avance del extremismo islamista y un pulso en aumento entre las distintas potencias tanto regionales como internacionales. Bashar al-Ásad había heredado el gobierno de su padre Háfez y estaba más que dispuesto a preservar el poder, de ello incluso dependía la supervivencia de la comunidad alauí, a la que su familia pertenece. Pero no lo iba a tener nada fácil, puesto que poderosas fuerzas hostiles ya se habían puesto en marcha con intención de derrocarle. No se trata de valorar la calidad democrática del régimen de al-Ásad, que es inexistente, sino el hecho de que existan dictaduras que merezcan ser destruidas (arrasando ya de paso con el país y su población) y otras a las que hay que apoyar sin fisuras. En los cálculos de Occidente Siria entraba en el primer grupo pero el régimen saudí, abominable donde los haya, forma parte del segundo de manera incuestionable. Los franceses dan ejemplo de ello concediéndole la Legión de Honor al príncipe heredero de la gran monarquía feudal y extremista (ver la siguiente noticia de El Mundo).

     Durante las primeras fases del conflicto las cosas no pintaron especialmente bien para las fuerzas gubernamentales y sus aliados, es más, todo parecía indicar que lo sucedido en Libia se repetiría en Siria y al-Ásad sería pronto defenestrado. Los datos pueden variar en función de las fuentes, pero entre 100.000 a 200.000 mercenarios y extremistas se han infiltrado en el país a lo largo de los cinco años que ya dura la contienda. En su mayor parte han sido reclutados, adiestrados y armados por Arabia Saudí, Qatar, Turquía o incluso Estados Unidos, que decía estar apoyando a "rebeldes moderados", mientras Jordania e Israel permitían además su circulación en dirección a Siria a través de su territorio. Fruto de esta estrategia, que se extendía también a Irak, se propició la ascensión del Daesh o Estado Islámico, que rápidamente se apoderaría de varias provincias sirias e iraquíes. No se entiende cómo una horda de descerebrados que creen estar librando una guerra santa puede apropiarse de tanto territorio sin suministros, cobertura y asesoramiento por parte de expertos militares que los adiestraran, por ejemplo, en el manejo modernos sistemas antitanque y antiaéreos como el BGM-71 Tow (estadounidense), el Milan-2 (franco-alemán) o los lanzamisiles portátiles MANPADs (estadounidenses). La guerra moderna requiere muchísimo más que salir al campo de batalla pegando tiros como un loco con un viejo fusil. Son necesarias una adecuada logística, técnicas de información y contraespionaje, un adecuado control de las rutas de suministro e infraestructuras auxiliares (centros de adiestramiento, arsenales, talleres de mantenimiento y reparación de vehículos y armamento, depósitos de combustible, estaciones de comunicación, posiciones fortificadas tanto en superficie como subterráneas...), entre otras cosas. Las victorias militares se trabajan también entre batalla y batalla, cuando las armas callan y otros factores entran en juego.

Yihadistas extranjeros ganan 1.400 dólares al mes por combatir en Siria, según informe
Terroristas del Estado Islámico desfilan exhibiendo armamento
capturado a las fuerzas de al-Ásad.
    En Siria mercenarios y yihadistas gozaron de todo eso para librar su guerra asimétrica. No eran desde luego unos grandes combatientes, pero eran muchos, disponían en parte de armas modernas, también de experimentados asesores (como los miembros de las fuerzas especiales turcas Bordo Bereliler, los "boinas granates") y ellos y sus suministros podían moverse con absoluta libertad y en ambas direcciones a lo largo de las fronteras turca y jordana (justo lo contrario que los refugiados que huían de los horrores del conflicto). De hecho el predominio de extranjeros entre las filas mercenarias y terroristas ha sido abrumador, ya que sólo un 5% de sus integrantes son sirios; aquí obviamente no se tienen en cuenta los miembros de las milicias kurdas del norte y el oeste del país, que en un principio se alzaron en armas también contra el régimen. Gracias a toda esta confluencia de factores, y también gracias a su desmedida crueldad, Daesh, al-Nusra y otros grupos armados fundamentalistas tomaron rápidamente la iniciativa frente a las fuerzas gubernamentales. Se hicieron fuertes en numerosos puntos del país y construyeron amplias redes de túneles y búnkeres subterráneos para mantenerse a salvo de los bombardeos de la artillería y la aviación del ejército sirio, así como para lanzar ataques relámpago sobre posiciones desprevenidas. Pronto se harían también con armamento pesado y vehículos tomados al enemigo conforme las fuerzas del régimen retrocedían incluso en desbandada.

     El Ejército Árabe Sirio no estaba inicialmente preparado para responder a una agresión de estas características. Disponía de equipos y armamento anticuados que no pudieron ser debidamente sustituidos a causa de los embargos impuestos a partir de 2005 por parte de la llamada Comunidad Internacional, fundamentados en la injerencia siria en el Líbano. Debido a ello la gran mayoría de los soldados gubernamentales carecían de chalecos antibalas y sus cascos, QGF-02 de fabricación china, eran de mala calidad. Además de eso el armamento estándar de las unidades de infantería consistía en los viejos y muy conocidos fusiles AK-47, lanzagranadas RPG-7 y misiles antitanque tipo 9K111 Fagot, todos equipamientos un tanto obsoletos. Para complicar más las cosas no existían unidades especializadas de francotiradores, fundamentales en las operaciones de guerrilla urbana y otros contextos similares, y las divisiones blindadas y la fuerza aérea tampoco estaban preparadas para resultar efectivas en una guerra asimétrica como la que se estaba librando. Los viejos tanques T-55 y T-72, en su día importaciones soviéticas, eran especialmente vulnerables a las emboscadas tendidas por los mercenarios con modernas armas anticarro, porque carecían de contramedidas y tampoco operaban apoyados por brigadas de infantería que reconocieran previamente el terreno para "limpiarlo" de elementos hostiles. Muchos de estos vehículos se averiaban o resultaban dañados por los ataques, y como las fuerzas gubernamentales ni tan siquiera disponían de medios para repararlos, eran abandonados y caían en manos enemigas, para ser usados en ocasiones como piezas de artillería fijas que defendían posiciones fortificadas. Por su parte la aviación siria, equipada principalmente con cazas MiG-23 y cazabombarderos polivalentes Su-24 de los años 70, se veía obligada a realizar incursiones a baja altura porque sus anticuados sistemas de guiado de bombas y misiles eran imprecisos y, una vez más, eso los ponía al alcance de los medios antiaéreos MANPADs. Utilizar helicópteros para arrojar bidones explosivos sobre probables objetivos terroristas fue una solución desesperada para salir del paso, además de mostrarse ineficaz y brutalmente indiscriminada.        

     En este estado de cosas parecía que a finales de 2013 el régimen de al-Ásad tenía los días contados. La masacre de Guta, un suburbio de Damasco que fue atacado con armas químicas presuntamente por fuerzas leales al gobierno, iba a ser la "línea roja" empleada como justificación para la imposición de una zona de exclusión aérea en el cielo sirio, facilitando así una nueva intervención de la OTAN. El régimen contaba con el apoyo de voluntarios de la guerrilla libanesa Hezbolá y además todavía disponía de los reservistas, si bien más de 100.000 habían huido de sus hogares por temor a los yihadistas, que no mostraban compasión con los prisioneros y los ejecutaban cruelmente. Nada de eso serviría para hacer frente a las poderosas y ultramodernas fuerzas navales y aéreas de Estados Unidos y sus aliados, que actuarían en combinación con los ejércitos terroristas emulando lo sucedido en Libia. En el verano de 2014 los estadounidenses ya realizaban misiones aéreas en Siria, supuestamente para combatir al Estado Islámico y sin tener demasiado en cuenta las necesidades de Damasco. Eso no impidió sin embargo que los terroristas siguieran ganando terreno, que sus convoyes cargados de petróleo exportado ilegalmente viajaran con toda tranquilidad hacia Turquía o que esos mismos convoyes regresaran a Siria con armas, pertrechos y nuevos mercenarios con idéntica impunidad. Entretanto los aviones de la coalición internacional sí encontraban la precisión necesaria para destruir (¿accidentalmente?) centrales eléctricas y otras infraestructuras bajo control del régimen.

Nueva correlación de fuerzas en el escenario sirio

     No obstante algo sucedería que trastocaría los planes originales de Washington. En otoño de 2013 Rusia medió intensamente para neutralizar la inminente intervención occidental, apuntándose un primer tanto al lograr el compromiso de al-Ásad de desmantelar todos sus arsenales químicos. Había mucho en juego y el equilibrio de fuerzas en la región trascendía a todo el tablero global. Irán ya se había implicado en el conflicto, enviando asesores y voluntarios para reforzar las posiciones gubernamentales y suministrando asimismo drones del tipo Shahed-129 para misiones de reconocimiento. Junto a los persas el Kremlin redoblaría su apoyo a Damasco de forma cada vez más abierta, no hay que olvidar que la única base naval rusa por entonces operativa en el Mediterráneo se encontraba en el puerto sirio de Tartus. El régimen de al-Ásad siempre había sido un firme aliado y, después de la anexión de Crimea y la crisis ucraniana, Vladimir Putin parecía más que dispuesto a demostrar su fuerza haciendo regresar a Rusia al escenario internacional como la gran potencia que siempre había sido. Tampoco hay que olvidar que China también estaba detrás para apoyar su posicionamiento. Esta vez el gobierno sirio no estaba solo y eso habría de cambiarlo todo.

Cazas rusos escoltan a un bombardero Tu-160
Un tándem letal. El gran bombardero estratégico ruso Tu-160 (apodado el "cisne blanco" por su aspecto) es escoltado por un
moderno caza interceptor Su-30 durante una operación aérea sobre Siria.
     Muchos analistas supusieron que Rusia no se atrevería a intervenir directamente en Siria, limitando su contribución al suministro de armas y al envío de asesores. Pero en el verano de 2015 los militares rusos ya estaban acondicionando la base Jmeimim para sus futuros operativos. Los ataques comenzaron a partir del 30 de septiembre y en ellos fueron empleados los novedosos cazabombarderos Su-34, uno de los aviones de combate más poderosos y efectivos del mundo. En las campañas aéreas se han empleado también helicópteros de ataque Mi-24, bombarderos Tu-22M y los más poderosos Tu-160, aviones de ataque a tierra Su-25, así como misiles crucero de alta tecnología clase 3M-54 Kalibr, lanzados por corbetas de la flotilla del Mar Caspio o desde cruceros como el Moskva (que opera en aguas del Mediterráneo). Aparte de eso el despliegue militar ruso incluía sistemas de detección, interoperabilidad y guerra electrónica avanzados y totalmente automatizados denominados en su conjunto C-41 (ver El dispositivo militar de Rusia en Siria es impenetrable para la OTAN), destinados a crear una zona de exclusión que abarca la tercera parte del territorio sirio y que resulta infranqueable para cualquier otra fuerza aérea. Tras el derribo del Su-24 por parte de Turquía el 24 de noviembre, en respuesta a una supuesta violación de su espacio aéreo, el despliegue se amplió con el envío de los sistemas antiaéreos de última generación S-400, así como de sus homólogos en dotación naval los Pantsir-S1, que blindarían más si cabe los cielos de la zona.
 
    La intervención rusa ayudó a cambiar las tornas en el conflicto, ahora los objetivos mercenarios y terroristas sí eran bombardeados con profusión y sus convoyes ya no podían viajar impunemente y eran constantemente interceptados. La intensificación de los ataques aéreos trajo consigo una mayor destrucción y el aumento de bajas civiles, así como del flujo de refugiados que huían en dirección a Turquía y Europa. Pero lo más destacado de todo ha sido el significativo fortalecimiento del Ejército Árabe Sirio, que ahora no solo goza de la cobertura aérea de Moscú, sino que también está recibiendo remesas de armamento de última generación y el asesoramiento de expertos militares iraníes (brigadas al-Quds) y rusos (los reconocidos instructores spetsnaz). Con ellos llegaron los nuevos equipamientos: visores nocturnos Baighis, trajes de camuflaje ignífugos, modernos chalecos antibalas y cascos de kevlar, fusiles de asalto AK-74M y AK-104 (que incorporan dispositivos lanzagranadas), ametralladoras Pecheneg y misiles y lanzagranadas antitanque 9M113 Konkurs y RPG-29. Ahora las fuerzas especiales sirias, como los llamados "leones protectores" de la 4ª división mecanizada, se encuentran debidamente equipadas y formadas. Junto a ellos se han creado cuerpos específicos de francotiradores, equipados con modernos fusiles de precisión y largo alcance con mira telescópica como el Orsis T-5000 de 7,62 mm. Y por supuesto tampoco debemos olvidar la contribución de Hezbolá, cuyos milicianos también han sido pertrechados por Rusia y que ya gozan de una dilatada experiencia en operaciones de infiltración y guerrilla urbana.
 
tanque de guerra T-90 y T-34
En la imagen el carro blindado de fabricación rusa T-90,
enviado también a la intervención en Siria.
    Finalmente cabe destacar que las fuerzas gubernamentales también están recibiendo vehículos y piezas de artillería avanzados y que sus viejos bombarderos Su-24 han sido modernizados para incorporarles sistemas de armas y guiado de nueva generación, lo cual les permite operar a gran altura, incluso de noche, a salvo de los lanzamisiles portátiles en manos de los mercenarios. Los modernos blindados T-90 rusos, dotados de defensas activas y reactivas (que neutralizan a la mayor parte de las armas anticarro de la actualidad), ya están en el teatro de operaciones sirio. Por el momento son operados principalmente por tripulaciones iraníes, a la espera de que los equipos sirios, que ahora emplean T-72 reformados y reforzados, estén preparados para manejarlos. También ha habido mejoras significativas en los equipos de recuperación, mantenimiento y reparación, de manera tal que ahora los vehículos y piezas de artillería inutilizados por el enemigo ya no se abandonan y pueden estar de regreso a la acción rápidamente. Y para dar cobertura a las fuerzas de infantería y las divisiones blindadas el Ejército Árabe Sirio cuenta ahora con nuevas armas devastadoras, como el lanzacohetes TOS-1 Buratino, capaz de lanzar una salva de 24 proyectiles, con cabeza explosiva termobárica, en menos de diez segundos. Gracias a todo ello las fuerzas gubernamentales han cosechado avances muy significativos a lo largo de los últimos meses, adelantando sus posiciones hacia las fronteras turca y jordana, cortando las rutas de abastecimiento de los terroristas, estrechando el cerco sobre los barrios de la ciudad de Alepo que todavía no controlan y concentrando efectivos para sus ofensivas sobre Palmira y Raqqa, bastiones del Daesh (ver el espía digital).
 
    ¿Qué nos demuestra todo esto? Básicamente que Washington no podrá librar otra de sus guerras bananeras en suelo sirio. La presencia rusa, incluso una posible participación china (ya en 2015 Moscú y Beijing realizaron maniobras navales conjuntas en el Mediterráneo) y, sobre todo, la reorganización y modernización del Ejército Árabe Sirio han terminado imponiendo un nuevo equilibrio. En Siria se está librando una guerra mundial a pequeña escala con todas las potencias regionales e internacionales presentes y enfrentadas entre sí en una suerte de compleja interrelación. Y eso lo cambia todo, complicando todavía más el escenario. A partir de ahora cada actor en liza deberá afrontar el peso de sus propias contradicciones. Estados Unidos para empezar, que siempre ha sostenido que intervenía para destruir al Estado Islámico, cuando no hacía nada para neutralizar el descarado apoyo que Turquía y Arabia Saudí (incluso también Israel) le prestaban a los terroristas, al tiempo que continuaba suministrando armas y asesoramiento a los que consideraba "rebeldes moderados". La Unión Europea más de lo mismo, mostrando además la indecencia de presumir ser un baluarte de derechos y libertades, cuando al mismo tiempo le cierra las puertas a miles de refugiados que huyen precisamente de las guerras de dominación neocolonial iniciadas por Occidente. La Rusia de Vladimir Putin también, que dice acudir a Siria para combatir el terrorismo y no para salvar al régimen de al-Ásad, cuando esto último es precisamente su mayor prioridad. Y el propio al-Ásad para finalizar, que ahora pretende erigirse como una adalid frente a los terroristas, cuando también ha estado practicando una política de terror durante todos estos años. Es probable que el futuro de Siria esté ya casi enteramente en manos de su ejército y no de su líder, pues es el primero el que ha de salvar al segundo. Hay muchas incertidumbres y seguramente el conflicto todavía se prolongará como mínimo un par de años más.
 
 
M. Plaza
 
           
Para saber más:

El caos constructivo de EE.UU en Oriente Medio (Tercera Información).
Siria se enfrenta a miles de mercenarios extranjeros (Sputnik news).
Robert Fisk: "El único bombardeo que parece que funciona en Siria es el de los rusos" (La Tercera).
El regreso del Ejército Árabe Sirio (Red Voltaire).



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