Mártires medioambientales

El reciente asesinato de la líder indígena hondureña Berta Cáceres pone de relieve la existencia de un colectivo generalmente ignorado, el de los mártires medioambientales.


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En la imagen Berta Cáceres, activista medioambiental y líder indígena
asesinada el pasado 6 de marzo.
     El perfil casi siempre suele ser el mismo. Líder campesino, sindical o indígena de un país en vías de desarrollo que se enfrenta a las autoridades, generalmente corruptas, locales o estatales y al poder de una o varias trasnacionales por defender los derechos de su comunidad y la tierra en la que ésta vive. Muchas veces y sin ser plenamente conscientes de ello su lucha, que lo es por preservar el modo de vida tradicional de su gente, se convierte en una batalla por la defensa del entorno natural en el que estas comunidades viven y del que dependen por completo. El arraigo a la tierra y a todo lo que en ella habita, parte intrínseca de su carácter y sus tradiciones culturales, se transforma entonces en un activismo medioambiental beligerante, lo cual les coloca en el punto de mira de esos poderes codiciosos que tan sólo ansían apropiarse de ese territorio para explotarlo y consumirlo. La historia se repite y normalmente acaba siempre de la misma manera. Unos sicarios cualesquiera son los encargados de realizar el trabajo sucio, de ejecutar la orden indirecta de eliminación, dictada con discreción en algún importante y alejado despacho. Crímenes destinados a infundir terror y acallar protestas para que la maquinaria de la devastación continúe imparable devorándolo todo. Crímenes como los asesinatos del histórico sindicalista y activista medioambiental brasileño Chico Mendes (22 de diciembre de 1988) o el muchísimo más reciente de Berta Cáceres, líder indígena tiroteada en su casa mientras dormía el pasado 6 de marzo por oponerse al megaproyecto hidroeléctrico de Agua Zarca, que tienen previsto llevar a cabo el gobierno hondureño y las compañías Sinohydro Corporation Limited (de capital chino) y Voith Hydro Holding GmbH & Co. (de capital alemán).

     En demasiadas partes del mundo el activismo medioambiental se paga demasiado caro, frecuentemente con la vida. Y lo que es peor, prácticamente siempre, hasta en el 99% de los casos, los asesinatos quedan impunes. Desde 2002 más de un millar de activistas medioambientales y líderes indígenas, sindicales o campesinos han encontrado una muerte violenta por el mismo motivo. Su lucha se había convertido en un enfrentamiento contra aquellos que pretendían destruir el entorno natural en el que vivían las comunidades a las que ellos y ellas representaban. Y es una lucha por regla general muy desigual, humildes comunidades nativas o campesinas frente a gobiernos o gigantes trasnacionales de la minería o la industria. Desigualdad e impunidad suelen ir de la mano y es por eso que las no pocas víctimas de estos conflictos silenciados proceden de lugares apartados, regiones deprimidas que no suelen captar la atención de los grandes medios. Países como Brasil, Colombia, Honduras, Perú, México, Filipinas, Tailandia o la India se encuentran a la cabeza en la lista negra de este tipo de crímenes. No es nada casual, a los poderosos intereses políticos y económicos, se unen amplias zonas vírgenes todavía sin explotar según los estándares de nuestra civilización depredadora y desquiciadamente consumista.

     Sólo hacen falta unos gobiernos con tendencias autoritarias y proclives a plegarse a los intereses de las grandes corporaciones, o proclives a dejarse corromper con demasiada facilidad, para iniciar la destrucción y el expolio de entornos antes prístinos y ricos que sostenían a comunidades saludables. Pero allá donde la codicia quiera hundir sus garras siempre habrá gente que se levantará. Es lo que se ha venido a llamar Blockadia, un amplio movimiento transversal y de base que se extiende allí donde los parajes vírgenes se ven amenazados. Una lucha por la tierra, por quienes la cultivan siguiendo técnicas tradicionales para sustentarse. Una lucha por el agua, por los ríos, para mantenerlos limpios y saludables y así poder beber de ellos, poder regar los campos o practicar una pesca sostenible. Una lucha por los bosques, para que sigan existiendo y mantengan esa biodiversidad que es fuente de infinidad de productos únicos y valiosos (frutos y alimentos de todo tipo, aceites esenciales, principios activos de medicamentos...), útiles no sólo para quienes habitan en ellos, sino también para toda la humanidad. Una lucha al fin y al cabo llevada por gentes sencillas que se enfrentan a poderes en apariencia muy superiores. Madres, abuelas, pequeñas comunidades indígenas, campesinos que cultivan pequeñas parcelas de tierra, pescadores tradicionales, artesanos... Unas y otros frente a las excavadoras, frente a las alambradas, frente a los escudos, porras y botes de humo de los antidisturbios, frente a los disparos de los sicarios, frente a la guerra sucia que se libra en las cloacas del sistema capitalista y que pretende criminalizarlos como si ellos y ellas fueron el verdadero problema.

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Cartel reivindicativo de la comunidad mapuche temucuicui (Chile), durante
unas jornadas de protesta en defensa de la autogestión de sus tierras.
    Porque si una cosa caracteriza a Blockadia es que es un activismo que no ha surgido mayormente de los grandes movimientos ecologistas articulados en los países ricos, como lo fueron por ejemplo las campañas en contra de la energía nuclear o contra la caza industrial de ballenas. Blockadia no se arroga la defensa del ecologismo tal y como se ha entendido tradicionalmente, en parte desconectado de otras reivindicaciones sociales, es un movimiento que lo integra todo: la defensa del medio ambiente, de los derechos y libertades de las comunidades afectadas, de sus tradiciones y formas de vida y, cómo no también, de la libertad y la dignidad entendidas de forma general. Prescinde de ese grandilocuente discurso de "salvemos el planeta Tierra", para pasar a defender la tierra, en minúsculas, la que pisamos día a día con nuestros pies y de la hemos vivido durante incontables generaciones. El planeta no necesita que lo salvemos de nada, es el ser humano el que ha de salvarse de sí mismo. Y de esa filosofía surgieron líderes como Mendes o Cáceres, que supieron articular la defensa de los derechos e intereses de sus comunidades con el activismo medioambiental, creando asociaciones indígenas y sindicatos de campesinos y trabajadores que se oponían abiertamente a los grandes proyectos extractivos y de explotación que se erigían frente a sus hogares. Eran peligrosos porque sabían muy bien lo que querían y eso no era algo que se resolviera con acuerdos a puerta cerrada en los grandes despachos, tal y como se resolvían muchos contenciosos con organizaciones conservacionistas "tradicionales" de Norteamérica o Europa. Pero también eran especialmente vulnerables. Lo eran porque procedían de ese Sur que no suele centrar los focos de atención, de la Amazonia, de Centroamérica, del sudeste asiático, incluso del África subsahariana. Allí donde no hay visibilidad hay indiferencia, y recurrir a la represión brutal, incluso al asesinato político, resulta factible. Los grandes poderes políticos y económicos saben que tienen margen de maniobra en ese caso.

     Y en toda esta impunidad, en todo asesinato y toda injusticia, nosotros, los ciudadanos normales y corrientes del autodenominado Norte rico, tenemos parte de culpa. Tal vez se deba a la simple ignorancia, aquello de que "ojos que no ven, corazón que no siente", pues estamos hablando de conflictos que nos resultan lejanos y que nunca suelen copar titulares. Pero la verdad es que cada vez que compramos muebles a buen precio en una gran cadena fabricados con madera procedente del Amazonas, cada vez que adquirimos piña enlatada cultivada en una macro explotación erigida sobre terreno deforestado, o gambas ultracongeladas criadas en piscifactorías intensivas emplazadas en antiguos manglares, cada vez que renovamos artículos de electrónica cuyos componentes contienen el funesto coltán de sangre, cada vez que hacemos cualquiera de esas cosas pensando únicamente en lo que nos ahorramos en la compra del producto, estamos contribuyendo sin saberlo a aumentar la cifra de mártires medioambientales. Contribuimos asimismo a la aniquilación de todos esos pequeños universos, inmensamente ricos en su diversidad y únicos en sí mismos, contribuyendo además a la destrucción de sus pobladores, tanto humanos como no humanos. Es por ello que resulta preferible, siempre que sea posible, apostar por el comercio justo y la soberanía alimentaria. Más que una cuestión económica es una cuestión de principios y ello conlleva un sacrificio, todas las causas lo requieren.

     Pero los pequeños gestos también son importantes. Acudir a la verdulería de barrio de toda la vida y no a una gran superficie, o adquirir productos manufacturados localmente y no de importación, ayuda a contener la oleada depredadora, contribuyendo asimismo a la creación de numerosos puestos de trabajo que la economía globalizada ha destruido. Y a pesar de todo Blockadia también ha cosechado sus éxitos, cada día más. De los más de 300 conflictos ambientales existentes en el mundo, "zonas de sacrificio" según el lenguaje neoliberal, alrededor del 17% se han resuelto por el momento con la paralización del proyecto lesivo respectivo fruto de las movilizaciones y la presión social de las poblaciones afectadas. Quizá no sea mucho pero es un principio. La lucha de las comunidades mapuche enclavadas en el Alto Bio Bio (Chile), contra los proyectos de las represas Pangue y Ralco ejecutados hacia el 2000, resulta paradigmática. "Esta tierra es mapuche y la tenemos que recuperar", afirmaba la anciana líder local, "ñaña" Anita, en referencia al expolio sufrido por su pueblo. Ella representa el espíritu vivo de Blockadia. A pesar de la devastación medioambiental, los desplazamientos forzosos, la represión y violencia policiales, a pesar de todo lo que se ha perdido con el paso de los años, la lucha sigue y siempre habrá alguien que continuará resistiendo.


Juan Nadie
 
      
Para saber más:

Welcome to Blockadia! (occupy.com).
Blockadia: los nuevos guerreros por la Tierra (La marea).
Asesinados por defender la tierra (Público).

 

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