Sobre los muertos que importan y los que no

Nuevamente los atentados en París traen a Europa una muestra de la violencia fanática en su versión más descarnada. Pero también ponen de manifiesto que dicha violencia, cuando tiene lugar en otras partes, nos estremece e importa mucho menos.



Aunque sea una broma sórdida y de mal gusto, este mapa muestra que, dependiendo de dónde ocurran, los occidentales vemos las tragedias de distinta forma. Cuanto más alejadas estén las víctimas de nuestros patrones culturales, y también de nuestro nivel económico, menos identificados nos sentimos con ellas y menos lamentamos lo que les ocurre (Fuente: cinismoilustrado.com). 

       A estas alturas es mucho lo que ya se ha dicho acerca de lo sucedido este fin de semana en París y, con toda seguridad, oiremos mucho más a lo largo de toda la semana. Sobra decir también que cualquier ataque indiscriminado contra civiles, suceda donde suceda, es algo por completo repudiable e inaceptable. Asimismo resulta igualmente obvio que mostrar el debido apoyo y solidaridad hacia las víctimas de una tragedia de estas características es algo necesario, además de una muestra de empatía y civismo hacia aquellos que en estos momentos están sufriendo. Dejando bien claro todo esto no es necesario recrearse más en la secuencia de los atentados y en el balance de víctimas, que con toda probabilidad seguirá aumentando. Ahora bien, lo que también me está llamando y muchísimo la atención estos días es lo increíblemente selectivos que podemos llegar a ser en Occidente con nuestras muestras de dolor y empatía, que repartimos generosamente con aquellos que sentimos muy próximos, escatimando al máximo en cambio dichas muestras en otros casos. Sí, los atentados yihadistas en la capital gala nos han conmocionado, mientras los medios de comunicación de masas amplifican todo lo que pueden la magnitud de lo sucedido y, en cierto modo, alimentan el estado de psicosis colectiva en relación a la amenaza terrorista. "Es un crimen contra la Humanidad", repiten una y otra vez. "Todos debemos estar unidos en esta lucha contra la barbarie", añaden al cabo. "Cualquiera podría ser el siguiente", rematan para finalizar. Pero, ¿a quién se refieren cuando hablan de "todos" o de "cualquiera"? Si lo ocurrido en París es un crimen contra la Humanidad, ¿acaso cosas parecidas que suceden en otras partes no lo son? No dejo de tener la impresión que hay un doble rasero en este tipo de declaraciones.

      Y digo esto porque, antes de los ataques de este fin de semana, el fundamentalismo criminal del Estado Islámico acababa de perpetrar un par de salvajadas de similares características. Hablamos en primer lugar del atentado contra el vuelo Airbus de la compañía rusa MetroJet del pasado 31 de octubre, cuando dicho aparato estalló en mil pedazos en el cielo egipcio con 224 personas a bordo como resultado de la explosión en su bodega de carga de un artefacto con 1,5 kg de TNT. Y en segundo lugar hablamos también de los atentados suicidas en Beirut la pasada semana, que se saldaron con 41 víctimas mortales y más de 200 heridos, los más graves desde el fin de la guerra civil en Líbano. Y por supuesto no debemos olvidar que lo que sucedió en París la noche del viernes, ha venido pasando todos los días en Siria o Irak desde hace años sin que nos haya preocupado en exceso hasta hace bien poco, cuando los efectos concomitantes de tan atroz conflicto terminan por salpicarnos. Es entonces cuando saltamos de la comodidad de nuestros sofás y nos estremecemos pensando: "¡Dios mío!, ¿cómo hemos llegado a esto? ¡Hay que buscar una solución!". Pero incluso así seguimos sin empatizar del todo con esas otras víctimas. Los minutos de silencio, las lágrimas derramadas, las banderas a media asta, las programaciones especiales en los informativos, las manifestaciones de repulsa, las flores y las velas encendidas que se acumulan en las aceras, las declaraciones de condena y solidaridad (y también alguna que otra diarrea mental) en las redes sociales... Nada de eso suele ir dirigido a los muertos de nacionalidad rusa, libanesa, siria o iraquí. Esos no son nuestros muertos, no los sentimos como propios y su desgracia se nos antoja como algo más lejano y que nos atañe mucho menos; todo y que son víctimas de la misma clase de violencia. Es más, en algunos casos más que como víctimas vemos a esas otras personas como un problema e incluso una amenaza a nuestra seguridad. El caso de los refugiados sirios resulta paradigmático. El doble rasero vuelve a actuar con total impunidad.

      Recuerdo una vieja canción de la veterana banda de rock andaluza Reincidentes que decía algo como: "Mil muertos en Asia en incidente racial, dos picolos menos, ¡masacre!". En mi opinión dicha estrofa resume muy bien la actitud occidental respecto a las tragedias, en especial cuando hablamos de conflictos armados. Mostramos una indiferencia y frialdad increíbles hacia el sufrimiento y horror que padecen millones de personas en todo el mundo, pero en cambio estamos hipersensibilizados y nos afecta muchísimo cualquier tragedia que suceda en lo que consideramos nuestro entorno. Matanzas que tienen lugar en países alejados, que muchas veces ni tan siquiera sabemos ubicar en un mapa o cuyo nombre pronunciamos con dificultad, apenas si merecen un breve comentario en los informativos en caso de que lo merezcan. Pero si los crímenes suceden en Nueva York, Londres, París, Madrid o, en definitiva, cualquier ciudad de Occidente o de un país rico y desarrollado culturalmente afín, quedan grabados en nuestra retina como recuerdos estremecedores que los medios se ocuparon de cubrir con la amplitud suficiente. Clasificamos a las víctimas humanas en categorías, desde aquellas que merecen nuestra máxima consideración y cuya muerte nos resulta casi insoportable, hasta esas otras cuya vida consideramos sólo un poco más importante que la de una cucaracha. Normalmente no se dice con estas palabras porque es políticamente incorrecto, pero de modo inconsciente son muchos los que piensan así.

       Esto no es más que una forma de racismo soterrado, una actitud mezquina y egocéntrica que a menudo se esconde detrás de manifestaciones grandilocuentes, y por qué no decir hipócritas, como la proclama "Libertad, Igualdad y Fraternidad" que tanto se está repitiendo estos días ¿Libertad, igualdad y fraternidad para quién? ¿Para los niños y jóvenes sirios que sobrevivieron a las atrocidades de la guerra y que ahora se pudren en los campos de refugiados? ¿Para aquellos que intentan llegar hasta Europa buscando una vida mejor y tratamos como a criminales, cuando no directamente casi como a animales? ¿Para los miles de víctimas inocentes de los ataques con drones perpetrados por Estados Unidos y otras intervenciones militares occidentales? ¿No es esto también una forma de terrorismo? ¿No es un crimen contra la Humanidad? Todo depende de esos factores que influyen en la empatía que sintamos hacia esas personas. Nacionalidad y color de piel, así como las señas de identidad culturales y religiosas, son muy importantes. Cuanto más se parezcan sus formas de vivir y pensar a las nuestras tanto mejor, si no la víctima cae hasta las categorías inferiores de consideración. Influye también el nivel económico, ya que los ricos siempre han importado mucho más que los pobres. Asimismo tiene su importancia la relación que Occidente tenga con el gobierno del país respectivo, ya que lo que le pueda suceder a las gentes de Irán o Rusia, con los que no nos llevamos especialmente bien, no nos preocupa tanto. Y por supuesto importa la naturaleza de la tragedia. Las víctimas de desastres naturales, algo más bien neutro, suelen despertar compasión generalizada sean de donde sean. En cambio a las víctimas de los bombardeos de la OTAN, o de la codicia criminal de alguna compañía trasnacional occidental, es mejor silenciarlas o relegarlas a la última categoría. De esta manera la gradación de la visibilidad que tengamos de unas y otras puede variar de cero a cien como si de una tabla habláramos.

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Arriba mapa donde se muestra el origen del mal, los Acuerdos de Sykes-Picot. Concluida la Primera Guerra Mundial las potencias europeas vencedoras, Gran Bretaña y Francia, terminaron repartiéndose los territorios del desmembrado Imperio Otomano en dominios coloniales y áreas de influencia en función de sus intereses políticos y comerciales exclusivos. En la mayor parte de los casos las demandas árabes fueron menospreciadas y el resultado fue una división arbitraria de Oriente Medio en Estados artificiales. 

       Y ahora quisiera añadir una reflexión en relación a los atentados en París. He podido escuchar en boca de diferentes personalidades públicas que lo sucedido nada tiene que ver con la Religión. No estoy de acuerdo, en mi opinión la Religión tiene muchísimo que ver con todo esto. El adoctrinamiento lobotomizante que es capaz de crear a esa especie de zombis asesinos que son los terroristas suicidas, es algo que históricamente han sabido hacer muy bien ciertas religiones. El discurso religioso tiene mucho de pensamiento acrítico, aceptación de dogmas sin cuestionarse en absoluto el por qué de las cosas, aprendizaje automático de ritos y consignas, fe ciega en los argumentos más irracionales e incluso absurdos y, en definitiva, todo aquello que trasforma a los individuos en seres fácilmente manipulables e incapaces de pensar por sí mismos. También tiene mucho de excluyente, ese confrontar a "nosotros" contra "ellos", los que no pertenecen a tu comunidad y manifiestan unas creencias equivocadas, pues sólo puede haber una verdadera. Una vez más dividiendo a los seres humanos en categorías, fieles e infieles, buenos creyentes y herejes, religiones civilizadas y salvaje paganismo...

       No tengo nada en contra de aquellos que profesan su fe sin exaltarse en exceso y manteniendo el debido respeto hacia otras creencias y formas de pensar; después de todo están en su derecho como cualquier otro hijo de vecino. Sin embargo con demasiada frecuencia la Religión se ha desviado hacia el "lado oscuro". Podemos hablar de las Cruzadas o la Inquisición, pero yéndonos a los tiempos actuales tenemos el fascismo islámico del Daesh y Al Qaeda, a todos esos islamófobos que rebuznan consignas como "Europa cristiana y nunca musulmana", el enquistado conflicto entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte (algo latente y todavía sin solucionar), el ultranacionalismo religioso y supremacista de los colonos extremistas judíos (que agreden y asesinan niños palestinos por mandato de Yahvé), la irracionalidad de los grupos creacionistas y los literalistas bíblicos (defensores de aplicar literalmente las leyes y modelos sociales que se reflejan en el Antiguo Testamento) de Estados Unidos, el inmovilismo y la homofobia (por poner sólo algún ejemplo) de amplios sectores de la jerarquía católica e incluso las ignoradas atrocidades cometidas por el Ejército de Resistencia del Señor (grupo terrorista ugandés, que practica el fundamentalismo cristiano, y que ha asesinado a miles de personas en ese país). Parece mentira que en pleno siglo XXI tengamos que lidiar con cosas como estas que parecen más propias de la Edad Media. Bien merece la pena visitar portales como el de la Fundación Richard Dawkins, biólogo evolucionista de reconocido prestigio y firme defensor del ateísmo militante, para sopesar lo que pueden ofrecernos dos formas de pensamiento, la religiosa y la racional, totalmente contrapuestas. 

       Para finalizar dos cosas más. La primera es que hay que condenar sin paliativos la barbarie del fundamentalismo islamista, manifestando nuestra solidaridad y apoyo hacia las víctimas. Pero esto debe incluir necesariamente a TODAS las víctimas de esta forma de violencia sin distinción alguna, especialmente a aquellas que viven en países musulmanes, con enorme diferencia los que más sufren esta lacra. En segundo lugar quiero referirme a todas esas declaraciones incendiarias que se vienen reproduciendo estos días, lanzadas en su mayor parte por voceros y "machos alfa" varios de la Derecha más xenófoba y retrógrada, y que vienen a decir más o menos que "hay que bombardear a esos cabrones" hasta no dejar títere con cabeza. Un momento, ¿no es eso precisamente casi lo único que hemos estado haciendo en unos cuantos países desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York? Bueno no, también se han practicado centenares de secuestros y llevado a toda esa gente a prisiones secretas donde, sin la menor garantía legal, se las ha sometido a torturas y todo tipo de vejaciones. Aparte de eso también hemos sumido en el caos a Afganistán, Irak, Libia y Siria entre otros, naciones que bien se puede decir que ya ni existen. Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pero los sujetos que defienden tales cosas más bien se dan de bruces una y otra vez contra un enorme monolito. Visto lo visto insistir en esa vía no ha dado ningún resultado y eso también va por Vladimir Putin, que se ha sumado a la moda occidental de bombardearlo todo para demostrar su fuerza. Por el bien de todos, y cuando digo todos me refiero a la totalidad de los habitantes del planeta, habrá que replantearse eso de responder a la violencia únicamente con más violencia. Si queremos tenemos inteligencia más que suficiente para encontrar una solución. Otra cosa muy distinta es que no queramos.


Juan Nadie
                      

Nota: para ahondar en los orígenes del conflicto en Oriente Medio, recomiendo el siguiente artículo del diario digital Nueva Tribuna. En él se nos habla de los Acuerdos de Sykes-Picot, alcanzados por Gran Bretaña y Francia en 1916 para repartirse la región una vez derrotada Turquía. Nunca mejor dicho quien siembra recoge, y aún hoy estamos recogiendo los amargos frutos de aquellas políticas.



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