La lucha de clases continúa... y no nos damos cuenta

Es mucho lo que la oligarquía se ha esforzado para hacernos creer eso de que la lucha de clases es un concepto desfasado que no se ajusta con la realidad actual. Pero esta lucha continúa, el problema es que parece que no nos damos cuenta.


canis
Los "canis" o "poligoneros" serían la versión hispánica
de los chavs británicos. Jóvenes de los barrios humildes
convertidos en un estereotipo con el que desprestigiar
o demonizar a la clase trabajadora. 
       El pasado domingo el periodista Jordi Évole entrevistó en su programa Salvados (uno de los pocos espacios televisivos de actualidad política que todavía es de mi agrado) a Owen Jones, joven escritor y columnista británico que ha alcanzado cierto renombre en los últimos tiempos gracias a libros como Chavs. La demonización de la clase obrera. En él y otros escritos el citado autor pone de relieve un fenómeno que ha venido sucediendo en su país desde los tiempos de la infame Thatcher, las campañas lanzadas por los poderes político, económico y mediático (que al fin y al cabo vienen a ser lo mismo, las tres cabezas de la oligarquía dominante) para reducir a las clases trabajadoras a un estereotipo objeto de mofa, desprecio e incluso odio. Jones recalca un término despectivo cuyo uso parece muy extendido entre los hijos de la Gran Bretaña, chav, que hace referencia a los habitantes de los barrios degradados. Sujetos, sean hombres o mujeres, incultos, vulgares, vagos, borrachos o drogadictos y, en definitiva, parásitos sociales útiles para nada que viven a costa de las ayudas sociales del Estado (que por supuestísimo hay que recortar a muerte) porque no tienen la decencia de buscarse un trabajo o labrarse un porvenir; en resumen, poco más que sucios delincuentes. Según Jones el discurso oficial ha venido a decir que eso es lo único que ya queda de la antaño orgullosa clase obrera británica, la "sal de la tierra" ha pasado a convertirse en la "escoria de la tierra". 

       Esto de los chavs es algo que por aquí nos suena bastante, sólo que con otros nombres. El discurso que se reproduce allá por tierras británicas es algo que también tiene su eco en otros muchos sitios y España no es ni mucho menos una excepción. "Chonis", "canis", "poligoneros" o "poligoneras" son expresiones que han alcanzado un uso extensivo y que se suelen asociar con un determinado tipo de personas. Todos podríamos definir, por ejemplo, a una "choni". En seguida nos viene a la cabeza una chica de extracción social baja, inculta, malhablada, vulgar, que viste y se maquilla siguiendo una estética de putón verbenero y suele actuar como tal, que trabaja (si es que trabaja) como peluquera, camarera o cajera de supermercado puesto que no puede ni quiere aspirar a más, que abusa del alcohol o las drogas, es irresponsable, mentirosa y poco de fiar, llegando incluso a delinquir si se le presenta la ocasión. Lo mismo, o cosas mucho peores, podría decirse de la versión masculina del estereotipo, el "cani". Todos sujetos despreciables que viven en lugares despreciables, barrios pobres y degradados donde se concentra la escoria parásita de la sociedad. En dichos barrios la clase obrera de toda la vida, concienciada y combativa en otros tiempos, ha dado paso a este lumpen de nueva generación. Es gente que no quiere adaptarse a los nuevos tiempos, reciclarse profesionalmente como se suele decir, porque prefiere vivir de los subsidios por desempleo y las ayudas sociales proporcionadas por "papá Estado", mientras practica toda clase de trapicheos o se gana la vida en actividades de economía sumergida. Gente que no sabe educar a sus hijos e incluso se comporta de forma irresponsable con ellos, no respeta las mínimas normas de civismo y buena conducta e incluso representa una amenaza para la sociedad.

       Todo y que existe gente así, tampoco es para negarlo, nadie se siente identificado con estos estereotipos. La mayoría de nosotros nos autoclasificamos dentro de la llamada clase media, algo que tampoco sabemos muy bien qué es pero a lo que aspiramos. Somos clase media aunque trabajemos en un curro de mierda cobrando el salario mínimo, aunque vivamos en un piso cuya hipoteca no podemos pagar y del que nos van a desahuciar o aunque no lleguemos a fin de mes y tengamos que pedir dinero a familiares o amigos para comprar comida o pagar los recibos. El estereotipo degradante no nos define a nosotros, siempre se refiere a algún otro, no importa que sea el vecino o vecina de nuestro mismo rellano. Porque esa es precisamente la estrategia, que no nos sintamos identificados con otras personas de nuestra misma condición, de esta manera la identidad de clase desaparece. El rodillo del discurso neoliberal dominante nos pasa por encima a todas horas: "no seas como esos vagos y lábrate tú propio futuro", "esfuérzate y preocúpate sólo de ti mismo, así lograrás triunfar en la vida", "no permitas que otros se aprovechen de tu trabajo, no les ayudes, si están en una mala situación es culpa suya", "son pobres e ignorantes porque quieren, en esta sociedad hay oportunidades para todos"... Así podríamos tirarnos un buen rato. No es casualidad que esta matraca ideológica, todo ese rollo de "ve a la tuya y no te preocupes por los demás", se haya venido imponiendo a la par que se extendía esa imagen peyorativa y artificialmente grotesca de la clase trabajadora. Los nuevos tiempos se parecen demasiado a los viejos en algunos aspectos, puesto que nuestra actual oligarquía tiene muchas cosas en común con la decimonónica. Rememorando la época en la que Charles Dickens escribía sus relatos, comprobamos como los de arriba siguen viendo a las clases populares como a esa masa de piojosos y desarrapados de los que no te puedes fiar, chusma despreciable con la que sólo vale la mano dura para ponerla en vereda. Ya se sabe, aquello de "si les das la mano te cogen todo el brazo".

       De esta manera se pueden justificar muchas cosas. Recortes en los gastos sociales para empezar, porque no se puede consentir que todos esos gandules, que luego se gastan las ayudas en televisores de plasma o tratamientos estéticos, vivan a costa de aquellos que trabajan honradamente. También la supresión de derechos laborales, demonizando a los sindicatos de paso, porque ya puedes dar gracias por tener un trabajo, aunque sea precario y mal pagado. Y por último se justifica la aniquilación de la clase obrera, totalmente descohesionada y sin identidad, lo que la hace más manejable y mucho menos peligrosa. Sin identidad de clase nos tragamos ese cuento de que cada uno, yendo a lo suyo y sin apoyarse en nadie más, puede escalar socialmente y convertirse en un auténtico triunfador. Eso de llegar a tener una súper casa con piscina y jardín, cochazo, cuenta corriente a rebosar y todo tipo de lujos, puede que lo consigan algunos. Pero no nos hagamos ilusiones, por mucho que nos lo vendan sin parar, la inmensa mayoría nos quedaremos donde estamos, en un barrio de esos "lleno de gentuza". Qué más da, lo único que importa es que soñemos (y sólo eso, soñar) con ser iguales a aquellos que nos desprecian, mientras aspiramos a escapar de esa clase social que ni nombramos pero a la que seguimos perteneciendo. Los anuncios de lotería también están para eso. Y así nos encontramos con obreros de derechas que votan al PP y justifican su salvaje política de recortes, viéndola como algo inevitable, al tiempo que pasan por alto con toda tranquilidad que ese partido es un nido de corrupción y podredumbre. O a amas de casa que admiran a Bertín Osborne, un señorito andaluz muy facha él y con programa incluido en la televisión que todos pagamos, mientras no pueden ver ni en pintura a Ada Colau, que lleva años peleando por aquellos que se quedaban sin un techo. Odiarte a ti mismo, o a los que son como tú en este caso, es el primer paso para terminar muerto en vida. Luego dirán que no hay lucha de clases. Quizá tengan razón, porque aquí las hostias sólo las dan unos y los demás las recibimos como tontos.

      En estas últimas décadas la lucha de clases se ha convertido en algo unidireccional, lo cual nos impide ver muchas cosas. La oligarquía empresarial y política, las clases pudientes, proyectan su imagen de éxito haciéndonos creer que su posición privilegiada se debe únicamente a lo mucho que se han esforzado y trabajado por conseguirla, eso que tanto hemos oído de la meritocracia. Por suerte en este mundo hay mucha gente dedicada a recopilar datos, incluso para la muy capitalista OCDE. Una entrada anterior de este blog ya trató el tema de una gráfica muy llamativa elaborada por el citado organismo internacional, a pesar de ello la reproduzco bajo estas líneas.

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       Aunque parezca una cosa un tanto complicada, lo que representa esta gráfica por países es qué porcentaje del dinero recaudado mediante impuestos va destinado a beneficios sociales que disfrutan, respectivamente, el 20% más rico de la población y el 20% más pobre. El pequeño rombo naranja representa a los ricos y la barra azul a los pobres. Pues bien, si nos vamos al caso concreto de España, vemos que los más ricos reciben más del doble en ayudas o beneficios sociales que lo que el Estado destina a los más pobres ¿Pero no habíamos quedado en que era la chusma despreciable de los barrios de la periferia la que se pulía las ayudas de "papá Estado"? ¿No eran estos seres infrahumanos los que vivían a costa de la gente que trabajaba de sol a sol, y por ello disfrutaba de una bien merecida posición, mientras era injustamente sangrada a impuestos? ¿Qué es eso de que los ricos reciban tantas ayudas del Estado? ¿Para qué las necesitan? ¿Para reformarse el yate? ¿Para no deprimirse porque este invierno no podrán ir a esquiar a Suiza y, ya de paso, llevar para allá unos cuantos maletines repletos de dinero? ¡Qué gran injusticia sería que no les permitiéramos hacerlo con nuestros impuestos! Una y otra vez nos dicen que los países "serios" recortan gastos innecesarios para no mantener al lumpen social más vago y degradado. Sin embargo en Australia, Noruega o Dinamarca hacen precisamente lo contrario, usando los impuestos como fórmula de cohesión social. Será que por aquí andarán más interesados en converger con, por ejemplo, Turquía. Sólo hay que ver la gráfica, lo dice todo.

       La guerra de clases continúa, la oligarquía no está dispuesta a darle un solo respiro a la reacción popular. Y para ello es muy importante la labor de los medios de comunicación/propaganda/intoxicación de masas controlados por el poder. A cada día que pasa tengo cada vez más la impresión de que, al ojear ciertos periódicos o ver los informativos en televisión, me están contando una película y no la realidad. Lo hemos visto con la cobertura dada por las grandes cadenas a los atentados en París, convertida en una especie show macabro y lamentable en el que cada programación competía por la audiencia, recreándose lo máximo posible en lo sucedido. A fin de cuentas eso es lo único que les importa a los dueños de tales medios. Prensa, radio y televisión se convierten a menudo en el altavoz usado por la oligarquía para proseguir con su campaña de degradación y demonización de las clases trabajadoras. Son los medios los que nos venden los estereotipos que luego ridiculizamos o despreciamos. "Chonis", "poligoneros", "nerds"... todos danzando al son del circo mediático. Así creamos figuras aceptables y otras inaceptables. Si un niño rico esnifa coca como un descerebrado, sólo piensa en meterse juergas y andar con fulanas y no tiene oficio ni beneficio porque disfruta de ese nivel de vida todos los días gracias al dinero de sus papás ¡No pasa nada!, ¿quién no ha sido un juerguista y una bala perdida en su juventud? El chico es un "rebelde" e incluso puede sacar rédito en la prensa rosa (o amarilla) de sus desmanes y su vida como parásito. Luego, claro está, siempre está a tiempo de currar, o fingir que curra, allá donde lo enchufe su familia o los amigos de ésta, que para eso hablamos de gente con muchos contactos. Y desde luego no será en un puesto de machaca con un contrato precario. Buen sueldo, buen despachito y a seguir tocándose los cataplines que nadie lo despedirá ni le dirá nada ¿Qué opinamos en cambio de los muchachos descarriados de los barrios obreros que se comportan de forma parecida? Básicamente se los considera basura, delincuentes en potencia a los que hay que enderezar por las buenas o por las malas. La segunda opción siempre es la mejor.
 
       Y como decía los medios son fundamentales a la hora de contener la respuesta ciudadana, esas otras formaciones políticas que no son tan del agrado de los de arriba, por mucho que también las necesiten. Hay que mantener, por supuesto, la fachada de pluralidad democrática; eso de darle voz a todo el mundo, aunque unos lo tengan mucho más fácil que otros. Sin embargo el mensaje subliminal se mantiene: hay partidos serios y respetables y otros que sólo se dedican a lanzar propuestas utópicas e irrealizables (cuando no peligrosas o demasiado radicales). Para ello a veces se utilizan instrumentos más sutiles. Un ejemplo lo constituye el programa de Antena 3 El Hormiguero, supuestamente un espacio de entretenimiento ligero puro y duro. Recientemente hemos visto desfilar por aquel plató a los dos candidatos de los partidos emergentes, Pablo Iglesias (Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos), con tratamientos bien distintos. El presentador del programa, Pablo Motos, recibió al primero realizando un intento de conversión a entrevistador serio e incisivo, cual burda imitación del todo a cien, pelirroja y con barba, de Ana Pastor. Secundándole en sus nada disimulados ataques teníamos a los monigotes de peluche que tan popular han hecho al programa y a un mago dicharachero que no perdió la oportunidad de llamar a la cara, como quien no quiere la cosa, mentiroso a Iglesias. Aquel día no faltó casi de nada, extraños cortes para ir a publicidad incluidos.
 
      Por contrapartida el bueno de Rivera fue recibido días más tarde en un tono bien diferente. Nada de atacar al invitado y a sus tesis replicando cosas como "hablemos de la realidad", "...es que es todo fantástico" o "eso es Alicia en el País de las Maravillas", ni por parte de Motos ni por la de ninguno de sus habituales colaboradores. Todo fue complicidad, buen rollo y ambiente relajado, lo que se dice una charla entre amiguetes, vamos. Sólo faltó que al acabar entrevistador y entrevistado se fuesen juntos a la cama ¿Qué hay detrás de todo esto? Nada es casual y, de hecho, está bien medido. Forma parte de esa estrategia para desprestigiar a un personaje y encumbrar a otro. Espacios como El Hormiguero tienen muchísima audiencia, son seguidos por un gran número de personas, que a menudo tienden a formar sus opiniones cuando ven desfilar por la pantalla a determinadas personalidades públicas en programas de este tipo que en principio no están dedicados a asuntos políticos ¿Qué fue lo que vieron, o mejor dicho lo que se les mostró, las noches dedicadas a Iglesias y Rivera respectivamente? En primer lugar al candidato que viene con propuestas nada serias debajo del brazo, que no es de fiar, mucho menos por sus pintas. En segundo lugar al candidato "guay", majo y bien vestido, que se lleva muy bien con el presentador y con el que pasa un buen rato. El "tío sospechoso" por un lado y el "buen chico" por otro. La lucha de clases también se libra en los medios y en este entorno es tanto o más desigual que en otros, pues casi nadie queda ya que defienda de verdad los intereses de los trabajadores.
Precisamente por eso son muchos los que siguen sin enterarse que esa lucha continúa librándose y no son ellos quienes van ganando. Y serán muchos los que sigan pensando que pertenecen a una clase media que se esfuma, mientras se identifican con los valores del neoliberalismo y la derecha, que atacan directamente a su bienestar y sus libertades. No hay problema, este fin de semana celebramos el Black Friday (otra de esas modas yanquis importadas que sólo beneficia a las grandes cadenas), para que así podamos sedarnos con la práctica del consumismo.
 
 
El último de la clase
 



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