Huyendo hacia delante

Vivimos huyendo hacia delante. El orden mundial imperante, basado en un capitalismo financiero desbocado, y nuestra depredadora civilización industrial, que consume recursos naturales como si no hubiera un mañana, son materialmente insostenibles. Las señales de advertencia se reproducen por todas partes.

Resultado de imagen de calentamiento global       Hace unos días tuve la oportunidad de volver a visionar el film Las bicicletas son para el verano, de Jaime Chávarri, basada en la obra teatral homónima de Fernando Fernán Gómez. La película nos narra la epopeya de una familia madrileña relativamente acomodada que se ve inmersa en la pesadilla de la Guerra Civil Española. Los protagonistas afrontan la entrada de aquel fatídico verano del 36 de una forma relativamente despreocupada en relación a los turbulentos acontecimientos políticos que se estaban desarrollando, con episodios de violencia casi a diario. Ellos y otros muchos sencillamente siguen viviendo sus vidas como si nada, acuden a sus trabajos, piensan en lo que van a hacer durante las próximas vacaciones, van de compras, se relajan en cafés y terrazas si tienen la oportunidad... Las noticias que les llegan anuncian que el abismo se abre ante sus ojos (desestabilización, un golpe militar, enfrentamientos en algunos puntos del país e incluso en la propia capital), pero, como ciudadanos corrientes que son, se ven incapaces de reaccionar adecuadamente ante la aterradora excepcionalidad de la guerra.
Ese "Ya verás como al final no pasa nada", "Esto no nos afecta a nosotros" o incluso "Pues aquí estamos tan tranquilos, la situación no es tan grave como la pintan", frases que bien pudieron suscribir quienes afrontaron el estallido de la contienda civil sin ser verdaderamente conscientes de lo que se les venía encima, resumen igualmente la actitud de la mayoría de la población ante la crisis civilizatoria que enfrentamos. El colapso económico, político, social y medioambiental del mundo que conocemos puede hacerse realidad antes incluso de lo que imaginamos. No es catastrofismo exagerado, un delirio apocalíptico, ni nada por el estilo. Como se suele decir, las señales de alarma están ahí para todo aquel que quiera verlas.

Europa en proceso de descomposición

Handelsblatt Portada1307
La portada de la revista alemana (repito, alemana)
Handelsblatt, mostraba de esta manera lo ridículo
de la deuda griega comparada con el total de la
UE. El titular reza "La incómoda verdad".
      Es posible que muchas mentes fronterizas, animadas hasta la saciedad por unos medios de comunicación de masas que ya sabemos a quién sirven, anden estos días llenas de regocijo ante el anuncio de eso que se ha venido a llamar el "acuerdo" entre los líderes europeos y Grecia en relación a una crisis que se alarga y se alarga como la mozzarella de una pizza cuando le hincamos el diente. Lo que es a todas luces una humillación sin precedentes para un espacio, el de la UE, presuntamente democrático, y que reducirá al país heleno a un estado cuasi colonial de sumisión y empobrecimiento crónicos, ha provocado que las citadas mentes aplaudan a rabiar el resultado de semejante encerrona, propiciada por la dictadura neoliberal que la Alemania de Merkel y Schäuble (dueto mortal donde los haya) aspira a imponer en Europa.

     Semejantes reacciones son una perfecta muestra del autoengaño propio de esa mentalidad de huida hacia delante que se da en nuestros días ¿De verdad se supone que, como los "sucios rojos" de Syriza han sido machacados sin contemplaciones por un enemigo (reitero lo de enemigo, con todas las connotaciones que dicha palabra tiene) mucho más fuerte, todos los problemas que tiene la eurozona se van a solucionar como por arte de magia? ¿Acaso se ha arreglado algo insistiendo obcecadamente en endurecer más si cabe unas medidas que nos han llevado hasta donde ahora estamos? ¿No es esta una forma de lo que podríamos denominar pensamiento mágico? Es más previsible que, conforme transcurran las semanas y los meses, la crisis se agudice todavía más conforme una ola de desconfianza mutua, indignación e incluso rabia vaya recorriendo la geografía europea. Imagino que no seré yo el único que percibe que, después de estos días, reina un ambiente enrarecido en el vecindario continental. Y por mucho que se haya dicho, la deuda griega no es ni de lejos el verdadero problema, pues a decir verdad representa un irrisorio 2,5% de la deuda total acumulada por los países de la zona euro (320 mil millones frente a los 12,5 billones del monto conjunto). Todo y que no se encuentran en una situación tan extremo vulnerable como Grecia, otros países como Italia, España, Bélgica o incluso un gigante como Francia tienen exactamente los mismos problemas y se ven incapaces de cumplir con los rígidos criterios de Maastrich. Todo parece indicar que el grandioso proyecto europeo iría camino de colapsar y es imposible dejar de pensar si el señor Schäuble lo veía venir y, por eso, el poder financiero alemán ya sólo piensa en salvarse a sí mismo, valiéndose para ello de la enorme influencia que ejerce sobre instituciones como el BCE, dejando naufragar a los más débiles y, entretanto, saqueando cuanto pueda. Difícil resulta conjeturar a largo plazo qué Europa terminará saliendo de semejante estropicio.

       Y por si todo esto fuera poco ahora nos enfrentamos a una nueva incertidumbre que, no obstante, apenas si ha gozado de cobertura mediática (al menos en nuestras latitudes), el estallido de la burbuja inmobiliaria en el Reino Unido. El pasado 10 de julio el conocidísimo diario Financial Times se hacía eco del hecho de que "inversores especulativos se dirigen a la salida en el desarrollo Nine Elms". Esta frase, que sacada de contexto resulta bastante críptica, esconde tras de sí la venta masiva de inmuebles de lujo ubicados en el megaproyecto urbanístico de Nine Elms (20.000 viviendas de alto standing en una ciudad-jardín en la orilla sur del Támesis, frente al londinense barrio de Chelsea) a lo largo de las últimas semanas. Ésta es una tendencia que se está repitiendo a lo largo y ancho de todo el país, a la luz del boom inmobiliario vivido bajo el auspicio de la era Cameron, especuladores tanto británicos como extranjeros se están desprendiendo de sus activos (viviendas en este caso) como si les quemasen en las manos porque ya no son un negocio rentable, lo cual está provocando una rápida caída de los precios. Estos especuladores acudieron a Gran Bretaña prestos a adquirir inmuebles, los de lujo desde luego han hecho furor y han crecido como setas por toda la geografía de la isla, como si de un producto financiero más se tratara, esperando obtener la debida rentabilidad en las operaciones de compra-venta. Como se suele decir la avaricia rompe el saco y la burbuja de precios ha terminado por explotar, tal y como sucedió en España años atrás. El dinero de los inversores/especuladores huye ahora de tierras británicas en grandes cantidades, pues como ya indicaba el propio Financial Times el pasado año 2014 el país se había convertido "en el refugio del dinero sucio del mundo" con más de 150 mil millones de euros (más de 100 mil millones de libras esterlinas) invertidos directamente desde paraísos fiscales en proyectos inmobiliarios. Todavía es pronto para vaticinar cuál va a ser el alcance de la crisis que se avecina, desde luego el Reino Unido no es una nación de segunda fila y su economía tampoco, pero sí resulta más sencillo adelantar qué clase de políticas implementará el recién reelegido, con mayoría absoluta además, gobierno conservador de David Cameron, que no en balde procede de un amplio linaje de banqueros y especuladores bursátiles. Si las cosas se ponen feas será la ciudadanía, con las consabidas medidas de austeridad y ajustes presupuestarios, quien pagará las pérdidas multimillonarias de los inversores privados.

       Para concluir este paseo por la situación que vive Europa nos detendremos finalmente en Ucrania. Puede que a Grecia se le escatime hasta el último céntimo de ese mal llamado nuevo "rescate" hasta que no se someta por completo a unos ajustes asfixiantes y casi inaceptables, pero mientras tanto el crédito fluye abundante y sin tantos problemas hacia el corrupto e inoperante régimen del oligarca Petró Poroshenko. A principios de este mes Bruselas dio luz verde al primer tramo del rescate financiero a Ucrania, y ya es el tercero, que ascenderá a un total de 11.000 millones de euros que, sumados a los 40.000 millones comprometidos por el FMI, dan una idea del dinero que los líderes occidentales están arrojando al pozo sin fondo ucraniano ¿Es más fiable la junta de Kiev que el gobierno de Alexis Tsipras? ¿Está Ucrania en condiciones de cumplir con las reformas exigidas y reconstruir su economía para devolver lo mucho que se le está prestando? Descontado el hecho de que sus extensas y ricas tierras agrícolas están siendo entregadas a precio de saldo a grandes corporaciones trasnacionales como Monsanto, el país se halla parcialmente desmembrado (a estas alturas hay que ser muy iluso para pensar que Rusia renunciará a Crimea o que la situación en las provincias rebeldes del Donbass se vaya a estabilizar a corto, medio o incluso largo plazo), en virtual bancarrota y afrontando una creciente descomposición política, social y económica. El último episodio de dicho escenario de descomposición ha estado presidido por los enfrentamientos armados en distintas localidades entre las fuerzas gubernamentales y los paramilitares neonazis de Pravy Sektor (al respecto ver la siguiente noticia de El Mundo). Como se puede comprobar, recibir dinero o no recibirlo no es una cuestión que esté sujeta a consideraciones económicas, sino que está en función de las afinidades ideológicas de los actores en cuestión. Y Washington, Berlín y el FMI se sienten mucho más identificados con Poroshenko que con Tsipras, por mucho que Estados Unidos se esté poniendo ya bastante nervioso con la que están liando los germanos en Europa. Haciendo una conveniente adaptación de la célebre frase de James Carville, asesor de campaña de Bill Clinton, "¡Es la política, estúpido!".

La trampa de la "flexibilización cuantitativa"

       Si una cosa nos ha enseñado la crisis iniciada en 2008 es que el capitalismo está alcanzando los límites en su capacidad para "reinventarse a sí mismo". En realidad en estos años no ha hecho otra cosa que ahondar en la misma dinámica inestable, lo cual hace pensar que nada va a variar en un futuro próximo. Buena muestra de ello son los cambios habidos en las direcciones ejecutivas de algunos de los mayores bancos a lo largo del último año, como Credit Suisse, Standard Chatered, el Deutsche Bank y, con el reciente nombramiento de John McFarlane en sustitución de Antony Jenkins, también Barclays ¿Qué supone todo este movimiento en los despachos de los jefazos de las grandes entidades financieras? Pues ni más ni menos que dichas entidades regresan a la política de malas artes especulativas que nos condujeron al estallido de finales de la anterior década. Los responsables cesados fueron puestos en su día al frente de los bancos citados para tratar de poner un poco de orden en el negocio de la banca de inversión, dominado por las actividades opacas y fraudulentas, la manipulación interesada de determinados índices (como la tasa Libor) y toda suerte de operaciones de alto riesgo e incluso ilegales. Visto lo visto los accionistas no han obtenido suficientes dividendos en virtud de esta estrategia de autocontención, así que es preferible volver a lo que mejor se sabía hacer, que no es otra cosa que potenciar sin límites el sector de las inversiones altamente especulativas, que a corto plazo resultan mucho más rentables. Nuevamente huimos hacia delante.

      Y no son estos grandes bancos privados los únicos que se han lanzando a esta alocada carrera hacia el abismo. Entidades como la FED (la Reserva Federal estadounidense) o el BCE se están dedicando a realizar emisiones masivas de dinero para comprar títulos de deuda pública e inyectar liquidez en el sistema financiero global. Estas emisiones, que bien podríamos catalogar de profundamente irresponsables según los parámetros de una política monetaria de corte clásico, reciben el nombre de "flexibilización cuantitativa" (un nombrecito de esos como otro cualquiera, como si hubiesen elegido emplear el de la junta de la trócola). Una parte importante de estas inyecciones de liquidez se han empleado para librar a bancos y fondos de inversión de los activos tóxicos que habían acumulado, transfiriéndolos a títulos de deuda pública, mientras estos agentes derivan la flexibilización (es decir, la ayuda recibida por parte de los bancos centrales) a inflar los precios de sus acciones y a emprender nuevas aventuras financieras más dudosas si cabe. A saber, mucho más de lo mismo y con mayor intensidad.

     Todo esto no hace sino inflar más y más la burbuja de la deuda global, tanto pública como privada, hasta el nivel de los 76 billones de dólares. Las cifras resultan tan mareantes que casi dan risa. Con el sistema-mundo sometido a una explotación intensiva la economía productiva se ve incapaz de procurar un nivel de beneficios lo suficientemente satisfactorio para los insaciables inversores/especuladores. Es por ello que se ven obligados a recurrir a complejos ejercicios de prestidigitación financiera para inundar los mercados de capital ficticio. Pero no son más que dígitos bailando en las pantallas de los ordenadores, nada material los respalda, por lo que la economía mundial se sostiene mediante una ilusión, una nube de humo. Y sostenerse sobre la nada no es posible, así que, tarde o temprano, nos terminaremos estrellando.

Y ahora le toca el turno a China

     Es bien sabido por todos que, a lo largo de las últimas décadas, la República Popular de China ha experimentado un crecimiento y desarrollo vertiginosos que la ha convertido en la segunda economía del planeta, si no ya la primera según ciertos parámetros. Con unas tasas de crecimiento que en el periodo 2005-2012 se mantuvieron siempre por encima del 8% (llegando en algunos casos a aproximarse al 16%), muchos creyeron que este prodigioso ciclo de expansión nunca terminaría y la economía del gigante asiático sería virtualmente imparable. No deja de ser otra forma más de pensamiento mágico, puesto que no se puede crecer indefinidamente si el espacio en el que habitas es limitado.

     Pero la dura realidad siempre termina imponiéndose. El pasado año 2014 China experimentó su tasa de crecimiento más baja en los últimos 25 años y las autoridades, temerosas de que esta ralentización fuese el preludio de algo peor, decidieron realizar una inyección estatal de cantidades masivas de capital en las bolsas del país. El objetivo era facilitar nuevas líneas de crédito para unas ya muy endeudadas empresas y estimular al mismo tiempo los índices bursálites, que están relativamente estancados desde hace aproximadamente un lustro (poco después de que se desatara la crisis financiera en Occidente). De esta manera los gerifaltes de Beijing pensaban que se recuperarían la senda del crecimiento vertiginoso y el empleo, de los que depende en buena medida su estabilidad social interna. A esta política se sumaron también los bancos centrales de varias naciones asiáticas que, siguiendo la estela de la FED y el BCE, inundaron los mercados de dinero "fácil". La fiebre bursátil se apoderó de las plazas chinas empujando rápidamente las cotizaciones al alza, lo que atrajo a su vez a alrededor de 90 millones de pequeños inversores, en muchos casos personas sin una adecuada formación financiera, ansiosos por obtener grandes beneficios sin apenas esfuerzo.

     Como era de esperar la burbuja ha crecido hasta que no le ha sido posible hacerlo más. Es lo que tiene la euforia artificiosa, que dura lo que dura y luego hay que afrontar "el fin de fiesta" y la resaca del día después. El estallido final se produjo el pasado 15 de junio. Hasta entonces y durante el último año y medio los índices Shanghai y Shenzen habían estado escalando de forma alocada un 142% y un 200% respectivamente, hasta que tuvo lugar la disrupción y el primero ha caído un 31% y el segundo un 38% en apenas un mes. No se podía esperar otra cosa en un escenario en el que los beneficios de muchas empresas cotizadas eran prácticamente nulos (cuando no incurrían en pérdidas), todo lo demás era pura especulación animada por una falsa sensación de euforia. Desde entonces el pánico se ha apoderado de los inversores y más de 1.400 empresas han suspendido sus cotizaciones en las bolsas chinas para tratar de contener la hemorragia. Entretanto la inestabilidad se extendía a las bolsas de otras naciones de la región Asia-Pacífico.

     El escenario que afrontan las autoridades chinas es el de un auténtico crack bursátil, como el acaecido en Wall Street a finales de octubre de 1929 y que inauguró la llamada Gran Depresión. Hasta el momento se han adoptado medidas excepcionales, dada la excepcionalidad también de la propia China (un país gobernado por un régimen comunista, pero con una economía abiertamente capitalista). Entre dichas medidas se encuentran obligar a los brokers a comprar grandes cantidades de acciones para impedir que sus precios continúen cayendo, suspender nuevas salidas a bolsa o prohibir que las grandes empresas estatales reduzcan su exposición al mercado (así afrontarán las pérdidas con sus propios recursos y no las trasladarán al conjunto del sistema). Es pronto todavía para saber si todo esto dará algún resultado o si la estabilización de los índices chinos en los últimos días se debe a lo que se viene a denominar el "rebote del gato muerto". De ser así podríamos estar en la antesala de una auténtica guerra de divisas a una escala sin precedentes, si Beijing decide devaluar el yuan para no perder competitividad. Esto no haría más que añadir inestabilidad a una economía mundial ya de por sí muy desestabilizada. Si un país tan insignificante en el escenario internacional como Grecia ha provocado tantos quebraderos de cabeza, ¿qué no podrá hacer la economía china a escala global si se desliza por la peligrosa pendiente de la recesión?

Un planeta que no da más de sí                                                         

     Al ser humano contemporáneo le gusta pensar que ha reducido a mínimos insignificantes su dependencia del medio natural. Nuestros antepasados dependían de la abundancia de la caza o la pesca en las regiones que habitaban para poder sustentarse, o bien de las imprevisibles fluctuaciones de la meteorología y el medio (sequías, heladas, granizo, plagas...) para llevar a buen término sus cosechas; por depender dependíamos incluso del capricho de los vientos para poder navegar alrededor del mundo. Como se suele decir, estábamos a merced de los elementos, a merced de la Naturaleza.

     Todo cambió, no obstante, con el advenimiento de la era industrial. El poder de los combustibles fósiles nos ha liberado de las ataduras del pasado. Ahora podemos ir a donde queramos de una forma más rápida, precisa y segura, nos comunicamos al segundo con el otro extremo del planeta y podemos vanagloriarnos del alterar los entornos en los que vivimos para adaptarlos exactamente a nuestros deseos; hacemos reverdecer los desiertos, podemos crear microclimas tropicales en regiones gélidas, contener el curso de los ríos más poderosos del planeta o ganarle al mar todo el terreno que queramos. Hasta hemos alcanzado los confines del Sistema Solar, enviando una sonda robotizada al remoto y helado mundo enano de Plutón (otro de esos hitos tecnológicos y de la exploración espacial que ha copado titulares estos últimos días). Nunca nos hemos sentido tan desconectados de la Naturaleza pero, al mismo tiempo, nunca en toda la Historia hemos sido tan extremadamente dependientes de ella. Y lo somos porque la extracción de recursos naturales, de los que depende por completo nuestra civilización y modo de vida, ha alcanzado una escala e intensidad sin precedentes. De hecho, si no continuáramos con esta lógica de tratar al planeta como una máquina expendedora sin límites de la que sacamos cada vez más y más cosas, el sistema que hemos creado se desmoronaría con sorprendente rapidez.  


"Las 9 líneas rojas de nuestro planeta  

         Pero una cosa son esas ideas preconcebidas que anidan en nuestras cabezas como parásitos de los que parece imposible deshacerse, y otra muy distinta los hechos que los científicos están sacando a la luz. El cuadro que se reproduce sobre estas líneas muestra las conclusiones de un artículo publicado por Johan Rockström y sus colegas del Stockholm Resilience Centre en la prestigiosa revista Sciencie. En él aparecen las nueve líneas rojas en cuanto a límites ambientales globales que nuestra civilización no debería rebasar bajo ningún concepto. Pues bien, según el citado estudio, ya hemos sobrepasado ampliamente cuatro de esas nueve líneas rojas: la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera (el nivel actual está 50 ppm por encima de lo mínimamente prudente), la irreparable pérdida de biodiversidad, el nivel de deforestación y la adición al medio de contaminantes clave como el nitrógeno o el fósforo (en este último caso duplicamos incluso el máximo recomendable de emisiones). De hecho sólo nos encontramos lejos de rebasar dos de esas líneas rojas, si bien a una de ellas, la referente a la acidificación de los océanos, nos iremos acercando muy rápidamente como no reduzcamos drásticamente nuestros niveles de emisiones de gases de efecto invernadero. Y para terminar de arreglarlo uno de estos indicadores de alarma, que se relaciona con el vertido de sustancias radiactivas, plásticos y otros materiales de alta tecnología al medio ambiente, no ha sido todavía lo suficientemente estudiado, de tal forma que no tenemos la menor idea de cuáles son los niveles respectivos que nos llevarían a un punto de no retorno. No resulta especialmente tranquilizador, sobre todo si ya los hemos superado sin saberlo. A la luz de semejantes conclusiones, ¿alguien se atrevería decir que vamos por buen camino?

Todos atrapados en la misma lógica demencial

        En cierto modo las grandes corporaciones, especialmente las dedicadas a la extracción de combustibles fósiles, son como tiburones. Han de continuar nadando, avanzando y avanzando haciendo lo que siempre han hecho porque, si se detienen, se asfixiarán y se hundirán para siempre. Valga como ejemplo de ello la llamada tasa de sustitución de reservas, que toda compañía dedicada al negocio de los combustibles fósiles ha de presentar a su junta de accionistas para impedir que su cotización en bolsa se devalúe hasta niveles que podrían poner en peligro su existencia. Dicha tasa debe situarse siempre por encima del 100%, es decir, que para el siguiente año de actividad la empresa debe probar que está en disposición de extraer una cantidad igual o superior de petróleo, gas o carbón que la que extrajo durante el anterior ejercicio. Y si la tasa de reposición es de un 250% (se extraerá dos veces y media más que el año pasado), mejor que si es de un 150 o un 200%, porque lo que se está demostrando es que el negocio no deja de crecer, que es lo que verdaderamente les gusta a los accionistas porque así es cómo obtienen sus beneficios. El crecimiento sin fin es algo intrínseco a la lógica del capitalismo.

        Es por eso que las grandes del sector están embarcadas en megaproyectos de extracción a décadas vista, lo cual garantizará que presenten unas tasas de sustitución de reservas aceptables durante los próximos años. Ejemplos de ello son la mina a cielo abierto de Kearl de Exxon (una de las mayores del mundo), para la explotación de las arenas asfálticas de Alberta (Canadá), el proyecto de extracción de petróleo en aguas ultraprofundas en Brasil, de BG Group, o la superplataforma para la extracción de gas natural que Chevron está construyendo en la costa noroccidental australiana. Todos proyectos en los que se invertirán decenas de miles de millones de dólares, que está previsto que estén en activo al menos durante un cuarto de siglo y que arrojarán a la atmósfera cantidades inmensas de dióxido de carbono. Ninguna de estas compañías correría semejantes riesgos si albergara alguna duda en relación a una posible cancelación de sus planes futuros, así que nada aparente podrá detenerlos. Por lo visto deben de considerar que las líneas rojas mencionadas en el anterior apartado no son un problema de su incumbencia.

        Y es que la lógica neoliberal del mercado lo impregna todo en este mundo de hoy, incluso los supuestos proyectos verdes que determinados personajes presentan a la opinión pública cual si de mesías salvadores se tratara. Uno de estos personajes es el conocido magnate Richard Branson, propietario del extremadamente complejo conglomerado con alrededor de 360 empresas denominado Virgin Group. Branson responde a la típica imagen del multimillonario showman y exacerbadamente egocéntrico que gusta de realizar espectaculares intervenciones públicas donde centra toda la atención anunciando sus nuevas aventuras empresariales. Uno de estos anuncios tuvo lugar hará casi una década, cuando el propietario de Virgin reveló su conversión a la causa contra el cambio climático, a la que destinaría 3.000 millones de dólares para la obtención de combustibles limpios y la invención de tecnologías para succionar carbono de la atmósfera.

        ¿Dónde ha quedado el grandilocuente anuncio de Branson después de todo este tiempo? Dudas aparte acerca de sí ha llegado a invertir aunque sólo sea una parte del dinero prometido, mientras sus líneas aéreas no han hecho más que expandirse abriendo nuevas rutas e incrementando ostensiblemente la flota de aviones, las soluciones por las que han terminado apostando él y los suyos para reducir el nivel de gases "atrapacalor" en la atmósfera llaman muchísimo la atención. Una de ellas fue presentada ni más ni menos que en un congreso sobre energía celebrado en noviembre de 2011 en Calgary (Canadá), al que no por casualidad asistían representaciones de las principales empresas dedicadas en la región a la extremadamente contaminante extracción de arenas asfálticas (Total, Shell, Statoil, ConocoPhillips y otras) ¿En qué consistía? Pues en una técnica denominada EOR (Enhanced oil recovery, recuperación mejorada del petróleo por sus siglas en inglés), que básicamente se trata de inyectar dióxido de carbono a muy alta presión en los depósitos para poder extraer el petróleo que, con las técnicas convencionales, permanecería "retenido" en los mismos, gas que por supuesto sería retirado de la atmósfera y convenientemente almacenado para su posterior utilización (aunque no se especifique muy bien cómo). Así que, como solución al calentamiento catastrófico, se nos presenta una forma para exprimir mucho más los depósitos de combustibles fósiles para hacerlos más rentables ¿No se terminará emitiendo más dióxido de carbono que antes al final de todo el proceso? Qué importa, las "soluciones de mercado" terminan imponiéndose porque de eso se trata, de ofrecer ideas que resulten atractivas para inversores y accionistas. Entretanto presuntos filántropos como Branson, Michael Bloomberg o incluso Bill Gates, siguen vendiéndonos sus promesas verdes para lavar su imagen mientras acrecientan sus fortunas con multitud de negocios sucios.

        Viendo que dentro de lo que podríamos denominar el entorno neoliberal occidental no hay demasiadas esperanzas de ver un cambio de rumbo, podríamos esperar que otros países con otro tipo de gobierno sí que hayan entendido los mensajes que nos envía la Madre Naturaleza. Durante la primera década del presente siglo obraron cambios importantes en Latinoamérica con la ascensión de gobiernos progresistas y de izquierdas, a los que se les presuponía una mayor sensibilidad medioambiental. Los gobiernos del Partido dos Trabalhadores de Lula da Silva y su sucesora Dilma Rousseff en Brasil, Rafael Correa en Ecuador o Evo Morales en Bolivia, han hecho progresos indudables. En todos los casos se ha combatido con éxito la pobreza extrema, se han reducido las desigualdades y se han abordado ambiciosos programas de ayudas sociales y servicios públicos, lo cual ha redundado en una mejora de la calidad de vida de una parte ostensible de la población, especialmente en áreas urbanas.

         Todas estas transformaciones son sin duda positivas, pues implican un mejor reparto de la riqueza. Pero, ¿de dónde procede mayormente la riqueza de dichas naciones? Por desgracia y al igual que la "petróleo dependiente" Venezuela, ninguno de los países mencionados parece haber abandonado la senda del extractivismo fundamentada en los combustibles fósiles. Es más, todos ellos han apostado fuerte durante estos años por incrementar sus tasas de extracción. Las plataformas petrolíferas salpican los mares que rodean Brasil, desde que gobierna Correa Ecuador ha extraído y exportado más petróleo que nunca en su historia y Bolivia basa buena parte de su desarrollo y prosperidad en sus grandes reservas de gas natural. No en balde algunos analistas denominan a esta política el "extractivismo progresista". En este caso las diferencias estriban en que la riqueza, en vez de terminar por completo drenada por trasnacionales extranjeras y oligarquías corruptas, revierte en mayor medida sobre la población, al mismo tiempo que las inversiones para proyectos extractivos ya no se alimentan tanto de capital norteamericano o europeo, pues ahora China inunda los mercados latinoamericanos con dinero fácil a la espera de nutrirse de recursos naturales esenciales. Sin embargo nada de esto soluciona los problemas climáticos que se atisban en el horizonte, en esencia el modelo sigue siendo el mismo.

         Esta actitud de la izquierda pone en evidencia que, ante un panorama de crisis económica cuasi crónica, las acciones medioambientales pasan a un segundo plano frente a otras prioridades. Volviendo sobre Grecia conviene recordar que, aun antes de subir al poder, Syriza reconocía abiertamente "que se habían olvidado del cambio climático" ante la situación de emergencia económica y social que vivía el país. Y precisamente debería ser todo lo contrario. La expansión mundial que están experimentando los sistemas de energía solar fotovoltaica (ESF), animados por toda una serie de recientes avances tecnológicos en el sector, demuestran que se puede contar con una alternativa viable a los combustibles fósiles aceptablemente limpia, capaz de generar gran cantidad de empleos cualificados y que permite a los usuarios la autosuficiencia energética; toda una revolución social en sí misma. Diversos informes de la Agencia Internacional de la Energía aseguran que para mediados de este siglo la ESF será la principal fuente de energía eléctrica en el mundo, su avance parece imparable porque es una opción que se ha demostrado que funciona. No obstante puede que no lleguemos a tiempo, ya que nuestra civilización parece resistirse horrores a abandonar su fatal dependencia de los combustibles fósiles. La huida hacia delante continua.



M. Plaza
                           
Para saber más:                          

Fracaso total de la UE: Grecia se cae a pedazos (El Blog Salmón).
Grecia se rinde a la Troika pero Europa comienza a desconfiar de Merkel y Schauble (El Blog Salmón).
La agricultura de Ucrania violada por la UE y el FMI (William Engdahl).
¿Qué está pasando con la bolsa de China? (La Marea).
¿Al borde de una nueva crisis financiera? (rebelion.org).
36 premios Nobel piden a los líderes actuar contra el cambio climático (ATTAC).
El mundo apuesta por la energía solar, ¿y España? (EconoNuestra).
Si no echamos el freno pronto, nos vamos al garete (La Ciencia y sus demonios).
Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el Clima (This changes everything). Naomi Klein. Espasa Libros S.L.U (2015).



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