Bhopal. Treinta años después

La madrugada del 2 al 3 de diciembre de 1984, en la región india de Bhopal, tuvo lugar uno de los mayores desastres humanos y medioambientales de la Historia. Treinta años y decenas de miles de víctimas después semejante crimen continua impune.


           Estos días se viene conmemorando una triste efeméride que, no obstante, ocupa un lugar no especialmente relevante en las portadas de los principales medios de este país e internacionales, pese a que ha de figurar por derecho propio en el "Top 10" de los mayores desastres acaecidos durante el siglo XX. Estamos hablando nada más y nada menos que de la catástrofe en la planta de pesticidas propiedad de la compañía estadounidense Union Carbide próxima a la ciudad de Bhopal, situada en el distrito que lleva el mismo nombre y que se encuentra en pleno corazón de la India. La madrugada del 2 al 3 de diciembre de 1984 un escape accidental de 24 toneladas de isocianato de metilo (MIC), un compuesto especialmente tóxico y mortífero, generó una nube letal que se cernió sobre los suburbios de la ciudad más próximos a la planta mientras la mayoría de sus habitantes dormía plácidamente. El resultado fue devastador, en cuestión de minutos miles de personas se hallaban agonizando, debatiéndose entre la asfixia y el ardor que corroía sus ojos, nariz y garganta. Otros tantos huyeron despavoridos sin entender muy bien qué sucedía y pronto reinó el caos en las calles. A la mañana siguiente, disipada ya la nube del pesticida, se pudo vislumbrar la magnitud de la tragedia. Se calcula que más de 20.000 personas fallecieron como consecuencia de aquella fatídica madrugada, algunas estimaciones elevan la cifra de víctimas hasta las 25.000, mientras que alrededor de 60.000 habrían de vivir con las consecuencias de la exposición de su organismo a las altas dosis recibidas del tóxico compuesto. Enfermedades crónicas, esterilidad y malformaciones congénitas que van pasando de generación en generación, son sólo algunas de las secuelas que este terrible desastre ha dejado entre los supervivientes.      
         
           El isocianato de metilo (MIC) es un compuesto orgánico altamente volátil que contiene ácido cianhídrico en su formulación, de ahí su enorme peligrosidad (de hecho consultar la ficha internacional de seguridad química que adjunto). Desde hace décadas se ha venido utilizando como componente en los pesticidas de la familia de los carbamatos, de uso extensivo en la agricultura industrializada. Con ellos se han combatido los ataques de insectos a los cultivos, pero el MIC resulta terriblemente nocivo para otras muchas criaturas, el ser humano entre ellas. La industria química ocultó en el pasado la letal toxicidad de este producto, tal y como demostraban investigaciones realizadas ya en 1963 por el instituto Mellon de la Universidad de Carnegie. El objetivo estaba bien claro, éste y otros muchos compuestos altamente peligrosos (como el DDT, el óxido de etileno, el acrilonitrito, etc.) no podían ser retirados del mercado porque ello supondría importantes pérdidas para el sector, que obtenía grandes beneficios con su producción y comercialización.

           Ésa es precisamente la clase de lógica que imperó en la instalación de la planta de Union Carbide en Bhopal. La compañía estadounidense desembarcó en la India en 1980 con el objeto de abrirse al espectacular mercado agrícola del gigante asiático, sus productos fitosanitarios serían utilizados por todos los agricultores del país y el dinero fluiría a espuertas. Los directivos de la compañía, como el infame Warren Anderson, fueron recibidos con todos los honores por las autoridades locales, pues traían el progreso, la prosperidad económica e infinidad de puestos de trabajo a una tierra que se esforzaba por salir del atraso en el que se encontraba. Las inversiones extranjeras eran como maná caído del cielo, al menos eso fue lo que muchos pensaron al principio.

            Pero no es oro todo lo que reluce. Union Carbide se las prometía muy felices, pero sus previsiones no se cumplieron y más pronto que tarde su planta en Bhopal llevó camino de convertirse en una inversión ruinosa. La venta de pesticidas en el mercado indio no alcanzó los niveles esperados y el fantasma de los números rojos asomó por el horizonte ¿Qué hacer entonces, recoger los trastos y marcharse sin tan siquiera esperar a haber recuperado la inversión o a que el nivel de ventas aumentara? No fue esa la decisión de los directivos de la compañía, tampoco se iban a rendir tan pronto. No obstante seguir perdiendo dinero a chorros entraba menos aún en sus planes, así que siguiendo la lógica neoliberal tomaron una decisión más que previsible. Los evangelios del neoliberalismo proclaman que el beneficio económico ha de primar por encima de cualquier otra cosa, los derechos y la vida de los seres humanos también. A falta de mayores ingresos había que reducir costes drásticamente y como fuera para obtener cierta rentabilidad y ello se consiguió dejando la plantilla de la fábrica bajo mínimos, amén de no invirtiendo prácticamente nada en el mantenimiento de sus instalaciones. Sin apenas personal para ocuparse de ella debidamente y sin medios con que mantenerla en unas condiciones seguras, la planta de pesticidas de Bhopal quedó en un estado realmente deplorable tras varios años de abandono deliberado por parte de la compañía. Unas modernas instalaciones concebidas para generar riqueza y puestos de trabajo mutaron en una auténtica bomba de relojería dispuesta a estallar en cualquier momento.

           La tragedia se podría haber evitado, "tan solo" era cuestión de dinero, pero éste no estaba disponible para tales fines (aunque seguramente sí para otros, como permitir que los directivos de Union Carbide vivieran a todo tren). Un documental de National Geographic titulado Segundos castastróficos. La catástrofe química de Bhopal, reproduce al detalle la secuencia de acontecimientos que desencadenó el letal escape tóxico. Sin entrar en detalles en él queda bastante claro que una fuga de agua, provocada por lo ruinoso del estado en el que se encontraba la planta, alcanzó uno de los depósitos donde se almacenaba el MIC. Dicho compuesto reacciona violentamente al entrar en contacto con el agua, lo que finalmente provocó su efervescencia y el posterior escape descontrolado.

Fotografía que muestra el estado actual de las instalaciones de
la planta de pesticidas de Bhopal.
           Aquella madrugada de hace 30 años miles de personas, cuyo único pecado fue residir en el lugar equivocado, habrían de pagarlo con creces. Conocidas las consecuencias del accidente lo natural hubiera sido buscar y castigar a los responsables últimos, cuanto menos exigirles responsabilidades penales por tantísimas muertes. En su lugar en el año 2010 se dictaron unas condenas irrisorias para ocho de los empleados de la planta, todos ellos de nacionalidad india, que para más inri inmediatamente después quedaron en libertad bajo fianza (al respecto consultar el artículo de El País que recoge la noticia). En cuanto a Union Carbide un acuerdo extrajudicial con el gobierno indio alcanzado en 1989 estableció una compensación de 470 millones de dólares, lo que en la práctica es un precio muy bajo a pagar por semejante tragedia, pues apenas llega a unos 1.000 dólares por cada afectado. En la actualidad Union Carbide es una filial del supergigante trasnacional de la industria química Dow Chemical Company, corporación esta última que ha eludido sistemáticamente toda responsabilidad en los sucesos de Bhopal y que se niega a asumir los costes de limpieza en los alrededores, todavía contaminados, de la planta ¿Qué suerte corrieron los directivos de la compañía en el momento de la catástrofe? ¿Acaso afrontaron alguna clase de proceso judicial o sanción económica? Ni tan siquiera eso. Warren Anderson, director de Union Carbide en 1984, viajó a la India nada más conocerse el desastre y hubo de afrontar un arresto por parte de las autoridades. No obstante tras ser puesto en libertad se fugó del país y ya nunca más regresó, sin que el gobierno de Estados Unidos moviese un solo dedo por extraditarlo. De hecho Anderson falleció plácidamente el pasado mes de septiembre, en el acogedor retiro de un centro residencial para ancianos en Florida, no sabemos si con la conciencia del todo tranquila.

            Imaginemos por un momento el siguiente supuesto. Un ciudadano extranjero es responsabilizado de la muerte, por acción u omisión, de miles de estadounidenses. El peso de la Justicia ha de caer sobre él, pero huye de Norteamérica y se refugia en su país de origen, que hace más bien poco para entregarlo ¿Cómo reaccionaría el gobierno de Estados Unidos, presionado además por una ciudadanía indignada, ante semejantes hechos? Un ataque contra unos rascacielos el 11 de septiembre de 2001 habría de desencadenar una ola de destrucción y muerte por medio mundo como furibunda respuesta a la agresión. De tratarse de una simple negligencia criminal tal vez no se llegara tan lejos, pero qué duda cabe que el susodicho daría con sus huesos en una cárcel estadounidense, a buen seguro para el resto de su vida, sin que gobierno alguno del planeta se opusiera a ello. He aquí la escandalosa doble vara de medir de lo sucedido en Bhopal, un crimen corporativo en toda regla. En este caso la víctimas eran de segunda, mejor dicho de tercera o incluso de cuarta categoría según los estándares neoliberales; pobres en un país en vías de desarrollo. En cambio los culpables eran personalidades de primer nivel, miembros de la élite económica que gobierna el mundo, la vida de uno de ellos bien vale más que la de 100.000 indios. Ése y no otro es el motivo por el cual no se ha actuado contra ellos. La prepotencia y el desprecio racista, tanto del gobierno norteamericano como de la propia compañía, también tienen mucho que ver en todo esto.

            Si la culpa de la hecatombe nuclear de Chernobyl la tuvieron una serie de errores humanos concatenados, sumados a un conjunto de decisiones irresponsables tomadas por los ingenieros de la central en el peor de los momentos, la catástrofe en Bhopal se debió a una combinación entre racanería y codicia. La racanería de Anderson y sus compinches, que prefirieron no gastarse un centavo de más en el mantenimiento de la planta química, ni en los sueldos de más trabajadores que los mínimamente imprescindibles para no considerarla una instalación cerrada y en estado de ruina. Codicia porque se supeditó la obtención de beneficios a cualquier otra consideración, como el correcto estado de las instalaciones y más concretamente de los depósitos que almacenaban el mortífero producto, los sistemas de seguridad destinados a prevenir accidentes o un plan de prevención e información destinado a la población que rodeaba aquella fábrica de la muerte, para que fuera avisada con tiempo y supiera cómo actuar en caso de emergencia. Nada de eso se tuvo en cuenta, pero Union Carbide optimizó sus costes en aquellos años para que los números cuadrasen en la cuenta de resultados. Después de todo en el credo neoliberal no importan muchas más cosas. Una lógica que ha seguido imponiéndose a pesar de tragedias como esta. Sin ir más lejos, antes del letal tsunami de marzo de 2011 en Japón, los responsables de la central nuclear de Fukushima se jactaban de haber optimizado su gestión reduciendo costes a todos los niveles. El mundo entero pudo comprobar más tarde cuáles fueron los resultados de dicha "optimización", pues las fuerzas desatadas de la Naturaleza no fueron las únicas responsables.

            Recordar sucesos como el de Bhopal resulta especialmente importante en los tiempos que corren, donde las máximas corporativistas de "reducir costes para aumentar la eficiencia" van camino de convertirse en dogma. Y ningún dogma ha traído jamás beneficio alguno, especialmente si se lleva vidas humanas por delante. También conviene recordar a las víctimas de semejante injusticia para terminar con la impunidad de los responsables, aunque en el caso de Warren Anderson ya sea demasiado tarde. En ese sentido parece que algo se está moviendo. Hoy por hoy la inmensa mayoría de la sociedad india (hasta un 82% según una encuesta de Amnistía Internacional) se muestra claramente a favor de que Union Carbide comparezca ante los tribunales del país para rendir cuentas por delito de homicidio culposo. En Estados Unidos más del 60% de los encuestados también apoyaría una medida de estas características. El sentir popular no es suficiente, pero al menos por el momento logrará romper la impunidad del olvido de aquella madrugada en Bhopal, la más negra de todas las noches que sus habitantes recuerdan.  

                                        
Para conocer mejor los sucesos de la catástrofe química de Bhopal, así como las vidas de las personas que se vieron afectadas por ella, recomiendo el libro Era medianoche en Bhopal, de Dominique Lapierre y Javier Moro. Editorial Planeta (2004).






                                                                                            Juan Nadie



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