Crisis y renovación de la iglesia católica en Occidente.

La crisis del catolicismo en los países desarrollados aconseja la modernización de los planteamientos de esta institución. El discurso progresista del papa Francisco I aspira a ganar adeptos entre los escépticos ciudadanos del mundo occidental.


La situación de la iglesia católica en Europa es ciertamente crítica. Los escándalos de pederastia, el robo de niños en España, las inmatriculaciones, las intrigas del Banco del Vaticano y otros tantos casos de corrupción han debilitado aún más a una institución religiosa que arrastra desde hace siglos una crisis severa de identidad y de conexión con la realidad social, científica y personal. La insólita renuncia de Benedicto XVI, primer papa en abandonar el pontificado tras el caso de Gregorio XII en 1415, ha sido interpretada como un indicio de la urgente renovación interna que precisan los órganos del catolicismo. 

La crisis de fe en el seno de la iglesia católica no tiene precedentes. La pérdida de feligreses va en aumento y la autenticidad del sentimiento cristiano de los que permanecen se pone en entredicho incluso por autoridades eclesiásticas, que denuncian la presencia creciente de advenedizos y oportunistas entre sus filas, más interesados por las ventajas de pertenecer a un "club" transnacional con un inmenso poder político y económico.


Crisis del catolicismo en cifras.


Para mayor inri, la media de edad de los sacerdotes en España, joya del catolicismo europeo, supera ya los 63 años y según datos del Anuario Estadístico de la Iglesia, las vocaciones sacerdotales decrecen en todo el continente desde hace más de una década: sólo en el año 2012 apenas se registraron 20,564, 282 menos que el año anterior. Al mismo tiempo, aumenta el número de sacerdotes activos que dejan el ministerio, bien por alcanzar la edad de jubilación bien por otros motivos. De acuerdo con los datos del Anuario del 2010, el número total en Europa para el ejercicio analizado ascendía a 190.150, entre sacerdotes diocesanos y religiosos, 905 menos que en el periodo anterior.

La reposición en Europa estaría asegurada en el corto plazo, gracias a la inmigración, pero la avanzada edad de los activos amenaza la continuidad del ministerio en el medio-largo plazo. En zonas como Navarra, por ejemplo, el 70 % de los sacerdotes superan los 65 años y deben atender un número creciente de pueblos debido a la escasez vocacional.

Del mismo modo, en Barcelona, de las 208 parroquias de la archidiócesis, 91 están regidas por párrocos mayores de 65 años, lo que supone el 45 % del total. Además el relevo generacional peligra pues, según datos de la Conferencia Episcopal Española, el seminario diocesano barcelonés ha menguado el número de aspirantes en más de un 50 % durante el periodo 2000-08, manteniéndose esta tendencia bajista a día de hoy. De hecho, el grupo de sacerdotes catalanes "Germinans germinhabit" denuncia que 31 párrocos sobrepasan la edad canónica de jubilación, los 75 años, debido a que el obispado fuerza su continuidad por la falta de efectivos y por temor al progresismo eclesial de los jóvenes.

La situación parece más grave en USA, donde el envejecimiento de los religiosos católicos es alarmante: el 91 % de las monjas y el 75 % de los sacerdotes y frailes supera los 60 años, mientras que la mayoría del resto alcanza los 50.

Este panorama sombrío ha obligado a repoblar los templos occidentales con religiosos venidos de Asia, África y Latinoamérica, continentes donde las duras condiciones económicas fomentan que muchos jóvenes opten por la carrera eclesial. Así, en la población catalana de la Seu d´Urgell. por ejemplo, casi el 100 % de los sacerdotes son colombianos, y en Alemania, país de tradición protestante, las iglesias católicas sobreviven gracias a los inmigrantes, habiendo alrededor de mil religiosos indios.

La renovación de la iglesia


Ante esta situación precaria urge la renovación de estrategias. Entre los objetivos prioritarios destacaría un asunto largamente pospuesto: conectar con la modernizada sensibilidad de los ciudadanos. Pero además de despertar simpatías entre el público del siglo XXI, y obviamente por lo dicho arriba, apremia la pérdida de fieles y de vocaciones, y los posibles daños derivados de los cambios políticos y económicos que se encuentran en marcha actualmente en los países desarrollados, dominados por una filosofía de recorte del gasto público que podría perjudicar seriamente a la iglesia, muy dependiente de la financiación estatal.

El clima presente aconseja aumentar el respaldo de los votantes. Es preciso renovar la línea discursiva para atraer a los católicos culturales separados de la iglesia por la unilateralidad de su discurso en temas como el aborto, la homosexualidad o la eutanasia entre otros. De ahí la nueva tendencia marcada por el papa Francisco, un líder muy mediático, que apuesta por poner el acento en otros problemas que azotan hoy día la existencia de las personas, tales como la desigualdad económica, los problemas medioambientales o la corrupción política.

Algunas voces autorizadas del universo católico apoyan también el ministerio de la mujer, la eterna discriminada en el acceso al sacerdocio. Con ello se pretende afrontar a la vez dos graves problemas: la imagen machista de la institución y la falta de sacerdotes. Este último asunto, a su vez podría impulsar en los próximos años el protagonismo de los seglares en el oficio de la eucaristía. De hecho la falta de curas en algunas parroquias ya ha obligado a confiar la liturgia en manos de los fieles y esta práctica, todavía marginal, podría generalizarse, presentándose además a la opinión pública como un paso hacia la democratización de la iglesia.

Pero este lavado de imagen que está implementando el catolicismo trata de conjurar otros peligros mundanos. El laicismo creciente y la mayor diversidad cultural y religiosa en países hasta ahora predominantemente católicos, como España, Italia o Irlanda, preocupan también a las autoridades eclesiásticas, temerosas de que una renegociación de los Acuerdos con la Santa Sede conlleve una pérdida o disminución sustancial de los beneficios fiscales y de la financiación estatal de la que disfrutan hoy. 

Recordemos que España o Italia, entre otros,  nutren anualmente las arcas de la iglesia con varias decenas de miles de millones de euros, y esta dependencia del dinero público es difícilmente justificable si la iglesia mantiene un discurso discriminatorio con buena parte de los contribuyentes, entre los que se cuentan personas de otros credos, pero también gays y lesbianas, que soportan aún la estigmatización católica. Del mismo modo, los escándalos financieros, las inmatriculaciones y otras muestras de avaricia en el mundo eclesiástico contribuyen a cuestionar la legitimidad de esta vía de financiación, toda vez que los ciudadanos ven mermado su poder adquisitivo y la calidad de los servicios públicos debido a los recortes impuestos por la hegemonía neoliberal en la Troika.

Ramón Firmin


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