Los cultos cargo de las tribus melanesias del Pacífico Sur tomaron a los colonos de las potencias occidentales por seres sagrados y adoraron sus objetos manufacturados.
En el imaginario colectivo de las sociedades tribales
melanesias la teoría del “gran hombre” ocupaba un lugar central. Según esta
creencia tradicional, uno de los signos para reconocer a un gran hombre es la
propensión a distribuir su riqueza entre los demás. La generosidad distingue a
los seres especiales, imbuidos de cierta santidad y por tanto dignos de ocupar
cargos políticos en el seno de la tribu. (1) (2)
Durante el colonialismo el contacto cultural entre esta
creencia y la abrumadora riqueza industrial y tecnológica de la cultura
occidental sentó las bases para la aparición de los cultos cargo, movimientos
religiosos que veneraban los productos manufacturados occidentales. Desde
finales del siglo XIX los nativos de algunas islas como Fiji, Nueva Guinea,
Nuevo Hannover o Tanna contemplaron el ir y venir de barcos, aviones, lanchas o
bombarderos de distintas nacionalidades, repletos de todo tipo de productos,
desde cajas de cerillas, zapatos, relojes y latas de comida en conserva hasta
motocicletas, automóviles, radios portátiles, refrescos o ropas vistosas.
El asombro de los autóctonos ante objetos tan fascinantes y
desconocidos para ellos así como los primeros regalos de cortesía de los
futuros dueños de las islas, decididos a ganarse la aceptación de los nativos,
despertaron entre éstos la idea de que los hombres blancos eran “grandes
hombres”, los antepasados, de regreso del más allá provistos de un cargamento
sagrado que cambiaría por siempre sus vidas, iniciando un periodo paradisíaco
de bondades incontables, libre de la explotación del hombre por el hombre y del
trabajo esclavo.
Tras la II Guerra Mundial, por ejemplo, los nativos de la
isla de Tanna, en el mitológicamente fecundo archipiélago de Vanuatu, esperaban
el regreso de John Frum, un dios ataviado con una guerrera con galones de
sargento, que regresaría algún día en un bombardero Liberator, cargado de
leche, relojes, helados, Coca-Cola y transistores donde escuchar pop
anglosajón. Un líder de la aldea John Frum, interrogado en 1970 por tan
extravagante creencia contestó: “la gente ha esperado casi dos mil años el
regreso de Jesucristo, por lo tanto podemos seguir esperando a John Frum.” El
culto a John Frum sobrevive aún en la actualidad junto a otros cultos como el
del Príncipe Felipe o el de Tom Navy. (2) (3)
Además de la veneración por las manufacturas de los
occidentales, los cultos cargo generaron una intensa reflexión mitológica sobre
el origen de la riqueza del hombre blanco. Aunque los misioneros y las
autoridades europeas en ocasiones contaban a los nativos que la opulencia de la
cultura occidental se debía al trabajo duro, la ciencia y la tecnología, los
profetas nativos de los cultos cargo veían en esta respuesta una evasiva para
no revelar el auténtico secreto del cargo y afirmaban que semejantes objetos
debían de crearse en algún lugar lejano mediante procesos sobrenaturales.
En otros casos los europeos alimentaron desde el principio
la mitología de los nativos en torno al cargo, reforzando la idea de que los
hombres blancos eran los antepasados, grandes hombres cuya presencia constituía
una bendición. En el área de Madang, por ejemplo, en la costa norte de Nueva Guinea,
durante un tiempo las autoridades impidieron que los nativos presenciaran la
muerte de ningún hombre blanco, cuyos cuerpos eran arrojados secretamente al
mar. (2)
En el pueblo de Lamakara el 15 de febrero se celebra
el día del regreso de John Frum.
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Las autoridades coloniales aprovecharon la legitimidad
religiosa que los nativos otorgaban a su poder para instaurar un sistema de
dominación que puso a los nativos a trabajar duro con la esperanza de recibir a
cambio parte del cargamento sagrado que llegaba a las islas. Pero la
fascinación nativa por la riqueza industrial era un arma de doble filo: si el
reparto del cargo no llegaba a manos de los nativos, éstos retirarían a los
europeos su condición de hombres sagrados, pues la generosidad en el reparto de
la riqueza caracteriza al gran hombre, revela su magnanimidad y espiritualidad,
convirtiéndole en digno de ser seguido como a un dios.
Los misioneros luteranos que acompañaron a las autoridades
político-militares alemanas en la colonización de Nueva Guinea eran muy
conscientes de este obstáculo cultural. De hecho, pasados trece años desde el
establecimiento del primer gobierno colonial en Madang en 1884, las misiones
apenas habían podido realizar ninguna conversión y las pocas se lograban por el
reparto previo de regalos. Asimismo, al asimilar las creencias cristianas, los
misioneros detectaban que la veneración del cargo y la riqueza industrial
estaban siempre presentes, impidiendo una conversión completa a la religión de
los colonos. Como relata Harris (2), los nativos interpretaban pasajes de la
Biblia como “y Dios bendijo a Noé” con el sentido de “y Dios dio a Noé cargo” o
“Buscad primero el reino de Dios y su justicia” como “los buenos cristianos
serán recompensados con cargo”.
Así las cosas, cuando las promesas de cargo no se cumplieron
las revueltas no se hicieron esperar. En 1914 las autoridades de Madang
descubrieron una conspiración nativa para matar a todos los falsos antepasados.
La situación llegó al extremo de saldarse con la ejecución de los cabecillas y
la imposición de la ley marcial. La superioridad militar mantuvo a raya a los
nativos, que siguieron trabajando en las plantaciones y colaborando en las
misiones, pero la percepción de los europeos había cambiado notablemente. Ya no
eran los antepasados y el origen de la riqueza industrial debía de ser otro,
puesto que los hombres blancos, cuya falta de generosidad había quedado
manifiesta, ya no podían ser considerados seres sobrenaturales capaces de crear
objetos mágico-sagrados como las motocicletas o las latas de conserva. Con este
nuevo enfoque, las potencias ocupantes habían perdido la batalla ideológica,
aunque todavía conservaban su inmenso poder militar, garante de la subyugación
de los nativos y el mantenimiento del statu quo.
Aun así, las tensiones continuaron en todas las islas. Los
líderes religiosos del cargo preconizaban que los misioneros, comerciantes y
funcionarios de los gobiernos occidentales conocían el secreto para conseguir
el cargo y que la forma de obtener tanta riqueza requería descifrar este mágico
secreto. En la década de los 30 los nativos de Madang boicotearon las misiones
en diversas ocasiones, frustrados por contemplar la proliferación de
riquezas en su isla, acaparadas exclusivamente por los hombres blancos. En 1968
un profeta de la isla Nuevo Hannover, también llamada Lavongai, anunció que el
secreto del cargo sólo era conocido por el Presidente de los Estados Unidos, a
la sazón Lyndon Johnson. Movidos por su fervor religioso, los miembros del culto
rehusaron pagar los impuestos a las autoridades locales con el propósito de
ahorrar lo suficiente para comprar al señor Johnson y hacerle Rey de la isla a
cambio del codiciado secreto.
Incidentes de esta naturaleza se sucedieron durante todo el
periodo colonial. Finalmente las islas fueron independizándose de las potencias
occidentales a lo largo de todo el siglo XX, pero algunos cultos cargo todavía
sobreviven. En la isla de Tanna, desde los años 50 se celebra el día del
regreso de John Frum el 15 de febrero. Según la creencia, si renuncias al
dinero y adoptas las viejas costumbres, Frum regresará y te premiará
concediéndote todo el cargo que puedas necesitar. En el pueblo de Lamakara
cientos de seguidores de J. Frum, vestidos como soldados americanos, beben kava
y realizan una ceremonia en honor de su dios, esperando su regreso con
televisores, camiones, lanchas, medicinas...
Fuentes
(1) Harris, Marvin. “El Potlach” en Vacas, cerdos, guerras
y brujas. Alianza. 1998.
(2) Harris, Marvin. “El cargo fantasma” en Vacas,
cerdos, guerras y brujas. Alianza. 1998.
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