El rechazo del otro en las políticas educativas.

La necesidad de construir la democracia a través de políticas educativas que fomenten la tolerancia.


Jean Paul Sartre, el filósofo existencialista francés, afirmaba que en la construcción de las identidades colectivas humanas la oposición a otra identidad  juega un papel decisivo. Por ejemplo, puedo sentirme del Barça o del Real Madrid, de izquierdas o de derechas, católico o musulmán, bien  por simpatía por los valores asociados a cada opción, pero también, y frecuentemente al mismo tiempo, por antipatía hacia el otro.

Uno de los problemas del sentimiento de oposición en la construcción de la identidad colectiva consiste en los peligros de tensión social que entraña, ya que nuestro sentimiento de pertenencia a un grupo puede  reforzarse cuando rechazamos al otro. Esta experiencia la ha vivido cualquier ser humano que haya participado o presenciado alguna de esas peleas infantiles entre grupos de amigos en el patio del colegio, presididas por el lema “o vas con ellos o con nosotros”.  Pero cuidado, este no es un rasgo de inmadurez que se cure con la edad. Por el contrario, sobrevive al paso de los años y neutralizar sus efectos requiere educación emocional, reflexiva y autocrítica, además de la costumbre de practicar la tolerancia.

Por ello cuando los partidos políticos aprueban leyes educativas que renuncian a una educación en valores crítica y enfocada desde el multiculturalismo o que, en el peor de los casos, apoyan descaradamente una opción política o religiosa concreta, la ciudadanía debe saber que se está fomentando que las relaciones entre distintos grupos socio-culturales se autorregulen desde lo básico, lo primario y lo instintivo, que al fin y al cabo es lo que domina nuestra conducta cuando falta la educación. A través de esta política educativo-cultural se siembran la incompetencia en el diálogo, la falta de tolerancia hacia el otro y el desconocimiento mutuo, que finalmente sirven a los intereses de las élites que gestionan los grupos sociales, entre cuyos fines se encuentra el de atraer al máximo número de adeptos y simpatizantes en detrimento de los otros grupos, en el fondo considerados rivales.

El rechazo del otro como forma de construir la identidad grupal forma parte de la guerra ideológica, y en los periodos de conflicto bélico aumenta significativamente su presencia en las campañas propagandísticas orientadas a fortalecer la cohesión del grupo. Durante la II Guerra Mundial encontramos casos muy evidentes en la publicidad gubernamental nazi o aliada, tanto soviética como capitalista, basada en el principio de ensalzar lo propio y desprestigiar lo ajeno. Y más recientemente, durante la infame guerra contra Irak por intereses económicos, la dicotomía del eslogan “estás con nosotros o contra nosotros”, “o colaboras y apoyas la intervención o defiendes a los terroristas” protagonizó la campaña mediática prebélica junto al famoso mantra “En Irak hay armas de destrucción masiva”.

Los peligros potenciales de la falta de educación en la tolerancia no son poca cosa en un mundo globalizado como el nuestro, donde la tendencia al mestizaje cultural o como mínimo a la convivencia en un mismo espacio físico de grupos culturales diversos parece irreversible. Con las fronteras políticas diluyéndose, los movimientos migratorios en auge y la notable presencia en Occidente de comunidades étnicas, religiosas o culturales venidas de diferentes partes del globo, el fomento del diálogo y la tolerancia entre grupos diversos en la educación de las nuevas generaciones debería ser una prioridad en las políticas de los gobiernos.


Sebastián Goldsmith.

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