¿Qué celebramos el 9 de octubre?

El siguiente artículo es en parte una traducción adaptada de otro publicado en febrero de 2008 en la web del Grupo Tortuga, de título Jaume I, el genocida. En él se revisa la figura del legendario monarca de la Corona de Aragón, poniendo así en perspectiva lo que supuso para los vencidos la hoy ampliamente celebrada conquista del Reino de Valencia.

 

       
       Arriba tres carteles con un común denominador, la figura del monarca Jaime I de Aragón, apodado "el Conquistador", y al que se rinde homenaje de las más diversas maneras y desde muy diferentes sectores. El primero de los carteles pertenece a "Acció Cultural del País Valencià", una organización de la esfera política y cultural valenciana encuadrada en la izquierda catalanista. El segundo anuncia un acto de "Democracia Nacional", un partido de extrema derecha. Por último un cartel en este caso del ayuntamiento de Valencia, en el que el rey medieval es representado bajo una apariencia inocente y amable en un juego pensado para los más pequeños.

      En el calendario de actos y celebraciones oficiales el día 9 de octubre aparece reflejado como el día de la Comunidad Valenciana ¿Por qué? Muy simple. Tal día como ese en el año del Señor de 1238 (tal y como se diría antiguamente) las tropas comandadas por el rey Jaime I de Aragón entraban en la ciudad, antes musulmana, de Valencia, que a partir de entonces pasaría a convertirse en la capital de un nuevo reino integrado en la Corona de Aragón. Este hecho, ampliamente conocido por todos los valencianos, da pie a que la figura del citado monarca haya sido ampliamente ensalzada, reverenciada e incluso mitificada. Jaime "el Conquistador" como el arquetipo del buen soberano, bravo guerrero que dirige a sus hombres en la batalla, gobernante justo y equitativo, sabio, gran legislador y que terminó ampliando ostensiblemente los dominios de la Corona de Aragón con la anexión del archipiélago balear (salvo Menorca, tomada por Alfonso III en 1287) y el Reino de Valencia (salvo la mayor parte de la actual provincia de Alicante, incorporada en 1304-1305 tras la Sentencia Arbitral de Torrellas y el Tratado de Elche, que puso fin a una disputa territorial con la corona castellana). A todas luces uno de los gobernantes más sobresalientes del medievo peninsular.

       Tanto es así que Jaime I (Jaume I en catalán) es un personaje histórico objeto de un consenso y respeto bastante transversales, independientemente de las distintas orientaciones políticas e identitarias o apegos nacionales. Desde el catalanismo político se ensalza de manera casi unánime la figura del rei en Jaume, tal y como por ejemplo se puede comprobar en el artículo Jaume I, rei i mite, donde incluso se lo llega a calificar como "el arquitecto de los Païssos Catalans". Y desde lo que podríamos considerar el otro lado del espectro político, el ultranacionalismo españolista de extrema derecha, el monarca también es tomando en alta consideración; en este caso por ser uno de los grandes "cruzados", por así decirlo, en esa especie de guerra santa particular hispánica que se ha venido a llamar "Reconquista" de los territorios patrios en manos de los infieles. Así pues todos parecen admirar a Jaime I por uno u otro motivo e, institucionalmente, nadie parece rechazar su figura y su legado, siendo casi unánimes la opiniones al respecto independientemente de donde vengan. Todos satisfechos y respetuosos con la efeméride de la conquista y el héroe Jaime I. Las polémicas, que respecto a la celebración del 9 de octubre las hay y no pocas, vienen siempre por otras razones que nada tienen que ver con este personaje histórico.

       ¿Pero qué se está celebrando exactamente el 9 de octubre? Aquel día de 1238 las tropas de Jaime I entraban en la ciudad de Valencia tras un implacable sitio que se prolongó durante cinco meses. El rey conquistador desfiló por una ciudad prácticamente vacía, ya que días antes unos 30.000 de sus habitantes fueron obligados a abandonarla. Las durísimas condiciones de la rendición estipulaban que todas las casas de Valencia fueran repartidas entre los conquistadores cristianos. Sus anteriores ocupantes eran sencillamente despojados de sus posesiones, deportados y, a aquellos que se quedaron en la ciudad, les esperaba un destino desde luego nada deseable, pues se convertirían en esclavos de los nuevos amos que ocuparon las casas que antes fueron suyas. Así pues lo que se celebra el 9 de octubre no es otra cosa que una limpieza étnica.

        Sin embargo esto no es todo. La campaña militar de conquista de la conocida como tercera taifa de Balansiya (que existió entre 1228-1238) tuvo la consideración de Guerra Santa contra los infieles musulmanes, pues el papa Gregorio IX le concedió el carácter de cruzada en 1237, tal y como también hizo con la campaña de Ibiza y Formentera dos años antes. Así pues Jaime I era un rey cruzado, la espada de Cristo arremetiendo contra la herejía mahometana, y qué duda cabe que gozar de la bendición papal fue de gran ayuda para que el ambicioso monarca lograra sus objetivos. Y éstos no eran otros que ampliar el poderío económico, militar y político de la Corona de Aragón, algo por otra parte bastante mundano y sin demasiada relación con la caridad cristiana. De hecho las principales motivaciones que propiciaron la conquista de Mallorca y de la taifa de Balansiya, iniciadas ambas en 1229, poco tenían que ver con la religión. En el caso de la isla el impulso vino de los comerciantes catalanes asentados en la próspera ciudad de Barcelona, deseosos de eliminar competidores y de proyectarse lo máximo posible hacia el Mediterráneo, para así rivalizar con los florecientes emporios marítimos de ciudades como Génova y Venecia. En el caso de Valencia porque aquel territorio era rico y próspero y las noblezas tanto aragonesa como catalana aspiraban a obtener nuevos y lucrativos señoríos en esas tierras, antes de que los castellanos se les adelantaran y se apropiaran de al menos una parte.

       Así pues las mitificadas conquistas de Jaime I tuvieron que ver, como casi todas las conquistas de la Historia, con las ansias de riqueza y poder. Y no fueron ni muchísimo menos episodios exentos de crueldad y derramamiento indiscriminado de sangre. Un ejemplo de ello es la crónica de la conquista de Mallorca realizada por Ibn Amira A-Mahzumi, un andalusí nacido en Alcira y posteriormente afincado en la isla que pudo huir antes de que ésta cayera por completo en manos de las tropas de Jaime I. El historiador mallorquín Guillermo Roselló ha realizado un extenso trabajo de investigación de sus escritos, que permanecieron en el olvido durante siglos, y de ellos podemos extraer que la conquista se saldó con la muerte de unos 24.000 habitantes de la isla, muchos de ellos en el asedio y toma de Madina Mayurqa (la actual Palma de Mallorca). Teniendo en cuenta que ésta y otras crónicas de la época estimaban la población mallorquina de entonces en alrededor de 50.000 personas, vemos como los conquistadores masacraron a casi la mitad de la población en lo que se puede considerar un acto de genocidio en toda regla. Como era habitual en aquel tiempo, a los supervivientes no les esperaba mejor suerte, pues fueron vendidos como esclavos.

En la imagen la máxima expansión de la Corona de Aragón a comienzos del siglo XV, cuyas
posesiones se extendieron temporalmente incluso hasta Grecia. Las ciudades que aparecen
reseñadas son aquellas donde Barcelona estableció los llamados "Consolats de Mar"
(consulados del mar) y dan muestra de hasta dónde se extendió la influencia política
y económica de la corona aragonesa. Un siglo más tarde, no obstante, la proyección
exclusivamente mediterránea de este imperio incipiente quedaría eclipsada por las
espectaculares conquistas otomanas en el este y, más concretamente, con su unión con la
Corona de Castilla, reino que ampliaría de manera asombrosa sus posesiones y riquezas
con la conquista y colonización del Nuevo Mundo.

       En el caso de la conquista del que se convertiría en el Reino de Valencia la victoria no se pudo conseguir exactamente de la misma manera. La taifa de Balansiya contaba con unos 200.000 habitantes y la resistencia fue mucho mayor, ya que la campaña se prolongó durante dieciséis años, en comparación con los únicamente dos empleados para apoderarse de Mallorca. Las técnicas utilizadas en este caso por las tropas cristianas, con tal de doblegar la resistencia de la población andalusí, consistían en incendiar cultivos, saquear aldeas, destruir los bosques aledaños para privar de madera a sus habitantes o capturarlos para venderlos como esclavos. Ésa era la forma de hacer la guerra durante la Edad Media y nada tenía que ver con los muy idealizados enfrentamientos entre caballeros de reluciente armadura en los campos de batalla. Es decir, una auténtica campaña de terror que se llevaba a cabo de una manera despiadada. Aquellas ciudades que se resistían, como por ejemplo Burriana, veían como toda la población superviviente terminaba expulsada. Obviamente se hacían concesiones, pues eso facilitaba en muchos casos la conquista de pueblos y aljamas. Si a sus pobladores se les daba la oportunidad de capitular y terminaban aceptando, se les permitiría seguir viviendo como siervos de los nuevos señores en sus tierras, respetando sus prácticas religiosas siempre y cuando pagaran los correspondientes tributos. Esto ha servido para otorgarle a Jaime I una imagen de rey tolerante y respetuoso con los vencidos, sin embargo era más bien una táctica para impedir que los andalusíes se resistieran hasta la muerte. Además existía una beneficio económico aparejado, ya que los siervos mudéjares (estos musulmanes que continuaron viviendo en territorio conquistado por los cristianos y que, tras ser obligados a convertirse, pasarían a llamarse moriscos) eran muy valorados por ser excelentes agricultores y artesanos. En resumen, una mano de obra muy rentable para la aristocracia cristiana. Con todo la fase final de la conquista del Reino de Valencia se saldó con episodios igualmente sangrientos, como el sitio de Biar en 1245, que se prolongó durante cinco meses. Al concluir la larga campaña militar 100.000 andalusíes de la taifa de Balansiya, la mitad de la población, habían abandonado sus hogares, muchos de ellos expulsados de las zonas costeras y las ricas llanuras aluviales (las regiones más productivas y prósperas), para terminar reubicados en las ásperas tierras interiores, dentro de áreas que bien podrían ser consideradas como "reservas indias".

       Esta situación pronto desembocaría en revueltas generalizadas, alimentadas asimismo por la forma en la que los nuevos señores abusaban de sus vasallos musulmanes. El caudillo mudéjar que las capitaneó fue el legendario Mohammad Abu Abdallah Ben Hudzäil al Sähuir, más conocido como Al-Azraq, que significa "el de los ojos azules". Este personaje ya estuvo al frente de la resistencia a la conquista en su fase final entre 1243 y 1245, para más tarde encabezar dos grandes revueltas mudéjares. La primera se prolongó durante más de una década, de 1247 a 1258, y durante ese periodo los rebeldes llegaron incluso a controlar todo el territorio del reino al sur del Júcar gracias a la ayuda del sultán de Granada y la connivencia de Castilla. Sin embargo uno de los motivos principales por los cuales los sublevados aumentaron sus filas en gran número fue un edicto de 1248 promulgado por las Cortes de Valencia, según el cual todos los musulmanes debían ser expulsados de los territorios de la Corona de Aragón. El edicto finalmente fue revocado como forma de impedir que la revuelta se siguiera extendiendo y, poco después, las tropas de Jaime I lograron recuperar el control de las áreas sublevadas. Al-Azraq huyó a Granada, pero en 1276 regresaría para encabezar una segunda revuelta, sofocada en este caso por el sucesor de Jaime I, Pedro III "el Grande". No obstante, ya escarmentado, hubo de hacer concesiones y a los musulmanes se les otorgó libertad de desplazamiento, residencia y comercio por todo el reino; pudiéndose así aplacarse el descontento de la población mudéjar. Hoy día estos hechos históricos son recordados de una forma bastante folclórica y distorsionada en numerosas localidades de la Comunidad Valenciana. Hablamos de las conocidas como "Fiestas de Moros y Cristianos".

       Así pues la historia de la conquista del Reino de Valencia es una historia de reyes ambiciosos, aristócratas y mercaderes sedientos de riqueza y tierras, intolerancia religiosa, guerras despiadadas y limpieza étnica. Poco que ver en principio con las celebraciones a las que estamos acostumbrados cada 9 de octubre en la ciudad de Valencia y, mucho más, con la auténtica personalidad de Jaime I. Un rey que, tal y como dice el historiador Antoni Furió, "no encontraba diferencia entre cazar jabalís o moros". Las enseñas de guerra de la casa nobiliaria que encabezaba, y que sus ejércitos portaban como estandartes en la batalla, siempre incluían barras rojas y amarillas. Una de ellas, la conocida como Señal Real de Aragón, fue el pendón de la conquista llevado por el monarca y sus tropas durante la campaña de Valencia y que sería izado por los andalusíes de Balansiya el 28 de septiembre de 1238 en señal de rendición. Dicho pendón incluía cinco bandas amarillas y cuatro rojas y es la base de las actuales banderas autonómicas (o senyeres) de Cataluña, Aragón, Comunidad Valenciana e Islas Baleares. Banderas que, como bien sabemos, han terminado convertidas en algunos casos en potentes símbolos identitarios, a los que a menudo ha envuelto la polémica por unos u otros motivos. Sin embargo conviene recordar dos hechos importantes. El primero que, durante la Edad Media, la Señal Real era normalmente empleada como símbolo personal o dinástico; representaba al rey y a su casa, no era un emblema nacional, pues todavía faltaban siglos para el surgimiento de los movimientos nacionalistas propiamente dichos. El segundo que la famosa "cuatribarrada" era uno de tantos estandartes empleados por la Casa Real aragonesa, tal y como por ejemplo podemos contemplar en la excepcional pintura mural del Castillo Calatravo de Alcañiz, donde también aparecen representados estandartes con dos y tres franjas rojas. De hecho el pabellón con dos bandas rojas y tres amarillas lució también durante siglos en los navíos de la flota aragonesa y, curiosamente, uno muy similar se convirtió en la bandera oficial de la marina mercante española entre 1785 y 1927 (tal y como refleja este didáctico artículo). La Historia a veces tiene estas ironías y el rojo y amarillo son asimismo los colores de la actual bandera española.

  
Este óleo sobre lienzo representa el embarque de los moriscos rumbo al exilio desde el puerto de
Denia en 1613. Dicha expulsión fue el dramático acto final de la limpieza étnica, iniciada con la
conquista de 1229-1245, perpetrada contra los hispanomusulmanes que durante casi un milenio
habitaron las tierras valencianas. Como curiosidad conviene fijarse en la bandera que ondea en
una de las embarcaciones, con dos franjas rojas y tres amarillas. Se trata de un emblema de la
flota aragonesa que, más tarde, posiblemente inspiró al de la marina mercante española.

      A menudo resulta muy curioso comprobar cómo la ideología propia tiende a distorsionar la Historia a conveniencia. El catalanismo político, ya sea de izquierdas o de derechas, moderado o más exaltado, tiende a rechazar la celebración del 12 de octubre (eso que antes llamábamos "Día de la Hispanidad" y que en tiempos de la dictadura franquista se denominó como "Día de la Raza", término de claras connotaciones fascistas) por su simbolismo y lo que representa. Una de las razones que se suelen esgrimir es bien conocida, los horrores de la conquista de América y su legado de destrucción de culturas indígenas, colonización y genocidio ¿Pero fue muy diferente Jaime I a los Cortés, Pizarro u Orellana? Visto el comportamiento de sus tropas durante las conquistas de Mallorca y Valencia, así como las condiciones impuestas a los vencidos, vemos que no. Y no lo fue porque la idea de cruzada fue un concepto que se extrapoló al Nuevo Mundo. Los reinos cristianos del norte peninsular se expandieron a costa de Al-Ándalus principalmente durante los siglos XI a XV y esa filosofía de "reconquista" se trasladó a América, solo que esta vez los "indios salvajes" sustituyeron a los infieles musulmanes como enemigo a combatir o, en su caso, a convertir. Tanto en uno y otro caso la cruz y la espada iban siempre la una al lado de la otra y la mentalidad no cambiaba.

      Sin embargo una cosa debe quedar clara. El concepto de "Reconquista" es un artificio impuesto que poco tiene que ver con la realidad del mundo medieval peninsular. Todo y que Al-Ándalus fue una entidad dinámica y compleja que existió como realidad política durante cerca de ocho siglos, en todo ese tiempo la mayor parte de su población siguió siendo de origen hispánico. Se trataba de descendientes de los habitantes de la Península, población romanizada que después vivió mayormente bajo dominio visigodo, que habitaron durante cientos de años en áreas que quedaron bajo control musulmán. Así pues no hablamos de invasores "moros" procedentes del norte de África que usurparon territorios a los legítimos pobladores, ellos eran los legítimos pobladores, si es que puede emplearse esta expresión. Lo único que los hacía distintos era su religión, ya que después de la conquista árabe del 711 buena parte de esa población hispana original fue convirtiéndose progresivamente al Islam. Eran los llamados muladíes, que en este caso se diferenciaban de los mozárabes, cristianos que conservaron su credo viviendo en territorio andalusí. Cierto es que en aquel tiempo sí hubo cierta emigración árabe y bereber hacia la península, pero fue una emigración relativamente reducida en términos numéricos y sus integrantes terminaron mezclándose con la población autóctona, dando origen a un sustrato étnico bastante homogéneo que hacía imposible distinguir unos de otros. Fueron estos hispanomusulmanes los que vieron sus tierras invadidas por conquistadores procedentes del norte y, por ello, en no pocos casos se resistieron al avance cristiano. 

      Un dato a tener en cuenta para poner las cosas en perspectiva. Los conquistadores árabes que entraron en la Península Ibérica a principios del siglo VIII tardaron aproximadamente una década en hacerse con la práctica totalidad de la misma. Todo y que obviamente hubo resistencia (el caso de Covadonga es el más conocido y, por supuesto, ha sido exageradamente mitificado), todo indica que no debió de ser demasiado encarnizada en la mayoría de casos, especialmente teniendo en cuenta lo relativamente reducido de las fuerzas invasoras (según diversas crónicas probablemente no fueron mucho más de 25.000 efectivos). De hecho la mayoría de ciudades y regiones se rindieron mediante acuerdos de capitulación (los llamados sulh). Esto destaca, por contra, con el lento avance de los reinos cristianos del norte en su expansión hacia el sur. También por supuesto con la enconada resistencia andalusí en numerosos lugares, de las que el caso valenciano en el que nos hemos centrado es sólo un ejemplo. A modo ilustrativo según el historiador Landero Quesada, únicamente para someter al último reducto musulmán de la península, el reino nazarí de Granada, los Reyes Católicos hubieron de emplear a una hueste compuesta por 10.000 caballeros, 50.000 soldados de infantería y 200 piezas de artillería en una guerra que se prolongó durante diez años. Las cosas habían cambiado mucho en ocho siglos y el contexto no era desde luego el mismo, pero así podemos hacernos una idea del elevadísimo coste que supuso llevar a término la "Reconquista". Y aún después de haber desaparecido como entidad política, Al-Ándalus continuó viviendo en la población musulmana obligada a convertirse al catolicismo, los moriscos. Así fue hasta que fueron expulsados durante el reinado de Felipe III, entre los años 1609 a 1613, suceso que afectó gravemente al Reino de Valencia, ya que la población morisca suponía aproximadamente un tercio del total. En una de las entregas de la muy taquillera saga cinematográfica de "Los Vengadores", el supervillano Thanos chasquea los dedos para eliminar a la mitad de los habitantes del Universo. Llevando las cosas a la a menudo mucho más gris realidad, "el chasquido de Felipe III" eliminó a la tercera parte de los habitantes del Reino de Valencia, sumiéndolo en una catástrofe económica y social de la que tardaría décadas en recuperarse.

      Así pues, ¿qué celebramos el 9 de octubre? ¿Una cruzada religiosa contra los infieles, un acto de conquista y colonización, una limpieza étnica o todo a la vez? El paso de los siglos ha ido difuminando lo que verdaderamente supuso la campaña militar de Jaime I, borrando de la memoria colectiva el recuerdo de los vencidos y convirtiendo la efeméride en algo que poco o nada tiene que ver con lo que realmente sucedió. Es evidente que no podemos juzgar a personajes del medievo bajo el prisma de nuestra actual escala de valores. El mitificado monarca vivió en un mundo donde la tolerancia y los derechos humanos eran conceptos inexistentes, así que no se le puede reprochar que no los respetara, porque prácticamente nadie lo hacía. Sí, los conquistadores aragoneses y catalanes fueron crueles, como también lo fueron los castellanos una vez cruzaron el océano para buscar gloria y fortuna en el Nuevo Mundo y, por supuesto también, como lo fueron los conquistadores árabes siglos atrás, lo cual les permitió extender su califato desde la India hasta la Península Ibérica. En ese sentido muy pocos se habrían salvado en el pasado.

      Pero una cosa es no juzgar y otra muy distinta conmemorar y recordar únicamente una parte de la historia, olvidándonos por completo de la otra. Es ahí donde quizá no le estemos haciendo justicia a nuestro pasado mirándolo desde la actual perspectiva. Si tan orgullosos se muestran muchos de la herencia de Jaime I, como otros tantos lo están de la de los Reyes Católicos y de los reinados del emperador Carlos I y su hijo Felipe II, ¿por qué no sentirnos igual de orgullosos de nuestra herencia andalusí y conmemorarla de idéntica manera? En el discurso dominante con el que se nos ha inculcado la Historia, quizá durante demasiado tiempo, casi siempre los hispanomusulmanes han sido "los otros", un elemento ajeno a nuestra verdadera identidad. Los "moros" al fin y al cabo, ese enemigo que finalmente logramos expulsar del país con gran esfuerzo. En realidad sabemos que no fue así, que los andalusíes eran tan hispanos como los cristianos, pero ahí tenemos como siempre a la religión actuando como un elemento divisorio. Podemos argumentar que la cultura islámica es ajena al contexto europeo, pero una vez más juzgamos desde el desconocimiento, pues los andalusíes fueron tan europeos como los aragoneses, los normandos o los escoceses. Nuevamente que su cultura y religión fueran distintas no significa nada. Así, quitándonos todos los prejuicios y clichés, descubriremos que ciertos periodos de la historia de Al-Ándalus fueron de los más notables y gloriosos de nuestro pasado y deberíamos estar muy orgullosos de ello ¿Por qué no enorgullecernos por ejemplo del espectacular esplendor del Califato omeya de Córdoba? En el siglo X fue con diferencia el estado más avanzado de Europa, con el que sólo podía rivalizar Bizancio, ya en franco declive. Y la capital califal, Córdoba, alcanza una población que ronda el medio millón de habitantes. Una ciudad como no hay otra en todo el continente, con redes de alcantarillado, alumbrado público, decenas de bibliotecas (la principal llegó a albergar 400.000 volúmenes) y hasta una universidad. De hecho únicamente Bagdad, la gran capital del universo islámico, y Chang'an, la capital del imperio chino bajo la dinastía Tang, superaban a Córdoba en magnificencia. Sin lugar a dudas una de las mayores y más deslumbrantes urbes de aquel tiempo. Fue un esplendor tal vez demasiado breve, pues el califato se vino abajo tras la Fitna, una guerra civil que se prolongó durante más de veinte años (1009-1031) y que tuvo como consecuencia la división del territorio en los reinos de taifas. Pero incluso así la luz de Al-Ándalus continuó brillando varios siglos más, dejando un legado en la literatura, el arte, la arquitectura, la filosofía y las ciencias que haríamos bien en celebrar y recordar con el mismo entusiasmo que las hazañas militares de reyes y conquistadores cristianos.   




M. Plaza


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