Si no hay terrorismo... pues nos lo inventamos

El caso de los jóvenes del municipio navarro de Alsasua, procesados por una presunta agresión a unos guardias civiles, es una de las muchas manifestaciones de la perversión de nuestro Estado de Derecho. No se puede dejar de tener la impresión de que se están inventando actos terroristas donde no los hay.


El Tribunal Supremo aprecia indicios de terrorismo en la agresión de Alsasua      Por razones obvias no siento una especial simpatía por la izquierda abertzale, décadas de violencia en Euskadi han sido en buena medida responsabilidad de este colectivo y, dicho esto, no creo que haga falta ahondar más en el tema de los crímenes cometidos por ETA en el pasado. Pero hoy por hoy la banda terrorista ya no existe, por mucho que no paren de repetirnos que no se ha disuelto oficialmente ni ha entregado todas sus armas (que no sé muy bien yo cuántas deben de ser, ni en qué estado se encontrarán si llevan años sin usarlas). Por ese motivo encuentro que el tratamiento de los sucesos del pasado 15 de octubre en Alsasua (Navarra) se ha salido completamente de madre. Una reyerta nocturna en un bar, en la que varios agentes de la Guardia Civil fuera de servicio y sus parejas fueron agredidos sufriendo algunas lesiones (la más grave de todas un tobillo roto), ha terminado convertida en un acto de terrorismo con todas las implicaciones penales que eso puede llegar a tener para los encausados ¿De verdad es necesario llegar a tanto por algo así? Uno no deja de tener la impresión de que estamos ante un asunto claramente político. Por lo que bien podríamos considerar que, a pesar de los actos que los han llevado a la cárcel, los detenidos de Alsasua pueden terminar convertidos en presos políticos.

      ¿Por qué digo esto? ¿Acaso esos jóvenes se enfrentan a lo que se enfrentan, con la fiscalía de la Audiencia Nacional solicitando penas de hasta 50 años de cárcel, por motivos políticos? Quizá alguno se escandalice, pero pienso que por supuesto que sí. Consideremos lo siguiente. Si los hechos hubieran tenido lugar en un pueblo de, pongamos el caso, Albacete y una panda de borrachos cualquiera hubiese sido la que sacudió a los guardias civiles, a estas alturas todos nos habríamos olvidado del asunto. Seguramente los responsables de la agresión se enfrentarían a penas de prisión, pero no estaríamos hablando, ni muchísimo menos, de lo solicitado por la fiscalía para los jóvenes de Alsasua. Es sin lugar a dudas una respuesta salvajemente desproporcionada por un incidente que, de no ser por toda la exageradísima proyección que se le ha dado desde determinadas instancias políticas y mediáticas, casi no hubiera tenido ninguna trascendencia. A lo largo del año y en este país peleas de bar que terminan con algún herido de diversa consideración las hay a cientos, puede que a miles ¿Por qué esta vez fue diferente? Pues porque los agredidos fueron guardias civiles y los presuntos agresores, vaya casualidad, eran euskaldunes adscritos a una determinada ideología política que, a pesar de todo, sigue siendo sospechosa hasta que no se demuestre lo contrario. Ya lo sabemos porque así nos lo han ido introduciendo en el subconsciente colectivo. Los vascos nacieron culpables, culpables simplemente de ser vascos. Da igual lo que hayan hecho o la ideología que demuestren, todavía no se han librado del todo de ese fantasma. De una u otra forma les sigue persiguiendo. A veces es casi imperceptible, poco más que una ridícula molestia que se olvida en un instante. Pero otras veces aflora con fuerza cuando menos te los esperas y éste ha sido el caso.

     Es por eso que hablo de un asunto político. Porque políticas son las medidas que ha adoptado la Justicia para enfrentar el caso, intentando rizar el rizo para tratar de relacionar a los acusados con todo el fenómeno terrorista que sacudió el País Vasco y Navarra durante años. Es un razonamiento llevado tan al límite que termina convertido en un auténtico disparate. Es tan desproporcionado como pretender acusar a un neonazi responsable de una simple agresión de crímenes contra la humanidad, y que quede bien claro que detesto a esa gente, porque lo relacionamos con las atrocidades cometidas en los campos de extermino durante la Segunda Guerra Mundial. No soy especialista en Derecho, pero a mi entender no se sostiene por ninguna parte.

    Detrás de todo esto se encuentra, claro está, el recientemente remodelado Código Penal y su más que discutible artículo 573, aquel que habla de los delitos de terrorismo. Especialmente perturbador es su apartado número 4, que dice lo siguiente:

(constituye delito de terrorismo) Provocar un estado de terror en la población o una parte de ella. 

Un momento ¿Qué diablos es eso de "un estado de terror"? Cuando los guardias civiles fuera de servicio fueron agredidos, presuntamente por una multitud, ¿se provocó un estado de terror en parte de la población de Alsasua? Tuvo que ser sólo en el municipio navarro, porque dudo muchísimo que, aquella noche, el incidente aterrorizara a los vecinos de Santa Cruz de Tenerife. Rizando el rizo, tal y como tanto parece que les gusta hacer a algunos de nuestros juristas, podemos imaginar muchas situaciones parecidas. Si, estando en una terraza tomando algo, unos energúmenos llegan y nos dan una paliza a mí y a mis amigos, ¿se los puede considerar terroristas por habernos provocado un estado de terror? ¿O eso sólo vale para policías y guardias civiles? Del mismo modo si un pirómano le prende fuego a un bosque y las llamas alcanzan zonas habitadas que deben ser evacuadas a toda prisa, ¿es un terrorista por haber aterrorizado a un montón de gente con sus acciones? Y aún más ¿No es provocarles un estado de terror desahuciar y dejar en la calle a miles de familias? En ese caso bien podemos decir que los banqueros que ordenan dichos desalojos y los policías que los ejecutan son terroristas. Pero no, no imagino yo a ningún fiscal pidiendo 50 años de prisión para ninguno de los responsables de tales hechos.

    Como es evidente que nadie se va a poner a perseguir éstas y otras muchas acciones como delitos de terrorismo queda muy clara la funcionalidad de un articulado tan ambiguo. Fue desarrollado como instrumento político de represión para servir a los intereses de esos poderes fácticos, ejecutivos y judiciales, que ya sabemos hacia donde se escoran. Generalmente muy hacia la derecha y, viendo que el Código Penal es en ese sentido cualquier cosa menos claro, todo queda sujeto a sus interpretaciones arbitrarias. Así sólo es terrorismo lo que a ellos les parece y no otras muchas cosas, por mucho que sean tanto o más graves que los hechos que nos ocupan. Ya lo hemos visto y en los últimos tiempos los casos aberrantes se multiplican. Es terrorismo, o tiene relación con el mismo, contar chistes en Twitter sobre Carrero Blanco, por mucho que este sujeto fuera parte fundamental de la estructura de un régimen que sí que empleaba el terror a gran escala para imponerse, por tanto un régimen terrorista. Y también hemos tenido títeres terroristas, tampoco nos olvidemos de eso por muy esperpéntico que pueda parecer. De hecho, según estas interpretaciones tan peregrinas y delirantes, casi cualquier cosa puede ser terrorismo. Si participas en alguna manifestación de esas no autorizadas, tal vez un fiscal o un juez considere que eres un terrorista por tratar de subvertir el orden constitucional. Quizás seas terrorista también si, en el trascurso de un acto público, realizas unas declaraciones salidas de tono y políticamente incorrectas. A este paso si tienes la mala fortuna de que se te escape una sonora ventosidad al lado de un policía, es incluso posible que te acusen de haberte tirado un pedo terrorista. Suena a chiste, pero al paso que vamos, si a los jóvenes de Alsasua los acusan de "agresiones terroristas" para darles un buen escarmiento, podemos esperar casi cualquier cosa. Aunque es sí, sólo para determinadas ideologías políticas, porque según parece en este país no hay terroristas de extrema derecha.

     Y en todo esto también tenemos otro problema. Durante los años en los que ETA sí golpeaba con dureza se desarrollaron toda una serie de estructuras policiales y judiciales que debían llevar a cabo eso que llamaron la lucha antiterrorista. Pero como hemos dicho ETA desapareció y, en cambio, dichas estructuras continuaron existiendo. Bueno, podemos pensar que con la amenaza yihadista van a seguir siendo muy necesarias. Pero la realidad es que mayormente nos encontramos con unos grupos de gente que, de unos años en adelante, han visto reducido su volumen de trabajo de manera notable. Quizás ahí radique el problema, con tan pocos terroristas a los que perseguir tienen que andar por ahí inventándoselos para poder justificar sus sueldos. De esta manera una pelea en un bar termina convertida en un ataque terrorista. Una tendencia muy peligrosa que, junto con otros tantos síntomas, muestra las inclinaciones autoritarias de quienes nos gobiernan.

     Estos días he descubierto una de las series revelación del pasado año, The Handmaid´s Tale (El Cuento de la Criada), basada en la novela homónima de 1985 de la escritora canadiense Margaret Atwood. En esta ficción distópica los Estados Unidos quedan sometidos bajo un régimen totalitario de fanáticos religiosos. Un régimen atroz, desquiciado y ferozmente misógino que, para combatir las bajísimas tasas de natalidad que asolan a su sociedad, priva a las mujeres de todos sus derechos, incluso de la condición de personas, para convertir a aquellas que todavía son fértiles en simples úteros con patas destinados a producir hijos para la élite gobernante. Uno de los aspectos más interesantes de la serie es cuando muestra cómo se va imponiendo poco a poco tan horripilante dictadura, pues sus impulsores utilizan una serie de supuestos ataques terroristas, especialmente devastadores, como excusa para introducir de manera excepcional su batería de leyes restrictivas de derechos y libertades. Y es desde este punto de partida, tratando de normalizar la anormalidad, desde donde empiezan a erigir su régimen de terror. Puede parecer exagerado comparar esta novela y la serie con lo que pasa actualmente en España, pero con normas arbitrarias como el artículo 573 del Código Penal, que sirven para considerar terrorismo casi cualquier cosa, entramos también en una dinámica de normalizar la anormalidad. Mejor no acostumbrarse a ello, porque tal vez un día nos despertemos descubriendo que, como la protagonista de "El Cuento de la Criada", nos lo han quitado todo.



El último de la clase
             


Para saber más:

Apellídalo terrorismo (Ctxt).



 

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