Burbuja sobre burbuja

El actual sistema económico, dominado por el capitalismo financiero de corte neoliberal, se mantiene únicamente en base a alimentar burbuja tras burbuja. Esta cultura de la especulación nos conduce a una dinámica insostenible.


Este gráfico muestra la evolución de un indicador conocido como ratio S&P 500, que mide la relación que existe entre el nivel de préstamos concedidos para comprar acciones y la evolución del índice de renta variable, en la que estos préstamos se invierten. Se trata de un indicador de reconocida fiabilidad para analizar el previsible comportamiento de los mercados y, como se puede ver, los picos más acentuados son previos a los estallidos más importantes habidos en los últimos tiempos (el de la burbuja de las llamadas "puntocom" hacia el 2000 y el crash de 2007-2008). También se puede comprobar que ya en 2013 se estaba preparando el escenario para una previsible "tormenta perfecta"  financiera (Fuente: La Carta de la Bolsa). 

     La compra-venta de obras de arte siempre ha sido un negocio del que muchos han vivido y otros han sabido hacer fortuna, al menos según la dinámica habida a lo largo del último siglo e incluso antes. En este mundo tan particular se decía que existía una regla de oro no escrita que aseguraba que un coleccionista debía guardar una pieza adquirida un mínimo de entre tres a cinco años antes de venderla, si es que no deseaba conservarla por algún motivo. Ahora eso ha cambiado y el mercado del arte evoluciona muy rápidamente en consonancia al comportamiento de otros muchos. Unos nuevos agentes han irrumpido en él, los llamados flipping, especuladores puros y duros que compran y venden gran número de piezas en periodos de tiempo muy breves con el objetivo de maximizar sus beneficios. Estos compradores tratan las obras de arte como si de cualquier otro activo financiero se tratara, creando expectativas sobre las colecciones de determinados artistas (consagrados o no) para inflar los precios, o desinflándolos según sea el caso, en función de sus intereses. De hecho el mercado mundial del arte está dominado por alrededor de 3.000 de estos agresivos agentes, que se sirven de nuevas herramientas como el portal ArtRank, donde pueden seguir diariamente la evolución de las "cotizaciones" de gran número de piezas cual si fueran brokers ante la pantalla de un ordenador observando la marcha de las principales bolsas del mundo. Es esta dinámica la que explica que el volumen de ventas de obras de arte esté alcanzando récords históricos (2.700 millones de dólares para las tres firmas más importantes el pasado verano) o despropósitos tales como que, a mediados de 2011, un antiguo jarrón chino, valorado en origen en 800 dólares, llegara a venderse en subasta por alrededor de 1,8 millones (¡una sobrevaloración de hasta un 22.000%!).

     De esta manera vemos como la lógica neoliberal de "financiarizarlo" todo también ha llegado al mundo del arte. El valor artístico o cultural ya no tiene tanta importancia, que más da si podemos sobrevalorar, o infravalorar, cualquier obra según las subidas y bajadas del mercado. El comprador-especulador ama mucho más los beneficios que el arte. Y como esto en todas partes. El petróleo, el carbón y otras materias primas. Las cosechas de cereales y demás alimentos básicos. Las grandes explotaciones forestales y la gestión de las reservas naturales. Las emisiones de dióxido de carbono de las industrias. Hasta los jamones ibéricos de pata negra. Todo ha ido pasando por el mismo proceso de transformación, dejando de ser lo que era en su sentido económico original, para convertirse en otro producto financiero más. La clásica ley de la oferta y la demanda se ha visto distorsionada en estos nuevos mercados, donde los precios fluctúan a velocidad de vértigo porque quienes los fijan se mueven por motivaciones muy distintas de las inherentes a la naturaleza tangible de muchos de estos productos, ya sean maíz, madera, gas natural obtenido mediante fracturación hidráulica o cualquier otra cosa. Así nacen también los mercados "a futuro", que especulan con los precios de cosas que todavía no existen como si éstas fueran reales. De esta manera nos podemos encontrar con subidas exageradas y antinaturales en el precio de determinados alimentos, que afectan a la seguridad alimentaria de millones de personas, porque un puñado de especuladores ha previsto que las próximas cosechas van a ser malas y actúan en consecuencia para acaparar ganancias en un breve periodo de tiempo. Poco importa que luego esas mismas cosechas terminen siendo abundantes, el daño ya está hecho.

Crecer y crecer sin medida

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Arriba distintas representaciones de funciones logarítmicas,
como la exponencial (en rojo). En todos los casos las
gráficas tienden a infinito (Fuente: Wikipedia).
     ¿De dónde surge esta lógica tan demencial? La respuesta está en la naturaleza misma del actual sistema económico global, diseñado para tender a la inestabilidad. Seguramente no se deba a una conspiración ultrasecreta de un gobierno mundial en la sombra, sino a la dinámica misma de nuestra civilización y modo de vida. La economía capitalista se basa en la ilusión del crecimiento continuo en un contexto de recursos ilimitados, como si el mundo en el que vivimos fuese infinito. Existe una función matemática que actúa como piedra angular de toda esta lógica, la función exponencial, una relación basada en el llamado número de Euler o número e, una constante cuyo valor es aproximadamente 2,712828 (puesto que como el número Pi tiene infinitos decimales). Esta función crece asintóticamente tendiendo a infinito, de manera tal que pequeños incrementos del valor x se traducen en aumentos cada vez mayores del valor y, tendencia que se va exagerando más y más conforme avanzamos. La función exponencial está en la Naturaleza por todas partes, rige por ejemplo el crecimiento de las poblaciones microbianas hasta determinados niveles. Sin embargo puede que uno de los mayores problemas de nuestra sociedad es que también rige el funcionamiento de nuestra economía y el modo en que explotamos los recursos de este planeta. Todo gira en torno a esta relación exponencial que mantenemos con nuestro entorno económico y medioambiental. Crecer y crecer cada vez más y más rápido, batir los récords de consumo de reservas un año tras otro. Si la maquinaria se ralentiza el sistema se resiente y todos los parámetros que determinan nuestro bienestar se desploman: actividad industrial, volumen de mercancías transportadas, tasa de empleo, niveles de consumo, etc. Es por eso que debemos seguir forzando dicha máquina en todos los aspectos, alimentando incluso la extracción desmedida de combustibles fósiles aun a riesgo de precipitarnos en el caos climático.

     Y claro, dicha lógica impregna asimismo el funcionamiento de las actividades financieras. Aquí también los beneficios han de crecer exponencialmente un año tras otro. Lo importante de todo esto es que, sobre todo a partir de la década de los años 80 del pasado siglo, la economía productiva (la real, la de los bienes y servicios de consumo) ha quedado ineludiblemente ligada a la economía financiera (que no produce nada, tan sólo se dedica a tratar de obtener rentabilidad del propio capital de múltiples formas). Es más, se puede decir de hecho que la primera se ha subordinado por completo a la segunda, siendo esta última la que marca las pautas en todos los aspectos. Es a esto a lo que nos referimos cuando hablamos de financiarización, pues las finanzas se han convertido en el principio y el fin de todas las cosas, la vara con lo que todo ha de ser medido. De ahí que eso que llaman "los mercados", que no son otra cosa que las principales plazas financieras y los agentes (los inversores) que se mueven en ellas, hayan cobrado una importancia tan capital a día de hoy y todo el mundo deba andar pendiente de su funcionamiento.

     Es aquí donde nos encontramos con un gran problema, una chirriante incoherencia entre la realidad y las aspiraciones del sistema económico. Pretender que se puede crecer indefinidamente en un entorno planetario finito y cada vez más limitado no tiene ningún sentido, más bien es del todo irracional. Pero la lógica de la función exponencial sigue dominando por completo el funcionamiento de los mercados financieros. Hay que maximizar rentabilidad como sea, batir nuevos récords de ganancias en los balances cada año, añadir más y más leña a la insaciable locomotora del Mercado. Porque si se detiene sobreviene el desastre. Problema sobre problema, ya que la economía real no da más de sí o, lo que es lo mismo, dada su ansia de beneficios los inversores no pueden obtener de ella la rentabilidad deseada. Ni tan siquiera los sectores productivos más prometedores, como las industrias con un alto componente tecnológico (informática, robótica, aeroespacial, nuevas fuentes de energía...), resultan lo suficientemente rentables para los grandes flujos de capital. Algo especialmente cierto en un contexto de estancamiento económico como el actual ¿Cómo continuar entonces con esta espiral de beneficios que ha de ascender necesariamente hacia el infinito?

Las finanzas en el ojo del huracán
 
Este gráfico muestra la evolución nominal y real de los precios del petróleo a lo largo de las tres últimas décadas. En muchos casos las fluctuaciones se deben a una compleja combinación de factores económicos y geopolíticos, como conflictos armados en las regiones productoras (véase el repunte habido a principios de los 90, coincidiendo con la primera guerra del Golfo). No obstante las marcadísimas subidas y bajadas desde 2008 obedecen, entre otras cosas, a una lógica de especulación relacionada con la llamada "burbuja del fracking" (Fuente: Wikipedia).
      Desde hace ya un tiempo los agentes financieros han encontrado su particular solución a esta disyuntiva, la especulación que alimenta todo tipo de burbujas económicas. De hecho esta forma de actuar se ha convertido casi en la única en los mercados, sean del tipo que sean. Esta dinámica no es nueva, burbujas de uno u otro tipo ha habido unas cuantas a lo largo de la Historia (una de las más antiguas conocida fue la de la Tulipomanía de principios del siglo XVII en Holanda), el problema es que ahora se suceden una tras otra porque más que una excepción se han convertido en la norma del funcionamiento de la economía. Desatar la euforia inversora dentro de un sector determinado, cosechar ganancias aprovechando la alocada escalada de precios, contemporizar el momento en que éstos alcanzan su máximo (cuando la burbuja está inflada a más no poder), para luego marcharse con los beneficios a otra parte una vez la fiesta ha acabado. La globalización y la desregulación impuestas en las instancias internacionales favorecen que el capital no tenga residencia fija, puede moverse y asentarse sin impedimento alguno allá donde le plazca, justo lo que millones de personas en todo el mundo no pueden hacer por mucho que lo deseen. Así la lógica especuladora de los grandes inversores, lo únicos que pueden permitirse tales operaciones, se mantiene gracias a que pueden ir "saltando" de un sitio para otro. Inmensas cantidades de capital ficticio girando sobre sí mismas, multiplicándose o evaporándose en complejos ejercicios de prestidigitación financiera.

      Es esta una dinámica terriblemente inestable y que genera grandes trastornos, aquí en España bien la conocemos. La burbuja inmobiliaria alimentada durante la pasada década por todo tipo de agentes políticos y financieros, tanto nacionales como extranjeros, creó un clima de falsa prosperidad que se contagió a toda la sociedad. Luego vino la demoledora resaca, de la que aún nos estamos recuperando y cuyas consecuencias seguiremos sufriendo durante bastante tiempo. Procesos similares se han vivido en Japón durante los años 90 y actualmente también en el Reino Unido y China, país este último donde la burbuja inmobiliaria ha sido especialmente monstruosa y con el agravante además de tratarse de la segunda economía del planeta. En el caso chino vemos otro fenómeno muy propio de esta cultura de la especulación, la de incluir como activos que contabilizan de cara al cálculo del PIB proyectos inmobiliarios previstos pero todavía no ejecutados (otra vez a vueltas con los mercados a futuro). Esto ha llenado los paisajes del gigante asiático de alucinantes ciudades fantasma con un skyline de oscuros rascacielos en los que no vive nadie. Se construye no para proporcionar viviendas dignas a la población, sino por el beneficio que reporta la especulación financiera que rodea a tales proyectos. Esta lógica perversa le da la vuelta a todo plagando nuestro mundo de despropósitos irracionales.

Las surrealistas (y preocupantes) ciudades fantasma de China
En la foto una panorámica de la ciudad fantasma de Tianducheng, cerca de Shanghái. Este proyecto es un caso paradigmático del desmadre inmobiliario habido en China en los últimos tiempos, una emulación de París en el extremo Oriente, ahora inacabada y prácticamente despoblada (Fuente: Las surrealistas - y preocupantes - ciudades fantasma chinas). 
     Y las burbujas se multiplican por todas partes, afectando gravemente también a la que se supone que es la economía más sólida y puntera del planeta, la norteamericana. La burbuja del fracking y el shale oil, extraídos de los depósitos de esquisto bituminoso que abundan tanto en Canadá como en Estados Unidos, creció al calor de la especulación financiera que sobrevaloraba estas industrias, así como por el empeño de Washington de alcanzar la autosuficiencia energética. El principal problema de estas formas no convencionales de obtención de combustibles fósiles, aparte de la gravísima devastación medioambiental que generan, es que resultan mucho más costosas que las tradicionales, por lo que el margen de rentabilidad es estrecho. Mientras los precios del petróleo se mantuvieran relativamente inflados, por encima incluso de los 120 dólares el barril, la minería del esquisto era un buen negocio. Los pozos de perforación invadían parajes antes prístinos, enormes minas a cielo abierto se multiplicaban, un buen número de empresas acudían a asentarse en las regiones mineras y había muchos puestos de trabajo disponibles que incluso atraían a personas provenientes de otras partes del país. Como siempre nadie pensaba en el futuro, tan sólo en el presente inmediato, porque el crédito fluía sin impedimentos para seguir estimulando esta industria gracias a las políticas expansivas propiciadas por la FED (la Reserva Federal estadounidense), que prestaba dinero a un interés que era prácticamente del 0% o, dicho de otra manera, entregaba dinero "gratis" a los agentes financieros dedicados a la especulación.

     Se calcula que fueron alrededor de dos billones los dólares así inyectados al sistema. Sin embargo en última instancia toda esta ingente masa monetaria no fue a parar a la economía productiva, generadora de riqueza real, sino más bien a maquillar los balances de las grandes firmas y fondos de inversión para que así estos pudieran librarse de toda la basura financiera que habían estado acumulando fruto de sus malas artes. Como resultado de toda esta especulación que condujo a una antinatural sobreproducción de crudo, así como del frenazo sufrido por las economías emergentes (con China a la cabeza) que ha redundado en una notable disminución de la actividad industrial y los intercambios comerciales a nivel mundial, así como fruto también de enfrentamientos en el tablero geopolítico (repunte de la tensiones entre Occidente y Rusia), los precios del petróleo se han hundido un 70% en menos de un año. Inevitablemente la burbuja del fracking ha terminado pinchándose y los inversores han huido de este sector todo lo rápido que han podido. Con unos precios ya por debajo de los 30 dólares el barril la minería del esquisto se ha tornado en un negocio por completo ruinoso. Las consecuencias eran de prever. Miles de pozos clausurados, otras tantas empresas en quiebra y sus trabajadores despedidos. Las cicatrices de tan destructiva actividad laceran grandes regiones de Norteamérica, como el estado canadiense de Alberta, donde se han abierto otras heridas menos visibles. Allí ciertos informes indican que el índice de suicidios ha aumentado un 30% desde que estallara la crisis y miles de personas perdieran sus empleos. Entretanto un enorme excedente petrolero continua sin poder ser colocado en el mercado o tan siquiera almacenado como corresponde. Los sistemas de reserva estadounidenses están a rebosar de crudo y en el golfo de México los superpetroleros fondean indefinidamente a la espera de encontrar puertos en los que descargar su negro contenido. Todo detenido aguardando tal vez al inicio de un nuevo ciclo especulativo.

Fuente: Bloomberg, Deutsche Bank, Zero Hedge, DB Derivates.
Este gráfico pone en evidencia el desproporcionado
volumen de exposición a productos derivados por
parte del Deustche Bank. En este caso hay que tener
en cuenta que los trillones anglosajones equivalen
a billones europeos (Fuente: Bloomberg).
    Todo lo anterior no hace sino reforzar la certeza de que la economía mundial no está ni mucho menos saneada, pues lejos de solucionar los problemas que quedaron a la luz en 2008 se ha profundizado en la misma dinámica especuladora e inestable. La crisis es sistémica y no se solucionará parcheando un modelo atrapado en su propio círculo vicioso. El pasado verano las turbulencias hicieron tambalearse a las principales plazas financieras chinas. El 2016 se ha estrenado en cambio con inestabilidad en las bolsas europeas y unas dudas más que razonables acerca de la salud de los principales bancos del continente. Las cotizaciones de muchos de ellos (Crédit Agricole, Société Générale, Ubi Banca, Santander, BBVA...) no han dejado de caer a lo largo de las últimas semanas. Pero si hay una entidad que despierta una especial preocupación, no sólo por sus problemas financieros sino por lo que significa en sí, ésta es Deustche Bank, una de las naves insignia del poderío económico alemán. El salvaje desplome en la cotización de sus bonos convertibles contingentes o COCOs (otra palabreja más propia de la jerga financiera, que en este caso curiosamente nos remite al "coco", ese monstruo que asunta a los niños por las noches) ha hecho saltar todas las alarmas. Esto ha puesto en evidencia la enorme exposición del banco germano a derivados financieros de dudosa procedencia, hasta una cifra que ronda los 50 billones de euros. Eso es aproximadamente ¡17 veces el PIB de Alemania!, que no es precisamente una economía insignificante. Algo no debe de estar funcionando especialmente bien cuando todo el establishment de la eurozona sale en tromba a proclamar su total confianza en la solidez y solvencia del insigne Deustche Bank. Se puede hablar mucho acerca de lo mal que se han hecho las cosas en Grecia, Portugal, España o Italia, pero a los teutones ni tocarlos. Luego nos vamos enterando que una de esas agencias de calificación tan supuestamente prestigiosas, Standard & Poor´s, ha degradado los bonos de la citada entidad a la categoría B+, por debajo de los que comúnmente se denomina "bono basura".

     En resumen, al menos a corto y medio plazo nos vemos abocados a un escenario en el que la inestabilidad y las turbulencias sacudirán una y otra vez una economía mundial estancada. Y será así porque los agentes financieros, que dominan por completo todos los resortes de este sistema, ya no saber hacer otra cosa que especular e inflar burbujas para mantener su nivel de beneficios. La economía productiva y los ciudadanos de a pie quedan al margen de este alocado casino amañado por y para las élites, la democracia por supuesto también. En un mundo donde los niveles de desigualdad alcanzan cifras récord, las decisiones de alcance global se toman en petit comité y en lugares como el Foro de Davos (o Word Economic Forum, su nombre oficial) ¿Hasta dónde se podrá estirar en el tiempo esta dinámica insostenible? Las muestras de deterioro son más que evidentes y un nuevo crash global, mucho más catastrófico si cabe, es una posibilidad más real de lo que muchos imaginan. En 2008 fueron las economías emergentes, como China, India, Brasil o Rusia, las que salvaron los muebles y, ya de paso, apuntalaron la economía mundial evitando el derrumbe total. Ahora seguramente ya ni eso, puesto que el Kremlin o Beijing no están pasando precisamente por sus mejores momentos. Y lo peor de todo es que Occidente tampoco. No nos hagamos ilusiones cuando oigamos en determinados medios prostituidos que "estamos saliendo de la crisis". O cambiamos radicalmente de modelo o el fallo sistémico irreversible sobrevendrá antes o después. Ya no se trata de saber si se va a producir, sino cuándo.
Artículo escrito por: El Segador
     
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