¿Oportunismo o conciencia?

¿Qué hay en el interior de las formaciones políticas, qué esconden tras sus telones opacos? No me refiero a las manidas teorías de la conspiración, tan denostadas y al tiempo tan creídas por otros. Apunto a los ciudadanos de a pie, a la gente que sencillamente decide entrar en política y ofrecer parte de su tiempo, su talento y su dinero con la intención de sacar adelante un proyecto para su ciudad, su autonomía o su país.

Por lo que he vivido, he oído de otros o he leído, creo que sería muy injusto afirmar que solo hay advenedizos o interesados. Sin duda los hay, y quizá en algunos casos sean los más, pero también están los que anteponen su conciencia e ideales, sus ansias por ver transformada la realidad social. ¿Conciencia, oportunismo o un poco de cada?




Que los intereses privados y particulares puedan ser satisfechos por el servicio a una causa social no es reprobable, pero la cuestión radica en la autenticidad de la acción personal, y en definitiva de lo que más pese en la balanza moral de cada cual. Si las personas que se acercan al duro quehacer de la política esperan honores, posición, contactos y enriquecimiento, que duda cabe que la responsabilidad social de su profesión no estará bien atendida, y por supuesto las poblaciones bajo su mando sufrirán las consecuencias.

El compromiso político es esencialmente ético, pues de lo contrario abandonamos el terreno del servicio a la comunidad para su bien y entramos en la extendida zona del egocentrismo, del beneficio personal. Y nuestras democracias hoy sufren de este daño estructural, no porque sus profesionales sean corruptos; los hay sin duda, pero también los hay de los honestos. Lo que sucede más bien es que vivimos una época de excesiva mercantilización de todo, y por tanto también de la acción política.

La lógica del mercado se ha impuesto, gobierna las conciencias, que con dificultad y esfuerzo deben salvaguardarse del egoismo reflejo para llevar a cabo acciones éticas. Nuestra propia naturaleza, en parte, y la cultura del individualismo competitivo y maximizador están arrinconando esferas culturales de gran valor, conquistas históricas como nuestras instituciones políticas, donde debería imponerse otra lógica, la del bien común, la de la asamblea movida por fines éticos, la de la construcción de marcos de convivencia emancipadores, respetuosos de la diferencia y pacíficos.

La lógica del mercado actúa como la propia especie humana con el el medio ambiente; agota, explota, esquilma y finalmente extingue la diversidad; en este caso la diversidad de modos de pensar y actuar. En política, como en la familia o la amistad, debemos luchar porque impere la racionalidad ética, coexistiendo con otras formas de pensar, pero guiando, marcando los límites.

Luis B.


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