¿Un diseño inteligente?

La Teoría del Diseño Inteligente es un artificio pseudocientífico elaborado por los defensores del creacionismo bíblico. Argumenta que los diseños naturales son demasiado perfectos como para haber surgido fruto del azar evolutivo. Sin embargo, lo que los fundamentalistas religiosos parecen ignorar es que la Naturaleza también está repleta de chapuzas nada inteligentes.


Resultado de imagen de diseño inteligente creacionismo        Muy a menudo nos maravillamos ante los diseños de la Naturaleza, su aparente perfección que inspira incluso nuestras obras de ingeniería. Esa fascinación no es patrimonio exclusivo de naturalistas y estudiosos de las ciencias biológicas, pues también la sienten los profanos. La perfección del vuelo de las aves, maestras en el aire, que incluso llegan a exhibir coloridos plumajes de una belleza arrebatadora. Las igualmente coloreadas y hermosas flores de infinidad de especies de plantas, que además diseminan en el aire toda suerte de embriagadoras fragancias. El porte y la elegancia de animales como gacelas, ciervos o caballos. Incluso el poderío y majestuosidad de ciertos depredadores, como los grandes felinos o las rapaces. Todo esto puede inducirnos a pensar que las criaturas vivientes, tan increíblemente perfectas en apariencia, no pueden haber surgido fruto de un proceso aleatorio y no dirigido como se presupone que es la evolución. Algo así tiene que ser obra de una especie de "arquitecto o diseñador universal" que, en su omnisciencia, supo dar forma a las creaciones más sublimes. Éste es el argumento de base sobre el que se construye en su totalidad la mal llamada Teoría del Diseño Inteligente, defendida por creacionistas que niegan la evolución al considerarla contraria a sus creencias religiosas. Al fin y al cabo de eso se trata, de buscar argumentaciones supuestamente científicas (aunque cabría mejor decir pseudocientíficas) para reforzar el fundamentalismo religioso del literalismo bíblico, que nos habla de un único acto de creación divina en el que todas las criaturas vivientes, el ser humano entre ellas, fueron puestas sobre la Tierra por Dios con sus formas actuales tal y como se relata en el libro del Génesis.

        El Diseño Inteligente cuenta con numerosos adeptos especialmente en Estados Unidos, donde los grupos religiosos, y sus patrocinadores políticos y económicos, poseen una gran influencia y han conquistado ciertas cotas de poder. Tanto es así que en determinados estados ya se está planteando incluir esta teoría "científica" en los programas de enseñanza de colegios e institutos (si es que no la han incluido ya), con la presunta finalidad de que el alumnado tenga así dos puntos de vista o explicaciones diferentes acerca del mundo natural, el planteado por el evolucionismo y el de la Teoría del Diseño Inteligente. La excusa que a menudo se pone para justificar esto es que, de esta manera, los jóvenes norteamericanos recibirán una educación más rica y plural.
No obstante, intereses políticos aparte, para poder defender si el Diseño Inteligente se puede considerar una teoría coherente o no, debemos centrarnos en sus argumentaciones de base. Como ya se ha dicho éstas no son otras que asegurar que todos los diseños naturales son creaciones absolutamente perfectas, pues encajan magistralmente en los entornos donde los encontramos. De esta manera se prueba sin lugar a dudas que dichos diseños son obra de una "inteligencia suprema" que operó según un plan maestro prefijado (el plan de Dios). El ser humano, visto como el "rey de la Creación" que tiene todo el planeta y cuanto hay en él a su disposición por deseo divino, sería el máximo exponente de ese diseño tan inteligente ¿Pero somos los humanos y otros seres vivos tan perfectos y estamos tan bien diseñados como presupone esta teoría? Veamos a continuación una serie de ejemplos, centrados primero en nuestra especie, y también de otros organismos.

El suplicio del parto

Comparación de la estructura pélvica en una mujer
y una hembra de chimpancé. Se muestran además
la diferencia de tamaño en los cráneos de los recién
nacidos de ambas especies y el recorrido del canal
del parto (Fuente: All you need is biology).  
      No es ningún secreto para nadie que el parto, especialmente si hablamos de una madre primeriza, es un momento especialmente crítico para toda mujer. El dolor que se llega a experimentar se encuentra en el umbral de lo que es capaz de soportar un ser humano y, para agravarlo todavía más, tanto la vida de la madre como la del recién nacido pueden correr serio peligro si se presentan complicaciones ¿Cuántas mujeres y no natos han perecido a lo largo de la Historia (y también la Prehistoria) durante el trance del alumbramiento? Tanto es así que en casi todas las culturas las mujeres son asistidas por otras personas a la hora de dar a luz, papel reservado tradicionalmente a otras mujeres. Sólo un higiene adecuado y las modernas técnicas médicas han logrado reducir esas tasas de mortalidad, o las relacionadas con los problemas post parto, además de desarrollar métodos para paliar el dolor, como la archifamosa epidural. Ahora bien, ¿tienen algún sentido todo ese dolor, ese sufrimiento, y el riesgo de muerte de madre e hijo? La explicación bíblica nos habla del pecado original, la ira de Dios cayendo sobre Eva por haber tomado la fruta del árbol prohibido y todo ese rollo. "En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz a tus hijos...", sentencia el Génesis, un sufrimiento que se hará extensivo a todas las mujeres que habrán de venir después como si fueran tan culpables como la propia Eva. Ese Dios del Antiguo Testamento debe de tener serios problemas mentales y de control de su furia para dictar tan monstruosa condena, además de ser un misógino recalcitrante (¡ya que para más inri condena a muerte a muchas madres y no natos simplemente porque sí!).

       Sin embargo el suplicio del parto, y todas las peligrosas complicaciones que conlleva, se entiende mucho mejor desde la perspectiva de la biología evolutiva. El problema radica en la estructura pélvica, la de los huesos de la cadera. Los seres humanos somos criaturas adaptadas a la bipedestación y una postura erguida, lo que obviamente implicó alteraciones en la morfología y disposición de los huesos pélvicos para que pudiéramos sostenernos sobre nuestras piernas. Como la Naturaleza no desarrolla sus diseños a partir de cero, sino que remodela estructuras preexistentes para adaptarlas a nuevos usos como mejor puede, nuestras caderas no son más que una modificación de las de nuestros ancestros simios, animales cuadrúpedos. En el proceso los huesos pélvicos se acortaron, estrechándose los inferiores y estrechando así el canal del parto, que es por donde ha de pasar el recién nacido para venir al mundo. El cambio de postura implicó asimismo una modificación profunda en el recorrido de dicho canal, que paso de ser rectilíneo descendente (favoreciendo el alumbramiento por acción de la gravedad) a describir un abrupto ángulo en el tramo final con una salida casi en horizontal. Uniendo las circunstancias de un paso más estrecho y tortuoso con una cabeza inusualmente grande, la del bebé, tratando de atravesarlo para salir, no es de extrañar que el trance sea tan doloroso y problemático. A menudo se dice que las mujeres están hechas para parir. Si bien esto es cierto en su mayor parte, a la luz de los hechos tampoco se puede afirmar que sea una verdad al cien por cien; los problemas de diseño saltan a la vista. Resulta obvio que ser bípedo y tener un cerebro en proporción mucho más grande que el resto de animales son dos cualidades clave que explican el éxito de la especie humana, pero los desagradables efectos secundarios de estas adaptaciones los pagan las mujeres a la hora de dar a luz.

Testículos vulnerables

       La anatomía masculina de nuestra especie también muestra sus propios problemas de diseño y no hay mejor ejemplo de esto que nuestros testículos, "las joyas de la corona" como jocosamente los llaman algunos. Sin embargo para ser unas joyas ciertamente valiosas, pues producen el esperma que permite a los hombres tener descendencia (eso de trasmitir tus genes a la próxima generación, la "obligación" biológica de todo ser vivo), están especialmente mal protegidas. Dudas aparte acerca de si las mujeres encuentran atractiva esa parte concreta de la anatomía de un hombre, lo cierto es que una bolsa escrotal externa colgando entre las piernas no es el mejor lugar para tener unos órganos tan sensibles. Que los testículos son vulnerables y un punto débil es algo que cualquiera puede comprobar fácilmente, pues no hay mejor forma para dejar fuera de combate a un tío que propinarle una buena patada o rodillazo en sus partes. Por cierto, ¿qué dice la Biblia al respecto? ¿Existe alguna explicación acerca de por qué Dios nos concibió así? ¿Para que fuera más fácil dejar a alguien estéril de por vida tal vez?

En este esquema del aparato reproductor masculino puede
observarse el peculiar recorrido del conducto deferente
(Fuente: Salud y medicina). 
      Nuevamente la biología evolutiva nos proporciona una explicación satisfactoria para este hecho. Los peces, que fueron los primeros vertebrados en aparecer sobre el planeta y de los que descendemos, poseen las gónadas (órganos encargados de la producción de las células reproductoras, es decir, huevos y esperma) ubicadas en el interior del cuerpo junto a otros órganos vitales como el corazón, el hígado, los intestinos y demás. Es el lugar lógico donde esperaríamos encontrar semejantes órganos, convenientemente protegidos dentro del armazón torácico del esqueleto del animal. Ahora bien, estamos hablando de unas criaturas acuáticas de sangre fría que se reproducen mediante fecundación externa, lo que implica liberar el esperma al agua para que vaya en busca de las huevas de las hembras para fertilizarlas. Esto hizo que las células espermáticas evolucionaran para nadar libremente en este medio, donde unas temperaturas excesivamente elevadas las afectaban negativamente llegando incluso a neutralizarlas.
Es ahí donde comienza el problema, ya que a excepción de los cetáceos y algunas otras especies los mamíferos, como nosotros, son criaturas que generalmente viven y se reproducen en tierra, siendo además de sangre caliente (con una temperatura corporal media de entre 36 a 37ºC). La vida en tierra implica además una fecundación interna, nada de liberar el esperma en el agua y cosas así, sino directamente en el cuerpo de la hembra mediante la acción de la cópula. Como se ha apuntado antes unas temperaturas demasiado elevadas, como las del cuerpo de cualquier mamífero, afectan negativamente al desarrollo del esperma, puesto que la evolución toma lo que tiene disponible. Esa es la razón por la que, en la mayoría de mamíferos (y los humanos no somos una excepción), los testículos hayan migrado al exterior del cuerpo alojándose en la bolsa del escroto para mantenerse unos grados más frescos; también es la razón por la cual, si se quiere ser padre, nos aconsejan no llevar ropa interior demasiado ajustada para no sobrecalentar en exceso nuestros atributos.           

       Desde luego ir por ahí con los testículos colgando y expuestos no es una solución de diseño especialmente inteligente, pero al fin y al cabo los mamíferos son criaturas cuadrúpedas y estos órganos sensibles suelen quedar siempre en retaguardia, donde son menos vulnerables en caso de enfrentamiento. Una vez más los humanos somos la excepción, ya que al adquirir una posición erguida pasamos a exponer nuestras joyitas más que ningún otro animal, yendo de cara a cualquier confrontación con una de nuestras partes más delicadas por delante. Y es más, todo y que no son tan visibles, los errores de diseño también se manifiestan en la estructura interna del aparato reproductor masculino. Los conductos deferentes conectan los testículos con el canal de la uretra del pene, para así transportar el esperma en el momento de la eyaculación. Viendo como se disponen dichos conductos, y viendo también dónde se ubica el propio pene, no se entiende demasiado bien por qué han de realizar un recorrido tan rebuscado, remontando hasta llegar a la cavidad abdominal, pasando luego por detrás de la vejiga, para conectarse finalmente con la uretra a la altura de la próstata. Ningún fontanero necesita una formación especialmente exquisita para comprender que la mejor forma de conectar mediante una tubería dos puntos de una instalación de agua es el camino más corto posible pero, en el caso que nos ocupa, comprobamos que la Naturaleza no es una fontanera demasiado buena. Y otra vez la respuesta se encuentra en la evolución, ya que durante la gestación los testículos se forman inicialmente dentro del cuerpo del feto, una reminiscencia de nuestro pasado como peces, para ir descendiendo progresivamente conforme avanza ésta. La fase final implica perforar la pared abdominal para terminar alojándose en la bolsa escrotal, con la consiguiente elongación de los conductos deferentes que terminan adoptando una disposición tan particular, lo cual genera un punto débil en dicha pared que años más tarde puede ser la causa de hernias dolorosas ¿Dónde diablos está el Diseño Inteligente en todo esto?

¡Cuidado que te atragantas!

       A cualquiera de nosotros nos han recordado siendo niños eso de que no se habla cuando se está con la comida en la boca, por educación y también para no correr el riesgo, mortal incluso, de atragantamiento. Algunos antropólogos han definido al ser humano como el "primate atragantado", dado que ésta es una peculiaridad propia de nuestra especie que no se da en ninguno de nuestros parientes, tampoco en ningún otro mamífero ¿Se trata de otro de esos caprichos divinos del Diseñador Inteligente? Más bien no, ya que la respuesta se encuentra en la modificaciones anatómicas que sufrimos para poder hablar.

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Diferencias en la disposición del aparato fonador de un chimpancé y un ser humano. En el dibujo se puede comprobar que, al retraerse la laringe, la epiglotis realiza un cierre menos efectivo de las vías respiratorias al tragar, lo cual aumenta en gran medida el riesgo de atragantamiento (Fuente: antroporama).
       En los mamíferos existe una separación prácticamente completa entre la cavidad bucal y las vías nasales, puesto que el hueso del paladar actúa como tabique que aísla ambas. Esta separación se completa mediante el paladar blando y la epiglotis, una válvula que efectúa el cierre mientras se produce la inspiración de aire pero que, como una bisagra, se acciona para taponar la laringe en el momento de la deglución del bolo alimenticio. Semejante disposición permite respirar y tragar de forma alternativa y sin riesgo de obstrucciones accidentales que provoquen la asfixia, algo que se mantiene en los humanos recién nacidos para favorecer la lactancia.

       Ahora bien, ni los animales ni los bebés son capaces de hablar, cualidad exclusiva de los humanos más crecidos que requiere una serie de modificaciones en todas las estructuras antes mencionadas. Para poseer un lenguaje articulado se precisa, además de unas cuerdas vocales especialmente adaptadas a tal fin, de una cámara de resonancia en la parte trasera de la boca y sobre la garganta para amplificar y modular los sonidos. En los chimpancés, por ejemplo, la disposición elevada de la laringe y la propia epiglotis apenas si dejan espacio para una cámara semejante, así que estos simios jamás podrán pronunciar palabra alguna por mucho que lo deseen. En los humanos en cambio la laringe se ha retraído descendiendo en la garganta para formar ese espacio, lo cual deja la epiglotis muy lejos del paladar imposibilitando una separación completa entre vías respiratorias y cavidad bucal. Este espacio comunicado que queda, que no es otra cosa que la cámara de resonancia antes citada, aumenta el riesgo de atragantamiento a la hora de tragar, ya que un desfase entre esta acción y el cierre de la epiglotis sobre la laringe puede conducir a la obstrucción de las vías respiratorias. Qué duda cabe que la facultad del habla es una de las cualidades más prodigiosas de nuestra especie, pero al mismo tiempo nos pone en riesgo de sufrir una muerte un tanto estúpida. Aunque para evitar eso siempre podemos contar con algún congénere que nos realice la maniobra de Heimlich.

Unas muelas puñeteras

       Uno de los ejemplos más patentes de cómo la evolución continúa en marcha en nuestros cuerpos lo tenemos en las llamadas muelas del juicio. Estos dos pares de piezas dentales son los últimos en salir en los humanos adultos y no son pocos, entre los cuales se incluye un servidor, los que han tenido problemas con ellas hasta el punto de decidir extraerlas. De hecho muchos individuos jóvenes de poblaciones humanas modernas no terminan desarrollando estas muelas o lo hacen a medias, por lo que no cumplen funcionalidad alguna, todo lo más para lo único que sirven es para provocar caries y todo tipo de molestias. Las muelas del juicio son unos órganos vestigiales en proceso de desaparición que, de seguir así, habrán dejado de existir en las bocas de las personas del futuro dentro de unas cuantas generaciones. Esto último es comprensible ya que, a diferencia de nuestros antepasados cazadores-recolectores, no precisamos de una dentición especialmente poderosa para procesar los alimentos que tomamos, pues para eso ya tenemos todo tipo de herramientas y técnicas culinarias destinadas a hacer la comida más fácilmente digerible. La reducción del número de piezas dentales, así como de su tamaño, es una consecuencia lógica de su menor uso, del mismo modo que un ave que queda recluida en una apartada isla en la que no hay depredadores pierde la capacidad de vuelo reduciendo sus alas a extremidades inútiles.

       Pero aun así muchas personas nacieron y han seguido naciendo con unas problemáticas muelas del juicio ¿Por qué? En la mayoría de mamíferos la fórmula dentaria máxima incluye hasta 42 piezas dentales (entre incisivos, caninos, premolares y molares), pero dependiendo de la dieta y modo de vida este número tiende a reducirse. En los primates dicha fórmula suele oscilar entre 32 a 36 piezas, siendo el primero de los valores el propio de nuestra especie (contando con las muelas del juicio). Pero como es bien sabido por muchos dentistas la aparición de las últimas muelas suele provocar todo tipo de problemas en muchas personas, éstas a menudo presionan de forma dolorosa sobre el resto porque no tienen espacio suficiente, se montan y deforman e incluso no pueden salir por esa misma falta de espacio, lo cual obliga a algún tipo de intervención para que dejen de martirizarte. Es ahí donde radica la razón de todo, las muelas del juicio son tan puñeteras porque no tienen sitio en las acortadas mandíbulas de los humanos. El achatamiento del rostro, que condujo a una reducción en la longitud de las mandíbulas, es algo característico de nuestra evolución. A pesar de ello, como seguimos contando con la fórmula dentaria original de nuestros ancestros simios, los problemas con las muelas del juicio persisten. Un diseñador medianamente inteligente hubiera puesto menos dientes en la boca de su creación estrella para que estos cupiesen sin problemas.

La parada de los monstruos

       Nuestro planeta está poblado por toda clase de criaturas extrañas que viven en entornos no menos extraños, como si ese presunto Diseñador Inteligente hubiese hecho gala de una imaginación especialmente retorcida ideando seres que los humanos apenas sí estamos empezando a conocer. Existen gusanos que viven en el interior de la corteza terrestre, a varios kilómetros de profundidad, bien por ello llamados gusanos del infierno (Halicephalobus mephisto). No menos perturbadores son los microorganismos extremófilos, capaces de sobrevivir en entornos tan hostiles como géiseres, aguas extremadamente ácidas, el hielo de glaciares o regiones polares o lugares con contaminación radiactiva. Algunos de estos microbios son capaces incluso de sobrevivir en estado latente en el espacio exterior ¿Querrá Dios enviarlos como embajadores de la Tierra a otro planeta? De hecho las formidables cualidades de algunos de estos organismos les permitirían superar sin problemas cataclismos globales que arrasarían con la civilización e incluso provocarían nuestra extinción como especie ¿Qué plan hay en todo esto si, al menos en teoría, somos los amos del mundo?

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En la foto la extrañísima quimera nariguda, un pez que habita en
las profundidades oceánicas. 
      Casi nadie duda a la hora de ver la belleza en el colorido diseño de las alas de una mariposa, en el melódico canto de un ruiseñor o en el espectacular despliegue cromático y de aromas de un prado florido en la plenitud de la primavera; casi parece que todas estas cosas existen para nuestro deleite ¿Pero qué decir por ejemplo del Amorphophallus titanum?, la flor más grande del mundo, que presenta un enorme y grotesco espádice con forma fálica de hasta más de dos metros de alto y que, para terminar de rematarlo, desprende un hedor a putrefacción para atraer como polinizadores a moscas necrófagas que frecuentan cadáveres de animales donde ponen sus huevos. Otras criaturas igualmente estrafalarias, e incluso también grotescas, habitan en entornos donde el ser humano no suele aventurarse, como lo son el mundo subterráneo o las profundidades abisales del océano, hostiles reinos dominados por la completa oscuridad. La rata-topo desnuda (Heterocephalus glaber), el murciélago cabeza de martillo (Hypsignathus monstruosus), las holoturias o pepinos de mar (que tienen la repugnante costumbre de eviscerar sus órganos internos por la boca o la cloaca cuando se estresan), el calamar gusano (Teuthidodrilus samae), el isópodo gigante del Atlántico (Bathynomus giganteus), los mixinos o peces bruja (género Myxini), la quimera nariguda (Rhinochimaera pacifica), los feísimos rapes abisales (género Lophius) o incluso el delirante pez pelícano (Eurypharynx pelecanoides) con su desmesurada bocaza. Ninguno de estos seres ganaría un concurso de belleza animal. Es más, dada su apariencia más de uno podría pensar que son creaciones del Diablo, si bien todos ellos son relativamente inofensivos. De hecho, por mucho que a nuestros ojos parezcan insólitos o aberrantes, todos estos animales han desarrollado semejante apariencia para adaptarse lo mejor posible al entorno en el que viven. Los estándares estéticos de nuestra cultura poco o nada tienen que ver con esto.

Y para finalizar un ejemplo en el metabolismo de las plantas

      La Naturaleza no piensa lo que hace con los seres vivos, ya que la evolución que estos siguen a lo largo del tiempo depende de múltiples factores, a menudo totalmente aleatorios y fortuitos. Es por ello que no existe ninguna lógica suprema o plan maestro universal en el desarrollo de la vida. Desde este punto de vista resulta más fácil comprender el por qué de las muchas cosas inútiles, o con escaso sentido práctico, que proliferan en el mundo natural. Y cuando me refiero a inutilidad o falta de sentido práctico, no lo hago desde la chovinista perspectiva humana, que plantea que todo ha de estar a nuestra disposición. Más bien me estoy refiriendo a la utilidad que, para sus poseedores, pueden tener determinadas estructuras o procesos fisiológicos.

      Un ejemplo de esto último lo encontramos en una ruta del metabolismo vegetal denominada fotorrespiración. Este proceso tiene lugar especialmente en las hojas de un amplio grupo de vegetales denominados genéricamente plantas C3, sobre todo cuando las temperaturas son elevadas. En esencia se trata de un fenómeno de competencia entre el oxígeno y el dióxido de carbono por unirse a la enzima RuBisCO, elemento esencial del Ciclo de Calvin o Fase Oscura de la fotosíntesis, que culmina con la producción de los azúcares que la planta precisa para nutrirse. En condiciones normales ha de ser el dióxido de carbono el que se una a dicho enzima para que la fotosíntesis concluya satisfactoriamente, pero cuando las temperaturas se elevan la RuBisCO comienza a perder eficiencia y "confunde" el oxígeno, que es muchísimo más abundante en la atmósfera, con este otro gas. El resultado es un subproducto metabólico denominado 2-fosfoglicolato que, como tal, no puede ingresar en el Ciclo de Calvin. Es por eso que a partir de ahí las plantas desarrollan un laberíntico proceso, la fotorrespiración en sí, con tal de deshacerse de tan engorroso compuesto, lo cual implica poner en marcha a buena parte de la maquinaria celular (cloroplastos, peroxisomas, mitocondrias y citosol). Después de unas cuantas vueltas se termina recuperando buena parte del carbono perdido por los deslices de la RuBisCO (hasta el 75%) y se vuelve a liberar el oxígeno captado accidentalmente, ya que de hecho todo esto es para terminar formando 3-fosfoglicerato, que ya puede incorporarse normalmente al Ciclo de Calvin como si no hubiese pasado nada.

      Para no perderse más en tediosos tecnicismos bioquímicos la fotorrespiración no es más que un embrollo metabólico provocado por el mal funcionamiento de la enzima RuBisCO; llamarlo chapuza quizá suene demasiado fuerte. O bien el presunto Diseñador Inteligente no estuvo especialmente agudo en este caso o bien, aplicando el punto de vista de la biología evolutiva, las plantas solucionan como pueden ciertos errores de diseño heredados de sus ancestros. Tanto es así que otro grupo de plantas, las llamadas plantas C4 (entre las que se incluyen los cactus, las bromelias o el Aloe vera), han sabido solucionar el problema de forma mucho más satisfactoria. Y lo han hecho desarrollando especializaciones en los tejidos de sus hojas de manera tal que, primero se fija el dióxido de carbono en gran cantidad, y después se envía allí donde la RuBisCO actúa convenientemente aislada, evitándose así la interferencia del oxígeno. Una demostración más de cómo operan los mecanismos de la evolución para favorecer una mejor adaptación de los organismos a su entorno. De haber sido yo el Diseñador Inteligente habría acabado mucho antes y de una forma bastante más sencilla. Si te has equivocado con la dichosa enzima porque ese día no te levantaste muy fino, mejor repensar su diseño desde el principio para que no dé tantos problemas. Al fin y al cabo eso es lo que habría hecho cualquier ingeniero medianamente competente.


Artículo escrito por: El Segador

Para saber más:

La especie elegidaJuan Luis Arsuaga. Editorial TEMAS DE HOY (2001).                   

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