Lo único que importa es cargarse al toro

"Tradiciones" cerriles como la del Toro de la Vega de Tordesillas, ponen de manifiesto la pervivencia de la España más negra. Al final da la impresión que, pase lo que pase, lo único que importa es cargarse al toro.


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Aquí no he puesto la imagen de un toro moribundo ensartado por
varias lanzas. En este caso la víctima de los energúmenos es una
activista antitaurina (para ampliar ver Cuatro).
       Un año más el sangriento y retrógrado espectáculo del Toro de la Vega se ha repetido en la localidad vallisoletana de Tordesillas. La víctima de este año se llamaba Rompesuelas, aunque el nombre del bicho en cuestión es lo de menos. No voy caer en sensiblerías estériles que atribuyen cualidades humanas a un animal como si esto fuera una película de Disney, si bien un toro es capaz de sentir dolor y miedo, seguramente no a la misma escala que nosotros (porque la dimensión psicológica también importa), pero qué duda cabe que los siente porque esas sensaciones e instintos primarios tan poderosos son comunes a infinidad de especies animales. En mi opinión el debate en todo este embrollo taurino no está en si nos da mucha pena o no que martiricen a un animal hasta la muerte, sino en los lamentables sucesos que rodearon a tal acontecimiento y en las actitudes, profundamente arraigadas en muchos casos, que se desprenden de los mismos. Es ahí donde comprobamos que una "festividad" como la del Toro de la Vega puede ser empleada para enmascarar e incluso justificar ciertos comportamientos y formas de pensar más próximos a la forma de ser de los talibanes de Afganistán, o a los fanáticos encapuchados cortadores de cabezas del Estado Islámico, que a personas presuntamente pacíficas que viven en el seno de un país supuestamente civilizado y democrático en el marco del muy avanzado Occidente cristiano.
      
       Puede que en otros países del entorno europeo no lo sepan todavía, pero la España más negra y retrógrada aún pervive en muchos lugares de nuestra geografía, de tal forma que maltratar y dar muerte a animales por puro pasatiempo es una de las más claras manifestaciones de dicha España de otros tiempos. Yo mismo lo he comprobado a lo largo de mi vida, especialmente cuando durante mi infancia iba de veraneo a un pueblo del interior cuyo nombre no diré aquí. Por aquel entonces era costumbre entre los críos del lugar pasar el rato la mar de divertidos empalando sapos o lagartijas, quemando murciélagos con cigarrillos, pateando roedores, desplumando pajarillos, disparando contra gatos con escopetas de balines o incluso apedreando perros callejeros; ni tan siquiera los cachorros se salvaban en muchos casos. Recuerdo que en una ocasión vi como un lugareño castigaba a su perro por haber escapado, empleándose a fondo con la correa durante un buen rato en medio de los desgarradores gemidos del animal. En aquellos años yo no le daba la menor importancia a todas estas cosas, reconozco que incluso participé en algún que otro acto vandálico de este estilo, porque los adultos que me rodeaban (familiares varios y amigos de esos familiares) animaban a los niños a encargarse de semejante manera de estos u otros "bichos" molestos. Es algo cultural, por tradición no ha existido en nuestro país el menor respeto hacia la vida animal en general. Así este tipo de comportamientos, esta forma de pensar, se va transmitiendo de padres a hijos con toda naturalidad. Si lo has visto durante toda tu vida y has participado en ello, finalmente termina siendo lo más normal del mundo. Con los llamados espectáculos taurinos pasa exactamente lo mismo, ya sea el Toro de la Vega, los bous al carrer o las clásicas faenas en los ruedos, llevadas a cabo por las más renombradas estrellas de la tauromaquia. La tradición tiene mucho de esa inercia, de seguir haciendo lo que nuestros padres y abuelos hacían sin cuestionarse el por qué.

       Sin embargo los tiempos cambian y con ellos las costumbres e ideales de la gente. Lo que hace veinte o treinta años resultaba corriente hoy puede ser por completo inaceptable, del mismo modo que cosas consideradas inauditas en aquella época están totalmente asumidas en nuestros días. Es lo que algunos filósofos denominan el Zeitgeist, "el espíritu del tiempo" (una expresión alemana), que se asocia a una determinada época y lugar. Un ejemplo de ello podrían ser los matrimonios entre personas del mismo sexo, un derecho logrado con esfuerzo tras una larga y dura lucha de los colectivos LGTB contra el odio y la intolerancia. Del mismo modo son muchísimas las personas, y yo me incluyo entre ellas, las que hoy día consideran inmoral y hasta intolerable convertir la tortura y asesinato de animales en un espectáculo que deba ser protegido por las instituciones por su "interés cultural". Yo jamás aprobaría que mis hijos hicieran algunas de las cosas que yo hice cuando era pequeño, y no lo haría precisamente porque mi mentalidad ha cambiando en consonancia con la de buena parte de la sociedad. Lo que antes me parecía normal ahora lo veo como un comportamiento aberrante. Sin defender a capa y espada el prohibicionismo, eso de legislar para prohibir terminantemente cualquier tipo de espectáculo taurino o similares, el espíritu del tiempo está actuando por sí solo al respecto. En la generación de mis padres los aficionados a la "fiesta de los toros" eran, y siguen siendo, ciertamente numerosos. En cambio entre la gente de mi entorno, más o menos de mi misma edad o más jóvenes, dicha afición está literalmente en peligro de extinción.

       No obstante en algunos lugares comprobamos que colectivos enteros se resisten a esta evolución de la mentalidad general y lo hacen de la peor forma posible. Es más, en su lamentable empeño parecen contar con el apoyo y connivencia de dirigentes políticos y otros poderes fácticos de lo más reaccionario. Lo sucedido en Tordesillas este año es un claro exponente. Ya no es sólo el empecinamiento de los mozos y lanceros de la villa por continuar adelante con la sangrienta ejecución de Rompesuelas, a pesar del rechazo que genera su "fiesta" en muchas partes del país, sino también todo lo que aconteció una vez grupos de activistas antitaurinos trataron de impedirlo. Fue entonces cuando vimos la cara más oscura y lamentable de esa España cerril e intolerante. La celebración terminó convertida en una caótica batalla campal, en la que grupos de salvajes lugareños, a buen seguro muchos de ellos alcoholizados hasta las cejas, agredieron con total impunidad a los activistas ante la impresentable pasividad de la Guardia Civil, que hizo mutis por el foro. Insultos, amenazas, patadas, puñetazos, garrotazos, pedradas, un toro suelto sin previo aviso, estampidas, caos. Al final resulta casi milagroso que, de todo este estallido de odio incontrolado, saliera una única víctima mortal, el toro. Bien es verdad que los defensores de la "fiesta" lograron su objetivo saltándose todas las reglas que ellos mismos se inventaron, dando muerte a Rompesuelas entre varias personas y fuera del recorrido establecido a tal efecto y, en un patético intento por normalizar la anormalidad, se decretó un resultado nulo. Pero nada de eso justifica que la situación llegara a descontrolarse de semejante manera, que varias activistas tuvieran que ser atendidas por las agresiones sufridas y que los periodistas desplazados al lugar fueran también objeto de amenazas y no pudieran realizar su labor. Si tan hermosa es la "fiesta", ¿por qué tratan de ocultarla a toda costa? Bien podría haberse producido una tragedia con resultados mortales.

Resultado de imagen de maltrato animal toros      Pero todo esto parece importar muy poco a los defensores del Toro de la Vega. Lo único que importa es que consiguieron acabar con el animal, pues de eso se trata, de salirte con la tuya pase lo que pase y caiga quien caiga. La crispación que se ha generado, las imágenes de violencia, los comportamientos cavernarios, todo eso se justifica porque al final consiguieron cargarse al toro y todos tan contentos. Visto lo visto eso es lo único que terminará importando, matar un astado tras otro cada año, de la forma que sea, con lanzas, a pedradas, a tiros o rociándolos con gasolina y prendiéndoles fuego. Lo que sea con tal de restregárselo luego por la cara a los animalistas y a todos aquellos que no aprobamos tan salvajes prácticas, a eso quedará reducida su "fiesta". Pensándolo bien esa lógica casa a la perfección con la de ciertas castas políticas instauradas en nuestro país, la del PP por supuesto, pero en el PSOE tampoco se quedan cortos (y si no ver las declaraciones del socialista alcalde de Tordesillas, José Antonio González Poncela, recogidas en Schnauzi). Eso de arrasar con todo sin importar las consecuencias con tal de salirte con la tuya es algo muy propio de nuestros políticos y, por extensión, también algo muy español. Una actitud cerril, retrógrada, egoísta e irresponsable que parece marcada en nuestro ADN. Y si no ahí tenemos todas las leyes que ha venido aprobando el actual Ejecutivo, cavernario donde los haya, desde la Ley Mordaza hasta la última reforma del Constitucional destinada a convertir este tribunal en un instrumento partidista para reprimir el proceso soberanista en Cataluña. Una vez más no les importa lo más mínimo el daño, la fractura política y social, que puedan generar. Lo único que quieren es pasar el rodillo y demostrar que han vuelto a imponerse, aunque todo a su alrededor se desmorone por culpa de su empecinamiento. Y, como todo se relaciona, no es de extrañar que la Derecha siempre haya sido una defensora acérrima de los espectáculos taurinos, al considerarlos Cultura (así, en mayúsculas).

       Me gustaría acabar con la siguiente reflexión, aquellos que muestran crueldad con los animales también suelen ser crueles con otras personas. La base de todo radica en la falta de empatía y en el comportamiento violento, se manifiesten como se manifiesten. Si tienes por costumbre ahorcar a tus galgos al final de la temporada de caza, es probable que también maltrates física o psicológicamente a tu mujer e hijos. Y, si disfrutas atravesando un toro con una lanza, puede que sientas idéntico placer pateando a un sin techo o un inmigrante. Ambas cosas terminan siendo lo mismo, una despreciable forma de dar rienda suelta a los impulsos más primarios y oscuros. En el mismo pueblo donde he veraneado tantas veces recuerdo que, una vez hace no tanto tiempo, escuché como un cazador relataba como él y sus compañeros se liaron a tiros con todo bicho viviente que encontraron a su paso porque escaseaban las presas permitidas. "Lo único que queríamos era matar", afirmaba sonriente el sujeto mientras daba cuenta de una cerveza. Nadie de alrededor pareció exaltarse lo más mínimo al escuchar aquello, parecía una frase de lo más normal. Esa mentalidad pervive todavía en demasiados rincones de España.
Mediante una iniciativa de crowdfunding el periodista y documentalista Miguel Ángel Rolland ha comenzado a elaborar una ambiciosa película documental que tendrá por título Santa Fiesta (recomiendo visitar la web y su página en Facebook), un completo recorrido por la geografía festiva del maltrato animal en España. Recientemente la web Strambotic, que suele centrarse en toda suerte de noticias insólitas y asuntos cómicos, se hacía eco de una de esas "fiestas", concretamente la conocida como la batalla de las ratas muertas, que tiene lugar en la localidad valenciana de El Puig el último domingo de enero. Lo que se ha definido como una especie de "tomantina con roedores muertos" se puede considerar también como una de las fiestas más asquerosas del mundo, una celebración de marcado mal gusto que no aporta nada instructivo de por sí y que, para más inri, está oficialmente prohibida. Y a pesar de esto último se sigue celebrando ante la bochornosa pasividad, una vez más, de la policía local y por empeño de sus energúmenos defensores, los naturales del pueblecito en cuestión. En esto también han aprendido de sus correligionarios de Tordesillas a la hora de amenazar y agredir a todo forastero o periodista que se persona a presenciar tan singular batalla con una actitud mínimamente crítica. A pesar de todo habrá quien se atreva defender que cosas como esta son "tradición" y "cultura". Claro, que te lancen una rata muerta a la cara, o en su defecto liarse a puñetazos contra una activista antitaurina y partirle la cara, son cosas comparables a una sinfonía de Beethoven, la Capilla Sixtina de Miguel Ángel o una obra de Federico García Lorca.


Kwisatz Haderach
                                            

   

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