El chovinismo humano y la búsqueda de vida inteligente en el Universo

La búsqueda de evidencias de vida inteligente en el Universo viene a menudo lastrada por el chovinismo humano. Es la tendencia a pensar que cualquier forma de vida extraterrestre, sobre todo si es inteligente, ha de ser por fuerza similar a nosotros al menos en algunas de sus características.


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Representación de la cubierta que protege los discos con grabaciones
de las sondas Voyager. Las imágenes que lleva grabadas habrían de
orientar a una supuesta inteligencia extraterrestre acerca de cómo somos
y dónde encontrarnos.
          No hace mucho distintos medios de comunicación se hicieron eco de los resultados de una investigación llevada a cabo por el equipo del Centro para exoplanetas y mundos habitables de la universidad estatal de Pennsylvania (Penn State), liderado por el astrofísico Jason Wright (ver Hallado el número de supercivilizaciones: cero - El País -). Dicho equipo trabajó en colaboración con la NASA analizando los resultados obtenidos por el observatorio WISE, un satélite-telescopio puesto en órbita para escudriñar el Universo en la banda infrarroja del espectro electromagnético (la parte del mismo que se encuentra por debajo de la luz visible). Durante alrededor de un año WISE ha estado observando las 100.000 galaxias "más próximas a nosotros" (expresarlo así casi suena a broma, dadas las inconcebibles distancias, de millones de años luz, a las que se encuentran) buscando anomalías en una amplia banda de longitudes de onda dentro del infrarrojo. Dichas anomalías serían supuestas emisiones de energía electromagnética procedentes de alguna de estas galaxias que no podrían explicarse mediante ningún fenómeno natural conocido, pero que sí casarían con las que produciría el uso a escala galáctica de una tecnología avanzada, cuanto menos tan avanzada como la nuestra. La premisa se basa en que nuestros ordenadores, satélites de telecomunicaciones y artefactos electrónicos en general irradian energía en forma de infrarrojos por el simple hecho de estar funcionando, por lo que una civilización muy desarrollada que hubiera colonizado toda una galaxia dejaría huellas de su actividad tecnológica en la zona infrarroja del espectro; huellas que nosotros podríamos detectar desde aquí con instrumentos tan sofisticados y sensibles como el WISE.       
Pues bien, dado que no se ha encontrado nada fuera de lo común en ninguna de las galaxias analizadas por el observatorio en órbita, la noticia que se ha reproducido en los medios ha sido que se no han hallado evidencias de la existencia de ninguna supercivilización en las 100.000 galaxias estudiadas, por lo que se puede concluir que no existen o son extraordinariamente raras en el Universo.
       
         No podemos cuestionar los resultados del análisis realizado por el equipo de la Penn State dirigido por el profesor Wright, obviamente no hay rastros de emisiones de infrarrojos producidas por una tecnología similar a la nuestra, pero muy a lo bestia, en ninguna de las galaxias observadas. Sin embargo las conclusiones que de dichos resultados se han hecho, mostradas especialmente a través de determinados titulares efectistas, sí que son altamente cuestionables. Afirmar que no existen por ahí civilizaciones mucho más avanzadas que la humana, simplemente porque no detectamos señales de un tipo de tecnología como la que nosotros tenemos en la actualidad funcionando a escala galáctica, es columpiarse demasiado. Y lo es por una razón bastante sencilla, de haber formas de vida inteligentes increíblemente avanzadas en algún lugar del Universo, cercano o lejano, no tenemos la menor idea de cómo deben de ser y muchísimo menos de qué tipo de tecnología usarán. No obstante una cosa es más que probable, dicha tecnología seguramente no se parecerá a nada que podamos imaginar o incluso comprender. Es ahí donde nos encontramos con un prejuicio, o más bien un defecto en nuestra forma de ser y pensar, a la hora de abordar el tema de la búsqueda de vida inteligente más allá de nuestro mundo. Es lo que podemos denominar chovinismo humano o también chovinismo del conocimiento, la idea a menudo preconcebida de que los extraterrestres han de parecerse de alguna forma a nosotros, no sólo en su apariencia física, si no también en su forma de pensar, de vivir, en su cultura, en sus costumbres...

         Inevitablemente los seres humanos seguimos pensando, aunque sea de forma inconsciente, que somos el centro del Universo. Alzamos la vista y, desde nuestra perspectiva, el Sol, la Luna, los planetas, estrellas y todo lo demás parecen girar a nuestro alrededor. Todo y que la mayoría de la gente, o al menos aquella que está mínimamente formada, sabe que esto no es así no podemos evitar seguir teniendo esta sensación. Somos los putos amos, todo lo que haya ahí fuera se ha de sentir irremediablemente atraído hacia el centro en el que nos encontramos. Y ese chovinismo, que no es otra cosa que una forma de enmascarar nuestra ignorancia, es el que nos lleva a imaginar la vida extraterrestre con formas que nos resultan familiares. Por eso unos seres que hayan desarrollado una civilización propia han de ser necesariamente similares a nosotros, si no en todas, al menos en algunas de sus cualidades. Sencillamente que pueda ser de otra manera no nos cabe en la cabeza.

         En todo esto puede que también tenga parte de culpa la ciencia-ficción, sus novelas, series de televisión y películas, que tanto han influido en millones de personas en la cultura contemporánea. Quizá se deba a la pereza o la limitada imaginación de escritores o guionistas, que casi siempre nos presentan a los alienígenas con un aspecto humanoide. Ya sean grandes o pequeños, azules, verdes o rojos, con un cráneo más o menos prominente, con pelo, escamas o antenas, se nos presenten incluso vestidos o desnudos (porque el entrañable E.T de Spielberg y sus colegas parecían andar por la galaxia en pelota picada, no sabemos si porque eran muy calurosos o simplemente unos cachondos mentales), la historia siempre es la misma. Un ser que generalmente camina erguido, como nosotros. Que posee una cabeza en la parte superior del tronco, como nosotros. Con un rostro en el que suelen aparecer un par de ojos, una boca e incluso una nariz, como nosotros. Y con brazos y piernas articulados con manos, pies, rodillas, codos y demás, como nosotros.
Y por supuesto estos extraterrestres son criaturas que generalmente emplean vehículos para desplazarse de unos sitios a otros, como nosotros, hacen uso de herramientas o armas, como nosotros, y viven en sociedades con sus leyes y jerarquías, como nosotros. Es ahí donde más suele columpiarse la ciencia-ficción a la hora de inventar civilizaciones alienígenas, pues representa sociedades que no son más que un reflejo, más o menos distorsionado o modificado (a veces ni tan siquiera eso), de las sociedades humanas presentes o pasadas. Los alienígenas emplean lenguajes sonoros articulados y sistemas de escritura, como nosotros. Construyen viviendas, palacios y fortalezas, como nosotros. Levantan imperios y practican guerras de conquista, como nosotros (solo que a una escala interplanetaria en su caso). Poseen sistemas de gobierno tiránicos o democráticos según sea el caso, como nosotros. Esquilman los recursos de sus planetas respectivos, como nosotros. Y, por supuesto, pueden amar, odiar, llorar, reír, ser codiciosos, compasivos, sabios, brutales e incluso estúpidos; todas características muy humanas.

              Resultado de imagen de klingon  Resultado de imagen de dalek

Los klingon (izquierda), unos personajes muy populares del universo Star Trek, podrían pasar perfectamente por personas normales y corrientes de no ser por las singulares excrecencias de su cabeza. Los robóticos daleks (derecha), los archivillanos por excelencia de la legendaria serie televisiva británica Doctor Who, poseen una poco agraciada forma de salero gigante inconfundible para cualquier fan de la ciencia-ficción. En uno u otro caso los creadores se basaron en formas familiares para concebir a sus alienígenas.

          Y este reduccionismo, o estrechez de miras, puede alcanzar magnitudes insospechadas. Ya resulta ciertamente aventurado imaginar que seres de otros mundos puedan tener modelos de sociedad semejantes a los de alguna cultura humana pero, al fin y al cabo, culturas en nuestro planeta las ha habido de todos los gustos y colores; un extraordinario ejemplo de la adaptabilidad del ser humano (a las regiones desérticas o a junglas tropicales, a los páramos árticos o a las más recónditas islas del Pacífico). Sin embargo a la hora de idear una civilización extraterrestre nos deslizamos inevitablemente hacia un modelo comparable al de una sociedad occidental, de base juedocristiana, industrial y con un sistema económico capitalista centrado en el consumismo. Y lo hacemos porque, en nuestro chovinismo, no podemos imaginar otro tipo de sociedad avanzada y exitosa. Somos lo mejor de lo mejor, nuestros sistemas de gobierno y economías, la forma en que vivimos y entendemos las relaciones personales, profesionales, sentimentales, etcétera, son la hostia elevada a la enésima potencia ¿Qué modelos alternativos pueden haber que funcionen mejor que el nuestro? Pensar así es columpiarse ya muy a lo salvaje. En la taquillera película de animación de producción española Planet 51, un astronauta estadounidense va a parar a un mundo poblado por unos seres que no son otra cosa que una versión verdosa de la cultura yanqui. No deja de ser una caricaturización destinada al público infantil, pero muestra bastante bien el conjunto de ideas preconcebidas que nos acompañan.

         Y es que imaginar alienígenas es una forma de expresar nuestras fantasías, deseos y temores. Son las criaturas mitológicas, los ángeles y demonios, de la era moderna. Monstruos como la cambiante Cosa del film de John Carpenter (The Thing, 1982), o el mítico alien ideado inicialmente por el cineasta Ridley Scott, que se gesta como un horrendo parásito en el interior de un cuerpo humano y tiene ácido como sangre, son asesinos implacables con los que no se puede dialogar o razonar; ante ellos sólo cabe la huida o el combate, matar o ser matado. En cambio los musicales extraterrestres de Encuentros en la Tercera Fase (1977) o el "starman" interpretado por Jeff Bridges en 1984, que desciende a la Tierra adoptando una forma humana como si del hijo de un dios se tratase, son seres bondadosos y celestiales que vienen a nosotros en mesiánica labor. Así mientras el temible alien da caza a sus víctimas humanas en escenarios oscuros, al ser una criatura de las tinieblas (sin ir más lejos todo él es de color negro), los pacíficos y amables extraterrestres de Spielberg se presentan rodeados de luz, cual angelicales manifestaciones.
Con cosas así no es de extrañar que las divinidades de antaño se hayan trasformado para algunos en seres procedentes de otros mundos, dando origen a teorías tan disparatadas como la de los antiguos astronautas de Erich von Däniken y seguidores. Esta pseudociencia, también llamada arqueoastrología o "creacionismo alienígena", sostiene que extraterrestres avanzados visitaron la Tierra en el pasado y son responsables de la evolución cultural de las distintas civilizaciones humanas, cuando no incluso nos crearon tal y como somos tras modificar genéticamente o hibridarse de alguna forma con nuestros ancestros simios.   

El ínfimo puntito que aparece rodeado por un círculo
azul para remarcarlo, es una imagen del planeta Tierra
tomada por una de las sondas Voyager al rebasar la
órbita de Neptuno. Desde tan lejos nuestro mundo se
ve realmente insignificante.
         Delirios pseudocientíficos aparte, incluso cuando tratamos de concebir civilizaciones muy distintas a la nuestra tendemos a caer en ciertos estereotipos. En el clásico moderno de ciencia-ficción El juego de Ender (Orson Scott Card, 1985) los buggers ("insectores" en la versión castellana) son básicamente unas hormigas muy crecidas que han aprendido a construir naves espaciales. Porque el chovinismo humano impregna más aspectos de nuestras vidas de los que imaginamos y precisamente las hormigas, unas criaturas muy comunes con las que compartimos este mundo, son un buen ejemplo de ello. Viendo las formas de organización social de estos insectos es tentador compararlas con las nuestras. En todo hormiguero hay una reina que parece ser la soberana de la colonia (por eso la llamamos así), luego tenemos soldados y obreras, cada casta cumpliendo con su cometido con diligencia y disciplina. De hecho a menudo se nos dice que las hormigas se parecen a los humanos en no pocos aspectos. Son capaces de "cultivar" especies de hongos para alimentarse de ellos, pastorean a otros insectos para "ordeñarlos" y extraer la savia azucarada que producen, erigen estructuras realmente complejas, hacen la guerra contra las colonias vecinas para apoderarse de sus dominios e incluso toman "esclavos" en estas operaciones de saqueo y conquista.
Pero todas esas cosas no son más que interpretaciones que nosotros hacemos acerca del comportamiento de las hormigas, cualquier parecido es esencialmente eso. Una "reina" (o reinas, porque en una colonia puede haber varias dependiendo de la especie que se trate) no es más que un individuo dedicado a poner huevos, labor esencial por la cual ha de ser cuidada y protegida por los demás miembros del hormiguero (en esencia sus hijas), sin embargo no gobierna ni imparte órdenes de ninguna clase; no lo hace sencillamente porque no es necesario. En la "sociedad" de las hormigas no hay nadie al mando, los individuos se comunican unos con otros para trasmitirse información y cooperar, pero no existen jerarquías ni élites ni nada que se le parezca, sólo especialización del trabajo en la forma de castas. Cada individuo nace programado para hacer lo que tiene que hacer y por eso no recibe órdenes de nadie, la colonia en su conjunto un superorganismo perfectamente coordinado. Si a eso le añadimos que todos los componentes de la colonia son hembras (estériles salvo la reina), no podemos tener unos seres más distintos a nosotros.

         Todos los factores enumerados, y también algunos otros, han determinado que el chovinismo humano, o chovinismo del conocimiento, se haya filtrado a estudios científicos serios relacionados con la búsqueda de vida extraterrestre. El más claro ejemplo de ello es el programa SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre en inglés), que durante años ha escudriñado los cielos sin éxito a la caza de alguna señal de radio lejana que demostrara la existencia de otras inteligencias. Este fracaso, conocido también como El Gran Silencio, podría significar que estamos solos, al menos en nuestro "vecindario" galáctico. Sin embargo y al igual que las aventuradas conclusiones extrapoladas del estudio realizado por el equipo de la Penn State con las observaciones del WISE, también podría significar que, sencillamente, estamos errando en los métodos de búsqueda. Una civilización extraterrestre avanzada no necesariamente ha de utilizar ondas de radio para comunicarse de manera eficiente, tal y como nosotros llevamos haciendo desde hace décadas (y ciertamente hacemos menos conforme nuestras tecnologías avanzan). Es mucho más probable que, de existir, emplee otros sistemas a buen seguro desconocidos para la especie humana, de la misma manera que las gentes que vivieron durante el siglo XIX difícilmente podrían concebir cosas como Internet, las sondas espaciales o la ingeniería genética. De ser así sus mensajes podrían estar atravesándonos en este mismo momento y no nos daríamos ni cuenta. Una vez más, presuponer que seres alienígenas emplean tecnologías comparables a las nuestras, es presuponer mucho. Visto así iniciativas tales como disponer en las sondas Voyager discos dorados con canciones, sonidos y voces terrícolas, además de unas representaciones que muestran nuestro aspecto y el lugar donde encontrarnos, parecen un tanto ingenuas.
No somos verdaderamente conscientes de la insignificancia del lugar que ocupamos en el Universo, ese pequeño punto azul pálido, tal y como precisamente el eminente astrofísico y divulgador Carl Sagan (uno de los responsables del programa Voyager) denominó a la Tierra. Un ínfimo oasis de vida rodeado por un inconmensurable vacío, frío, oscuro y hostil. No resplandecemos en la distancia como si fuéramos un faro que indica el camino, nos encontramos orbitando alrededor de una estrella corriente, como cualquier otra entre miles de millones, en la periferia de una galaxia cualquiera, como cualquier otra entre miles de millones. Una mota de polvo perdida en un inmenso mar de arena. Tal vez haya inteligencias avanzadas ahí fuera, como también es posible que, si todavía no hemos contactado con ellas, quizá sea porque ni tan siquiera nos prestan atención porque a sus ojos todavía no la merecemos. Tan especiales como nos creemos y quizá tan solo nos ignoran. Una posibilidad tan buena como otra cualquiera, pues al fin y al cabo, ¿quién es capaz de meterse en la mente de un extraterrestre?


N.S.B.L.D

Para saber más:


  

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