Brujas. La historia ocultada

La caza de brujas fue un fenómeno que se dio con especial crudeza en la Europa Central y el mundo anglosajón durante la Edad Moderna (siglos XVI y XVII). Tradicionalmente se considera una consecuencia de la superstición, la ignorancia y el fanatismo religioso, pero esta explicación ignora que existió una voluntad clara por parte de las autoridades (Iglesia, Estado y poderes económicos) de perseguir a las mujeres especialmente en los entornos rurales.


         Las brujas forman parte del folclore popular dentro de la cultura occidental. A todos nos viene en seguida a la cabeza la imagen de una mujer anciana y poco agraciada físicamente, por regla general malvada, que vive en algún lugar apartado como una gruta o una casa de aspecto siniestro en medio del bosque, donde elabora en un caldero hirviente toda clase de repugnantes pócimas (a base de ojos de sapo, piel de serpiente, antenas de cucaracha y esas cosas) que posteriormente empleará con oscuros propósitos. Las brujas montan en sus escobas durante sus vuelos nocturnos, secuestran niños para cebarlos en jaulas como si fueran marranos y después los devoran, se sirven de sus poderes mágicos para hacer el mal, atormentando a jóvenes inocentes, causando toda clase de plagas y calamidades y trayendo la desgracia a todos aquellos que osan interponerse en su camino. Algunas pueden adoptar una apariencia hermosa e irresistible para seducir a los hombres y conducirlos a la perdición, pero todas son servidoras de Satán, al cual rinden culto en sus orgiásticos aquelarres. Esa es la imagen que en muchos casos ha llegado hasta nuestros días bajo múltiples variantes, el tópico que ha sido repetido y enfatizado hasta la saciedad incluso por las grandes fábricas de sueños de la actualidad como la factoría Disney (no en balde en varios de sus clásicos la bruja malvada representa al villano por excelencia). Tanto es así que referirse a una mujer calificándola como de "bruja" se considera un insulto. Pero más allá de todo esto habría que preguntarse de dónde procede esa asociación de un cierto tipo de mujeres con el Diablo y el Mal, es entonces cuando nos retrotraemos a uno de los episodios más sórdidos y aberrantes de la Historia europea, la Caza de Brujas.

         A menudo se asocia la persecución de las brujas con la Inquisición y la época medieval, pero este fenómeno fue más característico de la Edad Moderna, concretamente los siglos XVI y XVII, enmarcándose especialmente en los territorios protestantes de Europa Central y también en el mundo anglosajón en medio de una campaña para frenar una supuesta conspiración demoníaca contra la Cristiandad. En un clima de lo que se podría denominar como "pánico moral" se perseguía a un enemigo imaginario al tiempo que se infundía el miedo entre la población para que así denunciara las actividades de las presuntas hechiceras (a veces también hechiceros) que pudieran existir en la comunidad. A menudo la histeria colectiva acompañaba los episodios de caza de brujas, los temores irracionales, la ignorancia, la superstición y el fanatismo religioso se combinaban con dramáticas consecuencias. En todos los casos víctimas inocentes terminaban pagándolo.

         Tal y como bien explica Gabriel Bernat en su artículo Las Brujas, la persecución sistemática de la brujería comenzó hacia finales del siglo XV y alcanzó su punto álgido entre 1550 y 1650, sobre todo en el centro y norte de Europa. Si bien la Iglesia Católica se sumó a ella (la bula Summis Desiderates de 1484 del papa Inocencio VIII), se trató de un fenómeno más propio de naciones que se encontraban fuera de su ámbito. De hecho reformadores religiosos como Lutero o Calvino creían firmemente en la relación entre el Diablo y la brujería y defendían sin tapujos la cacería de magos y brujas. Las persecuciones se llevaron a cabo sobre todo en comunidades rurales y el procedimiento era casi siempre muy parecido, bastaba una simple acusación por infundada que fuera, vertida por un vecino con el que se tuviera una disputa, un pariente rencoroso o un niño con demasiada imaginación, para iniciar el proceso. Después hacían acto de presencia juristas, demonólogos y autoridades eclesiásticas y se arrestaba a la sospechosa o sospechosas. Las confesiones se obtenían mediante la intimidación o la tortura y se hacía especial hincapié en que la acusada delatara a cuantas más cómplices de sus pretendidas fechorías mejor. De esta manera el clima de psicosis se iba extendiendo en la comunidad afectada y cualquiera podía terminar acusado de brujería. Todo concluía con una serie de ejecuciones ejemplarizantes destinadas a infundir terror y el carpetazo drástico al proceso, puesto que la maraña de acusaciones provocadas por el temor a la detención podía extenderse indefinidamente, tal y como ocurrió en los famosísimos juicios de Salem (Massachusetts) de 1692 y 1693. Obviamente no se puede estar torturando y ejecutando a gente sin parar y en algún punto hay que cortar por lo sano.

Malleus 1669.jpg        Tan atroz persecución dejó un número de víctimas por toda Europa difícil de calcular. Según Bernat solo en Alemania y durante el siglo XVII unas 100.000 personas fueron condenadas a la hoguera, mientras que en la misma época las víctimas en Inglaterra ascendieron a cerca de 50.000, otras estimaciones hablan incluso de alrededor de dos millones de ejecuciones a lo largo de más de un siglo. La gran mayoría de las víctimas, hasta el 85%, eran mujeres y la misoginia y los prejuicios sexuales estaban bien presentes durante los juicios, con humillantes exploraciones en busca de "marcas de brujería" que, cómo no, debían encontrarse en los pechos o en la zona de los genitales. Detrás de todo esto se escondía la mal llamada "ciencia de las brujas", practicada por religiosos y supuestos expertos en demonología. Una de sus bases fue el Malleus Maleficarum ("El martillo de las brujas" traducido al castellano) de Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, probablemente el libro más infame y abominable jamás escrito. Publicado por vez primera en Alemania en 1486 se difundió por todo el continente convirtiéndose en un manual esencial en los procesos contra la brujería, de hecho fue el precursor de toda una tradición de derecho religioso que estuvo vigente durante cerca de tres siglos. El martillo de las brujas está imbuido de una idea más bien enfermiza acerca de la sexualidad femenina, la cual asocia con la perversión y el Diablo, haciendo de la tortura el elemento fundamental para desenmascarar a la bruja. Esto en realidad no resulta tan extraño en una sociedad tan ferozmente reprimida en el terreno sexual como lo era la europea de la época, lo cual explica las depravadas desviaciones al respecto que podemos encontrar en esta obra tan monstruosa y que tanto sufrimiento provocó.

        La idea comúnmente extendida en la actualidad es que la Caza de Brujas fue una consecuencia de la intolerancia religiosa, la ignorancia y la superstición propias de un época oscura en la que la gente todavía vivía al margen de la luz de la Razón, pero existen explicaciones alternativas a este fenómeno. En su libro Caliban y la bruja publicado por la editorial Traficantes de sueños (véase el artículo de Público Capitalistas contra brujas) Silvia Federici, profesora en la Hofstra University de Nueva York, escritora y activista feminista, expone la teoría de que la persecución de la brujería se enmarca como una operación planificada en la transición del sistema económico feudal, propio de la Edad Media, al sistema capitalista más globalizado que precisamente empieza a surgir durante la Edad Moderna.

         Las epidemias de peste, las hambrunas y las guerras diezmaron la población europea durante el siglo XIV y principios del XV. El sistema feudal imperante hasta entonces entró en crisis al haber un gran número de tierras abandonadas y escasez de gente para trabajarlas. Los campesinos podían moverse con mayor libertad y asentarse donde quisieran, si un señor les amenazaba con expulsarles de sus dominios al no someterse a sus dictados, siempre podían marcharse a otro territorio. Según Federici aquel fue un tiempo de rebelión entre las clases populares, que se negaban a pagar u ofrecer sus servicios a los señores feudales, razón por la cual éstos se enfrentaron al colapso de sus rentas y a un empobrecimiento insostenible. Parejo a estos sucesos todavía subsistía en los entornos rurales un sistema social basado en tradiciones ancestrales, las tierras de cultivo eran propiedades comunales que se trabajaban de forma cooperativa y de las cuales la comunidad obtenía todo lo que necesitaba para sobrevivir, una agricultura de subsistencia que no precisaba de la economía monetaria. En ella las mujeres tenían un papel muy importante, no solo trabajaban la tierra al igual que los hombres y tenían el mismo derecho a disfrutar de sus frutos, sino que por tradición se encargaban de traer al mundo a los recién nacidos y, gracias al saber acumulado a lo largo de incontables generaciones, disponían de amplios conocimientos de medicina natural (hierbas y preparados que obtenían en las proximidades de las aldeas donde vivían y que tenían múltiples aplicaciones). Por ello en estas comunidades rurales las mujeres eran las encargadas de realizar el control de la natalidad, lo cual les otorgaba un peso social mayor de lo que hasta ahora se pensaba.

        La instauración del capitalismo habría de acabar con todo esto, pues una de las primeras transformaciones fue el cercamiento de tierras que eliminó las propiedades comunales. La aristocracia y la burguesía emergentes habían contraatacado declarando los terrenos de cultivo como propiedad privada y ampliando sus posesiones, ahora ya no eran un medio de subsistencia, sino una fuente de capital con la que enriquecerse. La privatización de tierras afectó a muchas comunidades campesinas y las mujeres fueron las que más sufrieron, ya que las estructuras sociales que les otorgaban cierto prestigio y cobertura se desmoronaron. Hubo resistencia a estos cambios y es ahí donde comienza la historia de la persecución sistemática de las brujas. Federici explica que no fueron raros los casos de campesinas pobres que, aferrándose a las propiedades que todavía les quedaban, fueron acusadas de brujería por poderosos terratenientes que querían apropiarse de sus campos para convertirlos en pastos para el ganado.

        Pero la Caza de Brujas también tiene mucho que ver con las políticas de control de natalidad y el papel reservado al sexo femenino en el naciente sistema capitalista, según Federici simples úteros destinados a producir mano de obra barata y en abundancia. La antigua tradición según la cual las mujeres ejercían el control de la natalidad dentro de las comunidades rurales fue demonizada y perseguida, prácticas llevadas a cabo durante siglos eran ahora obra del Diablo y aquellas que las realizaban debían ser castigadas en consecuencia. El nuevo modelo económico y de producción exigía de una nueva disciplina de trabajo que era incompatible con todo este universo de creencias y actores sociales a extinguir, de ahí la brutalidad de la persecución que tuvo lugar. A partir de entonces el Estado y los poderes que lo sustentaban se apropiaron de las políticas de natalidad, criminalizando las prácticas abortivas y la sexualidad recreativa. Esta transformación se dio primero en los países del norte europeo, allí donde la Caza de Brujas arreció con más fuerza y donde primero se instauró el capitalismo. Resulta curioso comprobar cómo, en la misma época, en la España de la siniestra Inquisición no se persiguiera la brujería con tanta vehemencia (con la salvedad de procesos aislados como el de las brujas de Zugarramurdi en 1610). El papel del Santo Oficio era perseguir la herejía y a los enemigos políticos y religiosos de la fe católica, no tanto ocuparse de mujeres campesinas que realizaban prácticas supersticiosas y que, en su desprecio machista, los inquisidores consideraban seres inferiores y estúpidos incapaces de representar amenaza alguna. Las transformaciones económicas propias del capitalismo llegarían más tarde a España y para entonces la Caza de Brujas quedó convertida en un instrumento obsoleto, de ahí su menor incidencia.

       Para Silvia Federici la instauración del capitalismo ha sido uno de los procesos más sangrientos y brutales de la Historia. Lejos de ser el proceso liberador que se nos ha vendido, lo único que se liberó fue el capital, no los trabajadores que ahora estaban sometidos a una nueva disciplina destinada a extraer de ellos la mayor rentabilidad posible. Según la autora de Caliban y la bruja la colonización del Nuevo Mundo, la expansión del tráfico de esclavos y el sistema esclavista y la Caza de Brujas son fenómenos íntimamente relacionados con el surgimiento del sistema capitalista, aquello que lo hizo posible. En los tres casos se buscaban objetivos similares, aumentar a cualquier coste el mercado de trabajo.

      La triste historia de la Caza de Brujas sirve para invitarnos a reflexionar. Cuando los poderes establecidos se sirven de los amplios medios de los que disponen para agitar el espantajo de una supuesta amenaza, brujas diabólicas en el pasado o malvados terroristas en la actualidad, debemos desconfiar ante todo. Siempre nos dirán que ese enemigo está en todas partes, que cualquiera puede ser víctima de sus ataques, que no hay que bajar la guardia y que hay que acostumbrarse a cuantas medidas de control sean necesarias para conjurar su amenaza. El miedo es un instrumento muy poderoso, como también lo es el rechazo hacia aquello que no entendemos o no conocemos, pero siempre debemos pensar una cosa. Aquellos que incitan a la persecución de estos u otros elementos "indeseables", a menudo lo hacen como forma de distraer la atención de los cambios que pretenden imponer aprovechando la coyuntura que ellos mismos han creado. Tal y como dice una vieja canción del grupo Reincidentes, "la Historia se repite".


                                                                                                                                  Kwisatz Haderach
                                              

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