¿Por qué se habla tanto de la crisis económica?

La crisis financiera es considerada por algunos una crisis sistémica del capitalismo  que conduce hacia un nuevo modelo basado en la escasez de recursos.


En la sociedad de la información es habitual que las conversaciones cotidianas estén influidas por la temática difundida en los medios de comunicación. De hecho en esto consiste la concienciación de la población y la generación de un cierto estado de opinión mayoritaria. Actualmente se difunde a diestro y siniestro el mensaje de la crisis económica, acompañado de recetas neoliberales para su superación en algunos medios y de la crítica a esta escuela económica en otros. Se crea confusión en cuanto a las soluciones, se instala en muchas conciencias la idea de que la salida no está clara,de que eso es cosa de expertos. Pero se genera al mismo tiempo una certeza: a través de los medios, de las tertulias cotidianas, de las experiencias personales y familiares y en definitiva, de la convivencia desde hace años con el drama social, se ha ido aceptando e interiorizando que la crisis es profunda, complicada y duradera. Esta es la conclusión clara que conviene que la ciudadanía alcance, puesto que la crisis ha llegado para quedarse y es absolutamente necesario que esto se acepte con resignación.



Desde hace tiempo se sabe que el nivel de producción-consumo instalado en  las sociedades occidentales tras la II Guerra Mundial es insostenible en términos ecológicos (véase Limits to growth), y más aún si ese estilo de vida se extiende a los llamados países emergentes.

De hecho, no pocos analistas consideran que vivimos un punto de inflexión en la historia: el inicio de una paulatina pero gran corrección económica que pone fin a la era de la gran expansión, iniciada en el siglo XVI con el descubrimiento de América, consolidada con la conquista del mundo por parte de las naciones europeas durante el colonialismo y culminada en la actualidad con la libre circulación por el globo de la industria y el capital financiero. Lo que conocemos como globalización consiste para algunos estudiosos en la última fase de un periodo de expansión económica que se ha prolongado durante cinco siglos, pero que ya no puede continuar de un modo sostenible, controlado y previsible.

¿A qué nos referimos? A que si seguimos viviendo como vivimos y seguimos creciendo económicamente como lo hemos estado haciendo hasta ahora, nos dirigimos hacia una nueva etapa ecológica y biológicamente incierta, de consecuencias imprevistas y con un serio riesgo de amenaza para la supervivencia de la especie. Aunque se niegue, aunque algunos lo desconozcan o lo atribuyan a un discurso hippy-snob, aunque se siga confiando ciegamente en las innovaciones tecnológicas o la capacidad del ingenio humano para resolver los problemas, existe el problema urgente e impostergable de la grave agresión al medio ambiente provocada por el sistema de producción-consumo vigente durante los últimos cinco siglos y acelerado notablemente desde el siglo XVIII con la revolución industrial.

La verdadera crisis de fondo no es la económica, sino la crisis ecológica. Afrontar la crisis ecológica requiere necesariamente de una disminución significativa de los niveles de producción y consumo de los países desarrollados, puesto que aquí reside la principal causa del problema y esto es lo que se está consiguiendo con las medidas de austeridad. Nuestro nivel de vida tiene que bajar.

Sin embargo, estas medidas, tal y como se están aplicando, nos conducen hacia una desigualdad social aguda. La idea parece ser esta: si ya no se puede crecer en condiciones ecológicamente seguras, aseguremos primero el poder económico de unos pocos e impongamos la austeridad a la mayoría.

Ciertamente imponer la austeridad a la mayoría es una excelente idea si se quiere afrontar el problema ecológico asociado al modelo de crecimiento económico. De hecho, dado su escaso número, no haría falta tocar los privilegios de esos pocos afortunados. Ahora bien, con ello se están maximizando al extremo los efectos negativos del sistema sobre las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad. Y aquí se está jugando con fuego, porque la sociedad puede ser tan inestable como el clima.

Por ello pensamos que cada vez más se requieren políticas inclusivas de lo ecológico y lo social. Hace falta concienciar a la ciudadanía de que el decrecimiento ha llegado, de que ya no se puede consumir y producir como antes porque es necesario mantener, conservar y rehabilitar la tan dañada naturaleza. Pero también es preciso preservar y cultivar la tan maltrecha dignidad humana, fomentando la solidaridad y asegurando unas condiciones dignas de existencia para los seres humanos.

En resumen, necesitamos una gestión política verdaderamente comprometida con la conservación y mejora del medio ambiente y con la protección social de las personas. Este creemos que es el camino más razonable hacia ese nuevo periodo histórico que, por el bien de todos, debería caracterizarse por una economía estacionaria, consciente de la finitud de los recursos.



Samuel R.

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